El hombre que mató a los míticos sombreros Borsalino
Humphrey Bogart y Ingrid Bergman en Casablanca ; Harrison Ford en Indiana Jones ; Dan Aykroyd y John Belushi en The Blues Brothers. También Robert Englund, en el papel del terrorífico Freddy Krueger, en La pesadilla. En Hollywood, durante buena parte del siglo XX, las estrellas debían lucir sombrero. Era la moda. Y, en las películas, solía ser un Borsalino: de fieltro, con el ala perimetral blanda y ancha, con la copa ligeramente inclinada. En la parte superior, una arruga profunda; alrededor, una cinta para adornar. El sombrero de las películas de gángsters, el complemento perfecto para una gabardina, el compañero inseparable de un detective privado.
Los Borsalino aparecieron en buena parte de los filmes más taquilleros de la historia del cine del siglo pasado. Quizás por eso la empresa italiana que los comercializaba se fue tejiendo una vida de película.
Construimos su sinopsis. Pecetto di Valenza, 1834. Un bebé abre los ojos. Es Giuseppe Borsalino. A los trece años se da cuenta de que es un desastre con los estudios académicos y decide marcharse de su pueblecito natal para hacerse sombrerero en la ciudad de Alessandria, en el Piamonte. Enamorado de su profesión, se embarca hacia Francia -que era la cuna de la industria sombrerera- para mejorar la técnica y obtener el título de maestro sombrerero. En 1857 abre su primer taller en Alessandria. Diez trabajadores, diez sombreros al día. En 1861, ya tiene 60 y puede fabricar a diario 120. En 1876, la empresa ha crecido hasta 180 trabajadores y la producción ha subido por encima de los 400 sombreros diarios. Tiene tanto éxito que decide invertir fuerte, industrializarse y empezar a exportar.
En 1900 Giuseppe Borsalino muere con una plantilla de 1.250 empleados y una producción anual de 750.000 sombreros, según un extenso reportaje que publicó Business Insider.
Aquí comienza el drama. Su hijo toma las riendas y, aprovechando el tirón de la Belle Époque, lleva el negocio hasta cifras de récord: 2.000 trabajadores y dos millones de sombreros cada año. ¿El secreto? Venderlos como un producto que combina lujo y artesanía. Pero la Primera Guerra Mundial y el crack del 29 interrumpieron la racha. Las exportaciones se esfuman y la empresa intenta salvar los muebles como puede. Cuando muere, la compañía cae en manos de la tercera generación: un muchachito de 25 años que verá cómo el Borsalino triunfa en el cine pero no en las calles. Decidirá reenfocar el negocio y convertirlo en un producto hiperexclusivo: para fabricar un sombrero se necesitaban 52 pasos y 65 personas, un escenario oposadísimo al auge de la producción de masas del momento.
El nieto va echar la toalla y la empresa fue pasando por unas cuantas manos hasta que Marco Marenco, conocido con el apodo de el hombre del gas, fijó la mirada. “Era un magnate del campo de la energía sin ninguna experiencia en el sector sombrerero -explica Andrei Boar, profesor en la Barcelona School of Managment de la UPF-. Compró la empresa como un capricho”, comenta.
Marenco incorporó a Borsalino en su entramado de 160 firmas que había ido comprando a base de endeudarse. "Hacía transacciones ficticias y, en algunos casos, operaba con sociedades pantalla", apunta el experto. El escándalo en Italia fue mayúsculo. Con un agujero de 3.500 millones de euros, Marenco firmó la segunda mayor quiebra de la historia del país y, con él, hundió a Borsalino. Hoy la marca sigue vendiendo a pequeña escala, en manos del empresario Phillipe Camperio.
La lección
“El uso de paraísos fiscales en los entramados empresariales debe hacernos encender todas las alarmas y cuestionar la gestión que se hace del negocio -explica Andrei Boar, profesor en la Barcelona School of Management de la UPF-. También debe ponernos en alerta la necesidad constante de financiación y el elevado endeudamiento”.