El legado de Lenin en el país de Putin

Moscú busca el equilibrio entre conservar la herencia de la URSS y reafirmar el cambio de sistema

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Un chico patinando alrededor de una estatua de Lenin, en Moscú.

MoscúCualquier persona que esté en Moscú puede ir a visitar la momia de Vladímir Ilich Uliánov, más conocido como Lenin. La encontrará en la plaza Roja, pero no es el único lugar de la capital rusa donde se topará con el rostro del líder ruso y fundador de la Unión Soviética. Y, de hecho, no solo en la capital rusa. A pesar de que con la caída de la URSS muchos de los monumentos del dictador también cayeron, se calcula que ahora habría unos 6.000 repartidos por todo Rusia. También está presente en mosaicos en pasos subterráneos, edificios públicos y estaciones de metro. Nada que ver, sin embargo, con el paisaje de la época soviética, donde había uno en prácticamente cada espacio público.

En el país de Vladímir Putin, resurge de vez en cuando el debate sobre qué se tendría que hacer con el cadáver de Lenin. Guennadi Ziugánov, secretario general del Partido Comunista de la Federación Rusa, aseguró que el día que se retire -si es que este día llega- habrá “protestas masivas”. El debate no habla solo de la momia, también de su legado y de su presencia en la Rusia de hoy. “Quien no echa de menos la Unión Soviética no tiene corazón, quién quiere que vuelva no tiene cerebro”. Esta frase se le atribuye al mismo Putin. Y, de hecho, es con esta sentencia con la que se puede resumir la política nacional rusa actual: ni rechazo frontal del pasado comunista, como sí que han hecho países como Polonia o Ucrania, ni mantenimiento de grandes empresas de propiedad pública o de fuertes garantías sociales.

“Yo creo que no hay que tocarlo. Al menos mientras la vida y el destino de mucha gente estén relacionados con él [...] y relacionados con los éxitos del pasado, con los años soviéticos”, decía hace unos meses Putin sobre la posibilidad de aparcar el mausoleo de Lenin. En 2017, el año en que se hizo una de las últimas encuestas, los rusos se mostraban muy divididos sobre qué hacer con los restos del revolucionario: un 41% estaban a favor de enterrarlo fuera de la plaza Roja, mientras que un 41% optaban por mantenerlo.

El nombre del pasado

El 9 de mayo de un año cualquiera sin pandemia se celebra la victoria de la Gran Guerra Patria (como se conoce aquí la Segunda Guerra Mundial), el conflicto que llevó al ejército de la Unión Soviética hasta Berlín para acabar con la amenaza nazi. También se celebran éxitos de la época, como la carrera espacial: cada 12 de abril se recuerda que la URSS llevó al primer ser humano al espacio. Desde el Kremlin, el pasado soviético se quiere recordar como esto: una época en la que Rusia era una superpotencia, y se hace un esfuerzo para enfatizar los “éxitos” de aquellos años. Solo hay que ver el nombre que el Kremlin ha elegido para bautizar la vacuna rusa, Sputnik V.

Es cierto que, hace unos años, Putin se curaba en salud desplegando el relato oficial hacia la Revolución de Octubre de 1917 en que la figura de Lenin salía malparada. Se refería a él como un radical que sacudió y dañó las estructuras del estado ruso y a quien “la historia no perdonará”. Pero pronto entendió que había que moderar el tono, y más teniendo en cuenta que el imaginario de su régimen estaba lleno de iconos de aquellos días de octubre. Iconos en las que parte de la sociedad rusa sigue mirándose y recreándose.

Pero a pesar de exhibir todavía buena parte de esta parafernalia comunista -con la excepción de Stalin, del que han desaparecido la mayoría de las referencias- la Federación Rusa no es un país comunista, así como tampoco lo es su gobierno. Aunque no son pocas las personas que creen lo contrario y que, como aseguraba hace unos días un periodista conocido, “Vladímir Putin es el líder inobjetable del comunismo mundial”.

¿Un país comunista?

En la calle, la desigualdad ha crecido exponencialmente desde la disolución de la URSS. Las grandes empresas estatales fueron vendidas a lo largo de los años noventa y acabaron en manos de unos pocos empresarios, conocidos popularmente como “oligarcas”, que han llegado a controlar el 35% del PIB nacional a pesar de ser 110 personas. Nombres como Roman Abramovich y Arkady Rotenberg controlan grandes conglomerados de empresas, entre los que también hay medios de comunicación. Mientras tanto, cerca de un 13% de los rusos viven en la pobreza, y las pensiones de jubilación, que de media equivalen a 175 euros, son insuficientes, lo que obliga mucha gente de edad avanzada a tener que trabajar o pedir caridad.

La disparidad también se ha acentuado entre regiones, puesto que zonas como la ciudad de Moscú tienen un nivel de vida parecida a otras capitales europeas, mientras que hay regiones que llegan a tener un salario medio cerca de los 400 euros y carencia de infraestructuras básicas, como es el caso de muchas de las repúblicas caucásicas o asiáticas.

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