Homentos y mujeres

El indiano que fue alcalde en Cuba pero no en Cataluña

Vilanova y la Geltrú recuerda con una estatua al empresario textil y filántropo Josep Tomàs Ventosa

Tomás Ventosa Soler 1797-1874
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Si alguien se pregunta por qué la capital del Garraf, Vilanova y la Geltrú, está hermanada con la ciudad cubana de Matanzas, la respuesta la encontrará en medio de la plaza de la Vila, donde se levanta una estatua imponente. Es Josep Tomàs Ventosa, que dejó una impronta imborrable en las Antillas y que llegó a ser alcalde de Matanzas un par de veces. Fue uno de los muchos indianos surgidos de la costa del Garraf -los Bacardí y los Brugal, por ejemplo, venían de Sitges- que arraigaron en América, donde desarrollaron negocios, carrera política y también un nada despreciable bagaje filantrópico. Por cierto, la propia estatua tiene su historia. Aunque la primera piedra del monumento se colocó en 1881 -coincidiendo con la llegada del ferrocarril a Vilanova, por iniciativa Francesc Gumà, otro indiano vilanovino instalado en Matanzas-, llevaba ya casi treinta años en la ciudad , pero en otro emplazamiento, en el edificio de las escuelas municipales. Y su origen era aún más lejano, porque se había hecho en Matanzas con hierro fundido.

Con sólo doce años, Ventosa abandonó la Vilanova natal para embarcarse hacia Cuba en busca de un futuro mejor y dejando atrás la invasión napoleónica. Con un gran espíritu de trabajo fue prosperando en el comercio de los tejidos, hasta llegar a acumular un gran capital. En 1839, con las necesidades económicas cubiertas, eligió enfocar sus capacidades hacia la política a través de un lobi llamado Diputación Patriótica. Esta asociación existía en Matanzas y en otras ciudades de Cuba y tenía por objetivo influir en el progreso material y sociocultural del país. El objetivo básico que preveía la entidad era conseguir la escolarización de todos los niños, sobre todo los que carecían de recursos. Años después vinieron sus dos etapas como alcalde de Matanzas (en 1847 y 1852) y sus viajes continuos a Cataluña, siempre según las posibilidades de la época.

Precisamente la intensa actividad benéfica que llevó a cabo no se limitó a Cuba, sino que también aprovechaba las estancias en Vilanova para movilizar los recursos necesarios para mejorar la calidad de vida de sus habitantes. Ventosa financió generosamente -lo que más- un proyecto de escuela innovadora que seguía el método llamado lancasteriano, un sistema que funcionaba en Londres con los niños pobres. Poco después aprovechó el fugaz proceso de desamortización de 1841 para adquirir unas fincas que pertenecían a los capuchinos y ofrecerlas a la ciudad con la condición de que se edificara un conjunto de escuelas públicas de carácter gratuito. Era una operación similar a la que ya había salido adelante en Matanzas pocos años antes.

Fuera del ámbito puramente educativo, también contribuyó a la configuración de Vilanova, porque la plaza de la Vila con la que empezábamos este relato también fue urbanizada bajo su iniciativa. Hoy, una de las principales vías de la ciudad lleva el nombre de Josep Tomàs Ventosa. También fue detrás de la fundación de una cabecera que más tarde sería el Diario de Vilanova, que existió hasta el 2018. Probablemente, el único aspecto de su fecunda trayectoria en la que no salió adelante fue el intento de hacer una carrera política a este lado del Atlántico. Tuvo que competir (en 1854) por los votos con personajes muy consolidados de la política estatal, lo que le cerró el paso de entrar en Les Corts.

Las crónicas sobre su muerte hablan de una enfermedad cerebral contraída durante uno de sus múltiples viajes transoceánicos. El desenlace se produjo en La Habana durante el verano de 1874. A pesar de no haber hecho ningún negocio vinculado a la esclavitud, su figura no ha sorteado las iras de los revisionistas presentistas, que en otoño de 2016 organizaron una performance en la plaza de la Villa de la capital del Garraf. Durante la intervención, su estatua recibió una ducha de ocho litros de sangre (en realidad, era pintura roja) y algunos otros de sus coetáneos indianos vieron cómo alguien escribía la palabra asesino en las placas que les recuerdan.

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