Amor y pimienta

Unos labios rojos se fundieron con otros del mismo color

Ella sabe que lo que vive no es ficción y que lo que siente es tan real como la vida

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Pintalabios rojo

Le suben los nervios por las piernas como si fueran una corrua de hormigas carreteando toda la comida de un invierno entero. No puede ni sabe permanecer quieta en su habitación. Se ha cambiado diez veces la ropa que lleva, dos los zapatos (básicamente porque no tiene más, zapatos de mudar), y frente al joyero medio abierto, se ha empleado un par de pendientes hasta que ha conseguido se por los dorados que tienen una perleta en el colgante.

Está nerviosa desde primera hora por la mañana. Incluso el hijo mayor, José, le ha dicho, cuando le ha ido a ver a la residencia para llevarla a misa, que la veía muy nerviosa, y le ha preguntado si se encontraba bien. Ella le ha contestado que estaba como siempre, y ha visto enseguida en la cara de su hijo que no se creía ni media verdad. Además, a las dos horas, ha recibido la llamada del hijo pequeño, que le proponía ir al cine la próxima semana. Y el hijo pequeño siempre es de los que van agobiados y le cuesta encontrar momentos para compartir con su madre, salvo la visita del fin de semana, que nunca falla. Por tanto, ha deducido que el hijo mayor ha llamado al pequeño, nada más salir de la residencia, para hacer frente común. Intuye que están bastante preocupados por ella. Pero ella ya es bastante mayorcita y quiere que la dejen un poco a la suya, aunque lo del cine es un argumento bastante imbatible en su caso. Saben, ambos, que el cine es una de sus pasiones y que desde que está en ese lugar, hace año y medio, ve poco y lo echa de menos. Aunque una vez cada dos meses, los cuidadores convierten a la biblioteca en un cinefórum, las películas que proyectan son demasiado comerciales para ella, tienen poca teca, ya ella le gusta el cine de verdad. Pero tiene poco quórum. A quienes, como ella, les gusta el cine, prefieren o bien las películas que ya han visto o las que no les hacen pensar demasiado. La evasión es la forma más directa de huir de la realidad. Y dejar el cerebro en punto muerto asegura el escapismo sin tener que disimular el truco.

Por eso al hijo pequeño le ha dicho que le parece bien que la próxima semana se lo lleve al cine y, además, la película que le propone le apetece mucho. El otro día leyó una crítica muy buena en el diario del centro que solo lee ella y pensó que le gustaría verla. Pero al hijo pequeño también le abuela rápido por teléfono. Todavía está por hacer muchas cosas y la hora se acerca.

No sabría decir cuándo empezó todo. Supone que es difícil poner un punto de principio en cualquier historia. No lo ha podido contar a nadie. Ella, en su interior, cree más en las intuiciones. Una mirada, una sonrisa. Empezar a hablar. "Soy viuda desde hace cuatro años"; "Yo hace uno". Una forma de pensar similar. Pero sobre todo cómo se entienden incluso sin decirse nada. Esa sensación de estar en un lugar conocido, de sentirse en casa. De saberse desde hace mucho tiempo ya la vez ser incapaz de imaginar la vida sin la otra. No ocurre ni muchas veces ni con todo el mundo. De hecho, pasa contadas veces y, cuando ocurre, alguien escribe una novela o hace una película o una obra de teatro. Pero ella sabe ahora que no es ficción y que lo que siente es tan real como la vida que ahora siente con más fuerza que nunca. Lo vive así. Tiene la percepción de que esto es muy especial. Nunca recuerda haber tenido ese desasosiego, aquellas cosquillas, esa piel erizada, cuando le coge la mano o cuando la mira. No recuerda nada como fue con Lluís. No recuerda haber pasado por ese camino otra vez. No recuerda ni la inquietud de la excitación, ni ese tipo de agitación. Y menos aún, recuerda, no haberlo podido decirlo a nadie y tener la sensación de estar cometiendo una imprudencia, correr un peligro, huir, por primera vez de las leyes establecidas.

Fue la tarde antes de que se marchara quince días de vacaciones con su familia a Palamós. En la residencia hacían la fiesta de fin de curso, y en un momento que se quedaron solas le dijo que quería hacerle un regalo. Era un paquete pequeño y lo había envuelto en papel dorado sin letras. Cuando lo abrió se encontró con un pintalabios rojo al rojo, precioso. Ella nunca había tenido un pintalabios rojo. De hecho, se les había pintado pocas veces en la vida, los labios. Pero le gustaba mirarle la boca siempre tan bien perfilada y una noche le dijo que le gustaba mucho cómo le quedaba ese fuego en la cara.

La tarde antes de las vacaciones, ella le regaló un pintalabios como el suyo. Le preguntó si quería que le pintara los labios y ella respondió que sí. Lo hizo con mucho cuidado. Estuvo mucho rato, mientras le decía que guapa que estaba. Cuando terminó le dijo que no era todo, que le faltaba lo más importante de todo. Entonces la besó. Unos labios rojos se fundieron con otros del mismo tono y se convirtieron en unos solos. Luego le dijo que se verían pronto y ella fue incapaz de responder nada porque temía que si abría la boca se le escaparía de golpe tanta emoción, tanto deseo, tanto amor. En cambio, lo encerró todo dentro de una jaula dorada pintada de rojo a la espera de que ella volviera.

Han pasado los quince días y ella está nerviosa. Se ha cambiado diez golpes de ropa. Ha elegido los zapatos y se ha engalanado con los pendientes de colgantes. Se mira en el espejo de tocador y se pinta con poca traza los labios.

Está listo para abrir de par en par la puerta de su jaula en un argumento de película que alguien ha escrito para ella.

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