La ‘mafia de PayPal’ desembarca en Twitter
Elon Musk quiere una red social más afín a sus intereses, mientras que Jack Dorsey reniega de su creación
El consejo de administración de Twitter tiene desde esta semana un nuevo miembro: el multimillonario Elon Musk, el hombre más rico del mundo según la nueva edición del ranking que publica la revista Forbes. Parag Agrawal, consejero delegado, daba este martes en un tuit la bienvenida a Musk como consejero que ocupará el asiento que le corresponde como principal accionista de la empresa, condición adquirida con la compra del 9,2% de las acciones. Esta operación data de mediados del mes pasado, pero se hizo pública el lunes 4 de abril, una vez notificada al organismo de EE.UU. que regula el mercado de valores. Desde entonces, algunos trabajadores han mostrado su alarma en los boletines internos de comunicación, hasta el punto de forzar que el director general de la plataforma, Parag Agrawal, convocara una reunión para serenar los ánimos de la plantilla y resolver dudas.
La inversión de Musk en el capital de Twitter es de 2.900 millones de dólares (unos 2.600 millones de euros), cuanto menos al precio que las acciones tenían el viernes 1 de abril. Una minucia si se comparan con el patrimonio de 280.000 millones que Forbes adjudica a Musk. Pero es que encima el simple hecho de invertir le ha salido a cuenta: al hacerse pública la compra, la cotización de Twitter se disparó más de un 25%, de forma que se han revalorizado todas las acciones, incluidas las que Musk acaba de comprar.
Aun así, el perfil inversor de Musk no parece indicar un interés especial por el rendimiento puramente financiero. Prácticamente todas sus iniciativas empresariales –sean los coches eléctricos de Tesla, los cohetes de SpaceX (con la red StarLink de internet vía satélite), las energías renovables de SolarCity, los sistemas de transporte de Hyperloop y de Boring Company o la neurotecnologia de Neuralink– cuentan con su implicación directa en el día a día de la gestión. Twitter, en cambio, sería más bien un vehículo promocional y de marketing para todas las otras iniciativas, que el multimillonario pretende orientar donde más le conviene. Así, quien haya leído los tuits de Musk sobre el envío de antenas de StarLink a Ucrania para mantener la conectividad durante la invasión rusa lo puede considerar poco menos que un héroe, a pesar de que en realidad las ha pagado USAID, la agencia de EE.UU. para la cooperación internacional, como ha revelado el Washington Post.
Sin ir más lejos, cuando su vinculación a Twitter ya era pública, Musk preguntó en una encuesta si la plataforma tendría que añadir un botón que permita modificar el contenido de los tuits una vez publicados. El 70% de los casi cuatro millones de respuestas fueron afirmativas, y al cabo de pocas horas Twitter confirmó que trabaja en esta función, asegurando, eso sí, que llevaba meses preparándola. Previamente, Musk había preguntado a su parroquia si consideraban que Twitter limita demasiado la libertad de expresión, y también se le dijo mayoritariamente que sí.
Muchos interpretaron que aquella encuesta indicaba la intención de Musk de irse de Twitter para crear una red social propia, pero ahora sabemos que la formuló cuando ya había comprado las acciones de la empresa, de forma que no tenía ninguna intención de renunciar a sus 80 millones de seguidores –sí, uno de cada cuatro tuiteros lo seguimos–. Seguro que tenía muy presente el fracaso de Donald Trump con Truth Social, la red que el expresidente creó después de que las grandes plataformas –Twitter incluida– lo expulsaran por su conducta durante el asalto al Capitolio de Washington en enero del 2021.
Entrada en acción
Mi referencia a Trump no es anecdótica. Las consultas de Elon Musk a su audiencia indican claramente su incomodidad con la capacidad de las plataformas digitales para orientar el discurso público. Dicho de otro modo, no le gusta que otra persona decida qué es lo que puede decir y qué no. Esta posición vagamente libertaria es compartida, además de por el expresidente, por otros miembros de un influyente colectivo de multimillonarios del cual Musk forma parte. Se trata de la llamada mafia de PayPal , donde están una veintena de antiguos empleados de la empresa de pagos digitales –nacida a partir de X.com, creada precisamente por Elon Musk– que se marcharon cuando fue comprada por eBay, y con las fortunas que recibieron fundaron nuevas empresas digitales de éxito. Así, además de Musk, el grupo incluye entre otros a los ingenieros Steve Chen, Chad Hurley y Jawed Karim, creadores de YouTube (vendida a Google); Roelof Botha, socio de la firma de inversiones Sequoia Capital; Russel Simmons y Jeremy Stoppelman, confundadores de Yelp y, significativamente, Reid Hoffman, creador de LinkedIn; y Peter Thiel, ex consejero delegado de PayPal, considerado informalmente el padrino del grupo.
Tanto Hoffman como Thiel se caracterizan por sus posiciones neoliberales en varios aspectos, que van desde la fiscalidad hasta el poco respeto por los derechos laborales o la privacidad de los ciudadanos. En este sentido, una de las empresas de Thiel es la discreta Palantir Technologies, que presta servicios de gestión y análisis de datos masivos a gobiernos, ejércitos y cuerpos de seguridad, y se ha visto implicada en varias controversias sobre los sesgos de sus algoritmos. A título personal, Thiel fue un donante importante en la campaña presidencial de Donald Trump y uno de sus asesores principales en materia empresarial. El empresario es conocido por el público por haber hundido financieramente el grupo Gawker Media (editor de blogs como Gizmodo, Jalopnik, Kotaku y LifeHacker) en venganza por haber hecho pública su homosexualidad. Un deseo para controlar el discurso que, hasta cierto punto, comparte con Musk, que hace pocos meses se ofreció –públicamente, eso sí– a comprar el perfil de Twitter @ElonJet, que rastrea los desplazamientos de su avión privado.
No tardaremos en ver en qué se acaba traduciendo la flamante influencia de Elon Musk en el funcionamiento de Twitter. En todo caso, el contexto lo ha puesto Jack Dorsey, el cofundador de Twitter que dejó hace poco el lugar de consejero delegado. Dorsey ha declarado que añora el internet descentralizado de los orígenes, con los foros de Usenet, los chats de IRC, los blogs y la web abierta, y deplora que haya acabado fagocitada por las plataformas cerradas de empresas privadas como la que él fundó. Claro que renegar de tu propia creación resulta menos admirable si conservas alrededor de un 2,5% del capital.