"Os añoro mucho": qué hacer cuando el amor ha terminado
¿Cómo gestionas todo lo que hay, todo el poso, toda la vida vivida, todas las expectativas, todos los triunfos, todas las derrotas?
¿Qué haces del amor cuando el amor ha terminado? ¿Cómo gestionas todo lo que hay, todo el poso, toda la vida vivida, todas las expectativas, todos los triunfos, todas las derrotas? ¿Dónde colocas a la persona que habías escogido para compartir la vida en un nuevo escenario incierto como todo lo que empieza?
¿Cómo se combate la pena?
Dídac piensa todo esto mientras apila en un rincón el montón de cajas que le acaba de llevar el camión de las mudanzas en el piso nuevo donde acaba de aterrizar. No hay muchas cajas, pero con el balum de destierro también estaba el piano y un par de estantes que a la hora de la verdad se le convirtieron en un peso demasiado farragoso cuando pensaba que era él quien había de desmontarlo y llevarlo de un lado a otro. No sabe si eran más pesados aquellos muebles o el vacío que dejaban allí donde habían estado hasta entonces y de dónde habían sido arrancados. Y siendo francos, nunca ha tenido mucho traza con las llaves Allen y los destornilladores y es de los que siempre le acaban sobrando piezas de las que es incapaz de recordar el origen y el destino.
La separación con Lidia había sido hablada, pactada, consensuada. Sentida a partes iguales. Vivida con un dolor similar, cree, con convencimiento. Ella es la madre de sus hijos. Su compañera desde finales de instituto. La primera persona en todo. Su mejor cómplice, su mejor amiga, su mejor compañera de piso. La que encabeza cualquiera de las opciones en cualquiera de los casos. Cualquiera de las elecciones. Aún ahora.
Dídac, aunque ahora sólo puede sentirse desgraciado, es consciente de la fortuna que ha tenido durante tanto tiempo. Un tiempo que no podría asegurar con certeza si fue el mismo que acabó erosionando lo que él creía que era una historia imbatible. Durante los meses que han durado las negociaciones: la decisión, los pactos, las custodias, los horarios, la organización, los psicólogos, la nostalgia. La sensación de fracaso. La peor de tragar porque no hay respuestas ni certezas para tantas preguntas.
Durante el proceso él ha puesto un pie delante del otro. Siguió el orden establecido, hizo lo que tenía que hacer. Se ha dejado aconsejar. Ha facilitado cualquiera de las gestiones. Ha procurado no pensar demasiado hacia adentro. Ha hecho todos los trámites, no ha faltado a ninguna de las decisiones. Ha tratado de mantener la diplomacia y la cortesía. Ha intentado pensar con la cabeza. Ha querido mantener a raya la desolación.
No es hasta ahora, ante este montón de cajas y junto a un piano desguazado a la espera de que venga el afinador a volver a ponerle música y, por tanto, vida, que es consciente por primera vez de todo y no puede evitar sentirse abatido y desconcertado. Sol. En ese piso vacío donde resuenan tanto los pasos como la tristeza. Mientras piensa que en ese mismo momento, de un viernes cualquiera por la noche, sus hijos y Lidia, en otro barrio, se están preparando para hacer el ritual de la pizza y peli de cada semana. Sin él.
Se les imagina, cada uno ocupando su sitio, bien juntos, con el pelo aún húmedo por la ducha y con un paño de cocina cada uno sobre la falda para no ensuciarse el pantalón del pijama mientras Lídia les va dando. los triángulos que humean. Por orden y al mismo tiempo, porque les cuentan uno por uno y ninguno puede tener más que los demás. En especial los gemelos, que incluso mastican a la vez para ir al mismo ritmo. Todo esto lo hacen de forma automática (son muchos años de entrenamiento) mientras fijan la mirada en la tele, abducidos por todo lo que ocurre a un ritmo demasiado trepidante para un viernes tarde de rendición.
Dídac se les imagina y no puede evitar oír un pinchazo en el estómago. Los tres arremolinados contra uno de los apoyabrazos del sofá, dejando lo que hasta entonces era su sitio, intacto, a la espera. Y Lidia sentada en la butaca, ordenando, sirviendo, limpiando, vigilando, poniendo agua a los vasos. Bajando el volumen del aparato al entrar la banda sonora a desnivel con los diálogos. Y quizá masticando poco a poco su pedazo de pizza, que, después de todo, seguro que ya se ha enfriado y que ella come sin ganas. Se le imagina triste, como lo está él. Y evitando mirar de reojo el sitio vacío que hay junto a los niños. Y la pared limpia de atrás, sin un estante inmenso de madera de olivo precioso, en la que Dídac invirtió el primer sueldo como profesor en la universidad para poner todos sus libros.
Dídac les piensa con todo el amor del mundo y no sabe cómo lo situará, todo aquello, ni dónde. ¿Cuánto tiempo tendrá que pasar, de viernes a viernes, para no sentir el dolor que siente ahora y que le arranca las entrañas. Coge el móvil y escribe un mensaje a Lidia: "Os añoro. Mucho".
A continuación lo borra y marca el número de la pizzería que se sabe de memoria. "Una de espinacas con gorgonzola. Ahora le paso la nueva dirección".