Josep Maria Esquirol: “Pensar es empezar a cambiar la manera de vivir”
Catedrático de filosofía en la Universitat de Barcelona, con La resistencia íntima conectó con un gran público, y es que, a veces, un filósofo, un poeta, consiguen leernos. Josep Maria Esquirol cultiva una filosofía de la proximidad que nos ayuda a orientarnos por lo que él denomina “la herida infinita”. En su último libro, Humano, más humano: una antropología de la herida infinita, que ha publicado El Acantilado, nos ayuda a ver, sin ornamentos, cómo “el horizonte más importante no es el que va a lo lejos, sino el que va más adentro”.
Hemos vivido un año muy extraño, de muchas angustias. ¿Cómo las podemos superar?
— Hay cosas en la vida que no se superan con facilidad. Vivir es un gozo, pero vivir también es una dificultad y es, a veces, un camino que te lleva a tener que afrontar cosas. A veces, no se trata de superar sino que se trata de afrontarlo. La pandemia que todavía estamos viviendo es una situación que hemos tenido que afrontar como hemos podido. Entonces, afrontar una cosa significa no caer del todo, no quedar totalmente abatido, sino mantener una cierta resistencia y mantener fuerzas y también esperanza. La angustia, en este sentido, tienes que tratar de apaciguarla, pero si la hay, en cierta medida, es normal; es decir, ¿cómo puede no estar en personas que lo están pasando mal por el trabajo, por la salud, por mil cosas? Entonces, decir: “No, no, es que se puede superar la angustia”. No, no se puede superar la angustia, y aún así tienes que dar alimento, hacer refuerzos, abrir el horizonte. Lo importante es que el horizonte no se cierre, que el horizonte de las personas, tanto individual como colectivo, no se cierre nunca del todo, porque esto significa que siempre hay algo que te hace respirar y que te permite salir adelante.
Usted escribía: “El resistente sabe que pase lo que pase su acción no es absurda ni estéril”. Esto lo decía en La resistencia íntima hace seis años. ¿Esta idea de resistir es hoy todavía más útil que entonces?
— Creo que lo es siempre, pero es verdad que hay situaciones que son de zarandeo, son de incremento de la dificultad, que hacen más oportuna una actitud como esta de resistir. Y eso de que la acción del resistente es siempre sensata tiene que ver con una experiencia que tenemos cada uno de nosotros cuando vemos que una cosa que hacemos tiene sentido, no es absurda, a pesar de que, quizás, no sea aquello que cambie el mundo. Yo pienso muchas veces: “Esto no cambiará el mundo. No solo el mundo, sino que no cambiará ni el pequeño pueblo en el que estoy viviendo”, pero, aún así, esa acción tiene sentido y esto ya es mucho. O sea, la gente no tenemos que pensar solo en mayúsculas (que también), sino también en la letra pequeña.
Con La resistencia íntima, de alguna manera hacía frente a la sociedad del consumo. ¿En estos últimos meses han cambiado menos las cosas de las que podrían haber cambiado?
— Sí, si la medida es ideal siempre piensas que esto evidentemente podría ser mucho mejor. Es verdad que en el consumo hay algunas cosas que a mí me parecían muy excesivas, y esto ha disminuido muchísimo. Yo vivo en un pueblo del Alt Penedès que se llama Sant Joan de Mediona, y pensaba: “Ostras, en los últimos años vuelan muchos aviones”, pero muchos, y pensaba que esto no podía ser bueno de ninguna manera, porque los excesos no son buenos, y ahora los vuelos se han reducido muchísimo. Bueno, del mismo modo que se ha reducido el consumo de un cierto tipo de viaje que quizás no era tan imprescindible, se habrían podido reducir también otros tipos de consumos que probablemente también son excesivos. Ojalá podamos encontrar la medida y salir adelante con un tipo de vida que sea, como mínimo, algo más austera en todo.
Cuando habla de su filosofía no la califica de austera, pero sí de filosofía sin lujo.
— Sí, porque te lo tienes que aplicar a ti mismo. Es decir, tú no puedes ir diciendo a la gente que tiene que tratar de quedarse con lo esencial y tú hablar más de la cuenta y discursear sin cesar. Entonces, en correlación un poco con esta idea de ir a lo que es nuclear, pienso que, también, la filosofía tiene que ser una filosofía poco pretenciosa, que no quiera explicarlo todo, que no quiera, tampoco, deslumbrar. Tiene que decir algo, porque para eso está. Es decir, tenemos que pensar y tenemos que pensar el máximo de bien posible, pero tenemos que tratar de quedarnos con lo más valioso y no hinchar el pensamiento, no hacer una hipertrofia de las palabras, porque son demasiado preciadas para que las estropeemos.
¿La sencillez aparente ayuda a llegar a lo concreto?
Sí, muchas veces no hace falta un lenguaje demasiado complicado, ni demasiado técnico, en el sentido de unos conceptos que prácticamente no ha oído nunca nadie. Alguna vez hay alguna palabra que ha sido forjada por algún pensador y es oportuna y va muy bien, pero casi siempre el lenguaje coloquial es el mejor. La sencillez del lenguaje coloquial no es nada banal.
¿A veces es más compleja la sencillez?
— Es compleja y a la vez rica, sobre todo rica. Es decir, de muchas palabras puedes sacar mucho provecho, mucho jugo, si buscas la literalidad, o si buscas alguna imagen que tiene asociada. En este sentido sí que como lo importante es llegar a lo concreto, a lo más concreto, porque la vida de cada uno de nosotros es muy concreta, no hay nada más concreto que esto, pues, entonces, el pensamiento que va a buscar esta concreción también tiene que vehicularse a través de lo sencillo y de lo concreto.
En sus libros habla de lo que es nuclear vitalmente. ¿Cómo nos quedamos con lo más nuclear cuando hay tanto ruido y tanta incertidumbre?
— Se trata de desnudar un poco, porque hay muchas teorías, muchas cosas innovadoras, también en el mundo de las ciencias humanas y sociales. Creo que hay una proliferación de discurso excesiva y, entonces, entre eso y, después, también, otras cuestiones más ideológicas que circulan en nuestro contexto, hace falta un trabajo de, digámoslo así, desnudarse un poco de cosas que son quizás superfluas, que son un poco banales. Esto nos ayuda no a capturar y dominar lo esencial, pero sí a acercarnos un poco a ello.
¿Cosas nucleares como el silencio, por ejemplo?
— El silencio es una cosa que se puede entender de varias maneras, efectivamente. Hay un silencio que tiene que ver con el no hablar cuando se tendría que hablar, este silencio no es bueno; hay un silencio que tiene que ver con el vacío, por ejemplo. Pascal decía: “Una cosa que me deja un poco angustiado es el silencio de los espacios siderales”. Bueno, este silencio tampoco es bueno. Ahora b ien, hay un silencio que, sin duda, nos va muy bien, un silencio elocuente, que expresa cosas, es un silencio que tiene que ver con los procesos de madurez. Cuando una persona sabe también estar sola en silencio acostumbra a ser una persona que también puede sacar el máximo provecho de la compañía, es decir, entre la soledad silenciosa y la compañía no hay una incompatibilidad, sino casi una vecindad buena. Este silencio que tiene que ver con la madurez, que tiene que ver con la serenidad, que tiene que ver con la paz, que tiene que ver con la comprensión de las cosas, este silencio es muy bueno y muy beneficioso.
¿Qué significa “lo concreto” de nuestra vida?
— Cuando decimos que hacemos filosofía o estamos pensando, nosotros acostumbramos a usar conceptos abstractos. Por ejemplo, la vida humana. Muy bien. La vida humana es una expresión abstracta, que nos ayuda a pensar y a entendernos, pero, realmente, lo que existe son personas humanas, no existe la vida humana, existen personas humanas que tienen nombre, que son, digámoslo así, absolutamente singulares, y pensar no quiere decir acercarse al concepto de vida humana, sino a estas personas. La realidad es esta y la vida humana es esta. Eso quiero decir con “lo concreto”.
¿Por eso es importante el nombre de cada persona?
— Sí. El nombre es una pista, tú tienes que buscar maneras de irte acercando a esto más concreto. Hay cosas obvias a las que hay que prestar atención. Y he aquí una cosa que todos sabemos, pero que a veces conviene focalizar: el nombre, la manera de dirigirte a una persona, es una buena pista para ir hacia esto concreto, porque obviamente son nombres que tiene mucha gente, por ejemplo Joan, Maria o Anna, pero cuando decimos “Anna”, o sea, ese nombre común, es decir, entre comillas un poco abstracto, al usarse para dirigirse a alguien ya se convierte en absolutamente concreto y Anna es Anna. Es decir, no es una cuestión lingüística, sino una cuestión de cómo incluso lo que es común se convierte en absolutamente propio al dirigirse a alguien, pero muy, muy, muy propio.
Usted hablaba hace un momento de la importancia de las palabras, y ha elegido la herida infinita. ¿Por qué ha elegido herida para explicar esta complejidad de lo humano?
Tenía varias opciones. Quería explicar que en lo más profundo de nosotros mismos, en lo más profundo de cada persona, más que una capacidad o un poder hay una especie de conmoción o una afección. Es habitual hablar del ser humano como lo que es, capaz de razonar, el que tiene capacidad racional, o aquel que tiene el poder técnico, es decir, el poder de instrumentalizar su entorno para cambiarlo del todo. Creo que hay una cosa más profunda, todavía, que esta capacidad o el poder, que es sentirte como tocado, conmovido. Entonces, este sentirse conmovido no es fácil de expresar y a pesar de que herida es una palabra que tiene connotaciones un poco fuertes y que se tienen que contextualizar, a mí me pareció que era la mejor. Herida significa que estás realmente tocado. Sí que a veces aludes a cosas que duelen, pero no solo eso. Es decir, yo siempre pongo el ejemplo para explicar esto de este símbolo un poco de los adolescentes que es un corazón atravesado por una flecha cuando están enamorados. Es un símbolo muy filosófico, porque no se indica una cosa que se querría apartar, sino que se indica una cosa que en principio es bonita o en la que se quiere estar, y, por lo tanto, yo hablo de la herida en este sentido; es decir, una cosa muy, muy importante, que nos atraviesa, que nos traspasa, que nos conmueve.
Y, a la vez, a esta debilidad excesiva muy a menudo no sabemos cómo hacerle frente.
— Se puede llamar debilidad, pero es una vulnerabilidad. Esta es una palabra de uso coloquial, vulnerabilidad. Decimos que somos seres vulnerables, somos personas vulnerables. Es verdad que unas lo son más que otras, pero, mira qué bonito, vulnerable viene del griego y vulnus significa herida. Por lo tanto, vulnerabilidad ya lo indica literalmente, significa “capacidad de ser herido” o “posibilidad de ser herido”. Pues bien, esta vulnerabilidad yo no la entiendo como un defecto, sino al contrario. O sea, esta debilidad es lo que nos hace estar más abiertos a los otros y al mundo. Es lo que, de hecho, nos hace vivir. O sea, nos hace vivir en el sentido que nosotros decimos: “Vivir es sentirse vivo”. O sea, sentirse viviendo. Yo mismo, ahora, no solo hablo, sino que siento que hablo, entonces, este reflexivo, este sentirse es ya producto de la afección, porque tú no puedes decir: “No me pasará esto”. Sí, sí te pasa. O sea, tú no puedes no sentirte viviendo. ¿Por qué no puedes? Pues porque esto no depende de ti, esto te pasa a ti. O sea, esto te viene hacia ti. Es como si la vida te abrazara a ti, y si estás abrazado por la vida, también estás tocado por la muerte. O sea, que el rozamiento de la muerte ya te ha tocado, también. Cuando hablo de “herida infinita” me refiero a cosas de este estilo, a saber: al abrazo de la vida o al rozamiento de la muerte.
Usted dice: “Ser humano no significa ir más allá de lo humano, sino intensificar lo humano de lo humano...”
— Esto es una derivada más, porque si nosotros entendemos que lo más profundo de nosotros mismos es como una especie de maravilla, es decir, este sentirse venido al mundo, a la vida, a la luz; si esto es una cosa realmente valiosa que nos abre, pues, entonces, ¿qué tenemos que decir? Hombre, tenemos que decir que lo más preciado tiene que ser cultivar y profundizar más en esto que nos constituye. Y, en cambio, he aquí que una de las ideologías de nuestro tiempo tiene que ver con este más allá, porque esto, aunque no lo parezca, es así. Es decir, las ideologías más sutiles a veces son las más eficaces.
¿Más humanos o ir más allá de lo humano?
— Hoy hay una ideología que es querer ir muy allá, o sea, querer correr mucho. Cuando se dice posthumano o transhumano, fíjate: posthumano es “más allá de lo humano”; transhumano igual, “más allá de lo humano”. Y yo me pregunto: ¿dónde está la gracia de querer ir más allá de lo humano y, en cambio, quedarse corto en humanidad? ¿Por qué el horizonte es de superar y no de intensificar? Y, por lo tanto, es el título de este libro. Creo que lo que es oportuno, lo que es sensato, lo que tiene todo el sentido, no es abandonar a lo humano atrás, sino profundizar todavía más en lo humano.
“Somos pequeñas verticalidades precarias sobre la horizontalidad de la tierra”
¿Vivimos un doble movimiento entre la tendencia a la homogeneización de las masas y la hipertrofia del ego que se da en espacios como por ejemplo las redes sociales?
— De las redes no puedo hablar mucho porque no domino mucho el panorama, las conozco más bien poco o nada. Ahora bien, de los problemas del yo sí puedo hablar. Es decir, una cosa es hacer la apología de lo más profundo que nos constituye y otra cosa es no estar atento a las degeneraciones, que siempre son posibles, ahora y en todos los tiempos. Entonces, ¿qué tipo de degeneración hay? Pues, como mínimo, hay de dos tipos: uno, como decías, es la tendencia hacia un tipo de indistinción, o sea, una homogeneización. Es decir, eso que Ortega ya decía pronto hará cien años, cuando hablaba de la masa, la sociedad de masas. ¿Qué significa una sociedad de masas? Hombre, masa, ¿cuál es la imagen más, digámoslo así, pragmática de la masa? Pues la masa del pan. La masa del pan tiene la característica de que es como una materia totalmente flexible y homogénea que (y esta es la cuestión) deja que tú le pongas cualquier molde. Por lo tanto, ¿qué característica tiene la masa? La adaptabilidad a cualquier molde. Hay un tipo, digámoslo así, de sociedad que tiende a la masificación, y esto es un problema, porque significa que aquella sociedad puede coger la forma que sea, puede coger buenas formas, pero también puede cogerlas nefastas. Por lo tanto, es mejor una sociedad que no esté masificada, sino que tenga una cierta consistencia, que no se deje llevar hacia cualquier lugar.
El otro problema no es ya de masificación social y, por lo tanto, de indistinción, sino de egos muy hinchados. Esto se ha denominado tradicionalmente el orgullo, la soberbia. Y no es bueno. Pero ¿dónde está el problema? No se encuentra en el yo concreto, o sea, en el yo más o menos humilde, sencillo, concreto, sino en una hipertrofia de esto. El orgullo no lleva a ninguna parte, la soberbia no lleva a ninguna parte, porque hace creer a unas personas que están por encima de las otras, cuando, en realidad, todos somos iguales. O sea, a mí me gusta mucho utilizar esta imagen de que todos somos pequeñas verticales precarias sobre la horizontalidad de la tierra. Y quien dice: “No, es que yo vuelo”. Pues no, debes de volar un poco, pero no mucho. Quiero decir: vuelves a aterrizar en el suelo, y estás igual que los otros. La soberbia es un intento de “No, es que yo estoy elevado en una especie de púlpito”. Pues, no, háztelo mirar y verás que no.
Usted se atreve con una palabra que, a veces, está como mal vista, que es la bondad, que es esta manera de relacionarse entre las otras verticalidades...
— Sí. Es una lástima que haya palabras que son tan sencillas y, a la vez, tan valiosas, que no se usen adecuadamente. Bondad me parece que es una de estas palabras. O sea, es que la bondad lo es todo. Una persona buena tiene lo más importante. O sea, no se puede exigir. Un amigo que tengo, profesor, me dijo: “Mira, es que hay una persona que me ha venido a reclamar la nota. Yo le he puesto una buena nota, ¿eh?, pero aquella persona todavía quería que fuera superior”. Y me dijo: “Es que, mira, pasa una cosa, sí es inteligente, pero tendría que ser más buena persona”. Y añadió (y yo estoy de acuerdo): “Porque yo creo que, finalmente, la bondad y la inteligencia van de la mano”. Y yo también lo pienso un poco, esto. Los sabios más sabios de toda la historia son personas que también han destacado por su bondad o por su generosidad. Por lo tanto, sí, es una palabra tan o más importante que sabiduría.
“La bondad y la inteligencia van de la mano”
Por lo tanto, debemos de estar socialmente despistados...
— Es esto, nos perdemos. El lenguaje es muy importante, pero no estrictamente como elemento lingüístico, valga la paradoja en este caso, sino que el lenguaje hace que nos entendamos a nosotros de una determinada manera, que nos relacionemos con los otros de una determinada manera. Las palabras que usamos las podemos usar más como formalismo o algo más cargadas de significación. Y, por lo tanto, si una persona no utiliza la palabra bondad no pasa nada. Ahora bien, la pérdida progresiva de palabras como esta, eso sí es un problema, porque esto es un síntoma, o sea, que aquí pasa algo. ¿Por qué abandonamos progresivamente el lenguaje coloquial y conceptos tan bonitos como este? ¿Por qué? Pues porque, posiblemente, cada vez nos entendemos menos a nosotros mismos. Es un poco lo que decíamos al principio: hay mucha proliferación teórica, pero, en cambio, la comprensión de nosotros mismos, de nuestra situación en el mundo, el sentido de las cosas, yo creo que esto ha menguado. Y esta comprensión que va a la baja tiene que ver también con el empobrecimiento del lenguaje.
“La comprensión de nosotros mismos, de nuestra situación en el mundo, el sentido de las cosas, ha menguado, y esto tiene que ver con el empobrecimiento del lenguaje”
Además de profundizar en conceptos como por ejemplo intimidad, refugio o repliegue, en La resistencia íntima usted también reivindicaba la memoria y la imaginación. ¿Qué papel tienen que tener para reconstruirnos en la pospandemia?
— Separo muy poco esto que se denomina también “las capacidades”, es decir, la memoria, la imaginación, la inteligencia. Nosotros somos capaces de pensar, de reflexionar, y para hacerlo usamos imágenes, figuras, y hacemos variaciones sobre estas figuras. Las variaciones de estas figuras y la manera de hacerlo podemos llamarlo imaginación. Imaginación significa realmente esto, un trabajo con imágenes, o también memoria, que es otro tipo de imaginación. Pensar es uno de los verbos más importantes de la vida, es decir, es una de las acciones más importantes de la vida porque el ser humano se tiene que orientar, nos tenemos que orientar. Esto también es muy concreto. Fíjate que sobre esto alguien podría decir que yo hablo del pensamiento, de filosofía. Pues no, no. Yo lo que digo es que vivir quiere decir orientarse. No podemos vivir sin orientarnos. Es decir, saber hacia dónde ir, tener algún punto de referencia. Orientarse tiene que ver con oriente, es decir, por donde sale el sol. Quien sabe por dónde sale el sol al menos sabe esto. Imagínate quien no sabe por dónde sale el sol, la desorientación es enorme. Por lo tanto, tener puntos de referencia. Esto significa pensar. Buscar puntos de referencia que permitan, como decía antes, abrir horizonte y que puedas ir andando y dar pasos hacia este horizonte. Esto es lo que a nosotros nos conviene: un tipo de imaginación, y de memoria, que nos ayude a orientarnos, a veces en situaciones de más dificultad.
“Alguien podría decir que hablo de filosofía. No, yo lo que digo es que vivir significa orientarse, saber hacia dónde ir”
¿Este pensar va en detrimento de actuar o nos tiene que ayudar a actuar de manera orientada?
— Hay un vínculo esencialísimo. Esto de “No, es que hay gente que piensa que no hace nada”. Ui, pues quizás no piensa muy bien, porque si se piensa, digamos, tal como se tiene que pensar, el pensamiento lleva a actuar. Cuando tú comprendes una situación sabes mejor cómo orientarte en esa situación. Por lo tanto, si se utiliza la palabra orientación, que creo que va bien para relacionar una cosa con la otra, cuanto más comprendes más ves lo que se tiene que hacer. Y, en un cierto sentido, ya no solo esto, sino que, incluso, pensar ya es estar actuando. Cuando se piensa de verdad las cosas ya están cambiando. Se nota con la mirada. Cuando una persona ha reflexionado sobre un tema se le nota con la actitud, con el ademán. Su situación personal ya ha cambiado. Esto ya lo decían los clásicos, decían que pensar es una forma de empezar a cambiar la manera de vivir. Quien piensa ya se está cambiando a si mismo. El pensamiento ya es la transformación radical de un mismo.
Dice: “Es mejor referirse a los humanos como los que nacen en vez de los que mueren”. ¿Es cambiar el punto de vista?
— Nosotros no solo morimos, sino que nos sentimos mortales. Sentimos que moriremos y este sentirnos finitos, mortales, lo empapa todo. Empapa toda nuestra vida, aunque queramos huir, aunque queramos evadirnos. De esta profundidad de la herida de la muerte no se puede dudar de ninguna forma. Es indiscutible. Ahora bien, no se trata de hacer una contraposición de decir: “No, olvidémoslo, esto”. No, no. Lo único que pasa es que también podemos pensar en la profundidad de este tipo de herida que es haber venido a la vida. Estar aquí significa haber abierto los ojos al mundo, a la luz, una cosa como mínimo igual de sorpresiva y misteriosa que el hecho de tener que morir. ¡Como mínimo! Y yo, de hecho, pienso que es algo más misterioso todavía. No mucho más, pero sí algo más. Tendríamos que prestar mucha atención y no solo hablar de la herida de la muerte. Tenemos que hablar de esta admirable, sorprendiente y misteriosa herida de la vida.
¿Quizás ayudaría más a orientar la vida centrarnos en la vida y no en la muerte?
— Yo creo que sí. Pero reitero que no quiero hacerlo excluyente de la muerte. No se trata de decir: “Yo ahora apuesto por la herida de la vida”. No, no. Existen las dos y las dos son muy profundas. Ahora bien, lo que digo es que este misterio de haber venido es como una especie de cosa que, según cómo, no solo nos ayudaría a orientarnos un poco mejor, sino que (y esto es muy importante) nos daría algo más de esperanza. Y algo más de esperanza sería una cosa muy valiosa porque poco, a veces, es mucho.
Usted dirige un grupo de investigación que se llama Aporia dedicado a la relación entre la filosofía y la psiquiatría. ¿La filosofía es una herramienta para la psiquiatría?
— Pensar y reflexionar no es prioritariamente buscar la explicación de las cosas (que también, eh, digo “prioritariamente”), sino orientar la vida. Entonces, ¿qué pasa? Pues que explicar las cosas está al servicio de orientar la vida, pero no al revés. Si pensar quiere decir “orientar la vida”, a la fuerza tiene que conectar con disciplinas científicas como por ejemplo la psiquiatría o la psicología o ciertas terapias serias. Porque terapia significa ayuda. Ayuda a uno mismo para orientarse. Entonces, cura. La filosofía como cura. En este sentido hemos conectado desde hace ya bastantes años con el mundo médico, con algunos seminarios, con médicos. La colaboración más estrecha se está produciendo en el ámbito de la psiquiatría. De hecho, incluso algunos psiquiatras jóvenes están haciendo la tesis doctoral (esto es una muestra, pero es una muestra significativa) en la Facultad de Filosofía, sobre temas, entre comillas, filosóficos.
Probablemente, esta orientación de la vida nos da mejor salud mental, y la salud mental es una cosa de la que hablamos poco. ¿Por qué tenemos este miedo de hablar de nuestra salud mental o de nuestra capacidad de orientarnos por la vida?
— Quizás sí que, como dices, hay un poco de miedo a la hora de hablar de según qué temas de salud mental. Porque, hombre, es uno de los terrenos, de los ámbitos, en los que se ve con mucha claridad que la vida humana de cada uno de nosotros cuelga de un hilo.
¿La intemperie?
— Sí. Es una intemperie. Pero en general, en temas de enfermedad, mientras tenemos salud no nos damos cuenta lo suficiente de lo fácil que es no tenerla. El equilibrio humano y la vida siempre cuelgan de un hilo, y darnos cuenta de ello, ser lo suficientemente conscientes de esta debilidad, no es una cosa que nos llene de dicha. Permanecer cerca, cuidar y responder a la vulnerabilidad nos fortalece. Mientras que, en cambio, la fuga, como toda evasión, incrementa el malestar.