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El primer banco catalán que hace aguas

Marc Amat
3 min
El primer banco catalán que hace aguas “Los bancos tienen un problema: cuando se produce una situación de euforia económica, suelen tomar decisiones que conllevan demasiados riesgos y, esto, puede acabar llevándolos de la gloria a una situación de quiebra -explica José-Luis Peydró, catedrático de economía de la UPF-. Es necesario que ejercitemos la memoria”.

El 27 de diciembre de 1920 la sede central del Banco de Barcelona, ​​ubicada en un colosal edificio neoclásico al principio de la Rambla, se levantó con una muchedumbre de curiosos en la entrada. Era lunes, pero a diferencia de los últimos setenta y cinco años, las pesadas puertas de madera estaban cerradas con cerradura y cerrojo. La prensa de la época iba llena: la primera sociedad bancaria moderna fundada en España había anunciado que nunca más volvería a levantar la persiana. El Banco de Barcelona había entrado en bancarrota y había decidido desaparecer.

La noticia, que había corrido como la pólvora, había sacudido de lo lindo la esfera económica de la capital catalana. Era un momento histórico. “Acababa de desaparecer uno de los primeros bancos de la historia de España y, en cierto modo, la entidad que había estado financiando durante más de medio siglo la industria y el comercio catalán”, recuerda Yolanda Blasco, profesora experta en historia bancaria de la UB.

Precisamente, si en 1845 la nueva burguesía catalana había decidido poner en marcha la entidad, lo había hecho por dar salida a unas reclamaciones cada vez más insistentes de los comerciantes e industriales, que pedían nuevos medios de pago y de provisión de crédito. Y el Banco de Barcelona, ​​capitaneado por hombres de negocios arraigados en el territorio y otros que habían vuelto de las Américas con los bolsillos llenos, había encontrado el instrumento perfecto: los billetes. “Realmente, entonces, eran una innovación en toda regla, como ocurre ahora con las criptomonedas -asegura Blasco-. El Banco había recibido el permiso excepcional para elaborar propios y habían arraigado enseguida entre los comerciantes”. De hecho, la puesta en marcha del banco había sido un éxito total: en tan sólo dos días había recaudado ya un millón de duros con la venta de las 5.000 acciones que habían emitido.

Pero con el paso de los años, todo fue torciéndose. La primera sacudida llegó en 1875, cuando el Banco de España asumió el monopolio de la confección de billetes. “El Banco de Barcelona se quedó sin poder emitir la herramienta que le había convertido en todo un referente”, explica Blasco. Además, ya a cambio de siglo, la competencia había empezado a tomarle cuota de mercado. "La entidad había entrado en el siglo XX con una mentalidad del XIX", resume José-Luis Peydró, catedrático de economía de la UPF.

Los directores intentaron dar un golpe de timón, que resultó nefasto. “Absorbieron a pequeños bancos con el objetivo de diversificar sus actividades y reforzar su dimensión”, explica Blasco. Pero cuando estalló la Primera Guerra Mundial y, con el conflicto, una auténtica euforia económica en Catalunya, los directivos apostaron por especular con el precio de las divisas. “Puede haberles ido bien, pero cuando la guerra acabó y el valor de los marcos y los francos se desplomaron, los arrastraron a la bancarrota”, explica Blasco. Esto creó incertidumbres entre la clientela, que se acercó al banco a retirar todos sus ahorros. La entidad se quedó sin liquidez. “Cuando hay un episodio de euforia, los bancos toman decisiones demasiado arriesgadas y eso puede arrastrarlos a la tumba -asegura Peydró-. De hecho, todavía sigue pasando hoy en día”.

La lección

“Los bancos tienen un problema: cuando se produce una situación de euforia económica, suelen tomar decisiones que conllevan demasiados riesgos y, esto, puede acabar trayéndolos de la gloria a una situación de quiebra -explica José-Luis Peydró, catedrático de economía de la UPF-. Es necesario que ejercitemos la memoria”.

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