Ya es oficial. Cataluña ha llegado este mes de noviembre a los 8 millones de habitantes. En 35 años, pues, desde la famosa campaña del Ya somos 6 millones hasta la fecha, la población catalana ha crecido en dos millones de personas. Más de la mitad de este crecimiento se debe a la inmigración extranjera que ha llegado en dos grandes oleadas a lo largo del siglo XXI. La primera, que comenzó poco después de la euforia olímpica y se concentró sobre todo en la primera década del siglo, fue muy visible y provocó numerosos estudios y análisis, ya que coincidía en un momento de crecimiento económico y cierto optimismo en el futuro de la globalización. Fue el momento en que Cataluña empezaba a verse a sí misma como una sociedad diversa y abierta al mundo pese a las muchas dificultades que, ayer como hoy, deben enfrentar los inmigrantes de culturas, muchas veces, distantes a la del lugar de acogida. La segunda ola, más silenciosa pero igualmente numerosa, ocurrió poco después de la gran crisis del 2008 y solo se detuvo por la pandemia. Hoy, fruto de estos grandes cambios demográficos, en Catalunya existe un 23% de la población nacida en el extranjero cuando a principios del 2000 no llegaba ni al 2%.
Ha sido una inmigración necesaria, porque sin ella habría habido un descenso claro de la población, ya que el crecimiento natural –que desde 2018 es negativo incluso teniendo en cuenta a los descendientes de estos inmigrantes– no basta para asegurar el relieve generacional. De hecho, otro de los datos destacados de este primer adelanto que realizó ayer el Instituto de Estadística de Catalunya (Idescat) es que cada vez hay más viejos. En estos años se ha doblado el número de personas mayores de 65 años, que ya suponen el 19% de la población total, y la esperanza de vida ha aumentado 5,5 años, desde los 77 años de 1987 hasta los 83 ,6 de media hoy.
Es importante tener claros estos datos a la hora de hablar y proyectar las políticas públicas del futuro. La sociedad catalana ya no es la misma de hace 40 años, y si la gran inmigración de los años sesenta fue un revulsivo que cambió por completo el país, la de estas últimas décadas también ha marcado y marcará a la Catalunya del futuro. Habrá que tener más en cuenta esta diversidad cultural y darle el nivel de visibilidad que ahora todavía falta en nuestra sociedad, todavía demasiado uniforme en lo que se refiere a su autorrepresentación simbólica. La mayoría de estos inmigrantes, como ocurrió con la gran emigración del resto de España, se han arraigado en Cataluña, y no puede que la segunda o tercera generación todavía tengan que oírse a menudo "Hablas mucho bien el catalán, pero ¿tú de dónde eres?"
Este cambio demográfico tiene repercusiones a todos los niveles, desde el sanitario hasta el educativo y el laboral, pasando por el inmobiliario. Y por supuesto habrá que tener muy claros los cambios necesarios en el tema asistencial. Las inversiones en escuelas ya no tienen la presión de los años del boom demográfico y, en cambio, tendrán que aumentar, y mucho, las relaciones con las necesidades de cuidado y asistencia de las personas mayores. Es fundamental tener claro el retrato del país que tenemos para ver hacia dónde van las tendencias y las necesidades de los próximos años y décadas de una Cataluña que cada vez es más plural.