El Madrid mediático 'saluda' a Pere Aragonès
Puigdemont y Junqueras han funcionado, para la caverna, como un tipo de Epi y Blas, en versión papu. Cualquier titular se animaba si se añadía la pimienta de alguno de estos nombres. Y, claro, una vez acostumbrado a regarlo todo con kétchup, después cuesta renunciar. El abrazo de Junqueras a Aragonès es la foto de esta investidura. Pero se interpreta de manera muy diferente, según en qué lado del puente aéreo se mire. En Catalunya, predomina la idea de que se trata del símbolo de la continuidad y, por lo tanto, también del relevo: en este pacto, los dos factótums se han mantenido en un plan bastante discreto. El independentismo, se puede alegar, ha emprendido un cambio generacional discreto, respetuoso con los que han pagado con exilio y prisión. Claro, en la caverna el relato es del todo diferente. "Aragonès se abraza al golpismo", dice el Abc. "Aragonès, un presidente bajo vigilancia", secunda El Mundo. Y La Razón ni siquiera da la noticia en sí, sino que la relega a un subtítulo de formulación muy oblicua ("Puigdemont deslegitima la victoria de Aragonès el mismo día de su investidura"). Hace tres días el titular de este mismo diario era: "Puigdemont gana a ERC y retoma el desafío al Estado". Marchando una de patatas, para acompañar.
En las redes, El País lanzaba el siguiente titular: "El Parlament escoge a Pere Aragonès como presidente de la Generalitat con el único apoyo del independentismo". En realidad es el segundo de la historia con más votos a una investidura, solo superado –por un diputado– por Jordi Pujol en el año 1980. Subrayar único apoyo es un intento bastante torpe de marginalizarlo. Maragall también obtuvo 74 diputados, como Aragonès, por cierto. Pero El País, en la portada del día siguiente de su investidura, no decía que solo recibía el único apoyo de la izquierda, sino que el titular hablaba de mano "extendida al PP". Ajá.