SOS de los bosques catalanes: los árboles agonizan y la fauna desaparece

La falta de agua arrastra masas enteras de plantas al colapso y el riesgo de incendio se dispara

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Un conjunto de pinos muertos al inicio de la carretera de las costas del Garraf

BarcelonaLa excepcional sequía que vive Cataluña está matando a los bosques. Los árboles adoptan tonos marrones, pierden las hojas, e incluso caen en masa. La falta de precipitaciones y el aumento de las temperaturas, agravado por un abandono de la gestión forestal "durante los últimos 40 años", han llevado al ecosistema catalán a una situación límite. La directora general de Bosques y Gestión del Medio del departamento de Acción Climática, Anna Sanitjas, califica la situación "de emergencia forestal": "Es la crónica de una muerte anunciada. Hay muchos árboles que malviven, que se hacen la competencia unos a otros por el agua". La experta en afectaciones forestales por sequía del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) Mireia Banqué coincide: "Nuestros bosques son jóvenes, densos, pero habitualmente están poco gestionados. No hemos cuidado hasta ahora".

Según el último informe elaborado por Acció Climàtica y el CREAF, publicado en 2023, la gran sequía que afecta al país desde 2022 afecta a 33.072 hectáreas de bosque. Se trata de un fenómeno generalizado en todo el territorio, pero que sobre todo se ceba con las costas del Garraf, la Cataluña central (especialmente Osona y el Moianès) y el Baix Llobregat. "Los bosques que más están sufriendo son aquellos que habitualmente habían recibido mucha agua y que ahora ya no tienen", puntualiza Banqué. Y añade: "Nosotros, o los animales, tenemos una movilidad que nos permite ir a buscar el recurso cuando es escaso. Pero los árboles están arraigados, no se pueden mover. El agua sólo puede caerles del cielo".

Pérdida de biodiversidad

Cuando existe una falta de precipitaciones extrema y sostenida como la actual, lo primero que hace el árbol es recurrir a sus reservas. A medida que se va quedando sin agua, y como estrategia de supervivencia, suelta las hojas en un proceso que se conoce como defoliación. En 2022, el 13% de los árboles de Catalunya tenían una defoliación grave, mientras que en 2023 (el último año con datos actualizados) la cifra ha subido hasta el 84%. "Si a un árbol le faltan la mitad de las hojas es un síntoma de estrés", avisa Banqué de que, sin embargo, distingue entre dos grandes tipos de plantas, las coníferas y los planifolios.

Las ramas de un árbol muerto en Les Gavarres.

Las coníferas (como los abetos, los cipreses y los pinos) resisten con mayor facilidad los períodos de sequía, pero llega un momento en que también llegan al límite. "Sus hojas se secan y no tienen la capacidad de rebrotar", dice Banqué. El pino silvestre, el pino carrasco y el pino laricio son las especies más afectadas actualmente. En cambio, cuando los árboles planifolios (como encina, roble y haya) se secan y dejan caer las hojas, sí pueden llegar a sacar nuevas. "El árbol pierde todas las hojas cuando no le corresponde, pero sigue vivo –añade la investigadora–, que es lo que está ocurriendo en grandes extensiones de encinas".

El caso de las encinas también ilustra que los árboles no son los únicos que agonizan por la sequía, sino que su impacto se extiende a la fauna que habita o depende. "La encina, que es inteligente, antes de morir decide no reproducirse y no da bellotas", explica Joan Real, profesor de la Universidad de Barcelona (UB) y coordinador del Centro de Monitorización de la Biodiversidad de las Montañas Mediterráneas (CMBMM). Esto produce un efecto en cadena: los animales que se alimentan de bellotas, como los ratones, se reproducen poco; a su vez, las rapaces, que se nutren de los ratones (por ejemplo, el gamarús), también disminuyen sus poblaciones. "Nunca habíamos visto una disminución tan grande de micromamíferos", constata el profesor, que ha realizado numerosos seguimientos de la biodiversidad en el ámbito del parque natural de Sant Llorenç del Munt y L'Obac.

Árboles con signos de sequía en Les Gavarres.

Las especies acuáticas también son víctimas de la falta de agua, con un especial impacto en las bagres, las espinillas de montaña e, incluso, las truchas. "Existe una reducción del caudal del río y, por tanto, hay algunos tramos que se pueden quedar secos. Las especies que viven en los ríos y en los torrentes se mueren, o tienen dificultades de supervivencia debido a la disminución de la concentración de 'oxígeno", indica Real.

El escollo de la gestión forestal

La pérdida de biodiversidad no es la única consecuencia devastadora de la histórica carencia de lluvias. Tal y como apunta el director de la Federación Catalana de Asociaciones de Propietarios Forestales (Boscat), Jordi Tarradas, la muerte y debilidad de los bosques aumenta el riesgo de incendio. "Podemos llegar a tener sexta generación", avisa. Estos fuegos se caracterizan por una alta intensidad así como una alta velocidad de propagación. "Si el incendio es de este tipo y llega a una zona donde todos los árboles están muertos, la capacidad de extinción de los bomberos puede menguar –coincide Sanitjas–. Iniciamos la peor campaña de prevención de incendios de los últimos 30 años" , insiste la experta. Paralelamente, la falta de lluvias favorece la proliferación de plagas –insectos o bacterias– que matan a los árboles más vulnerables.

¿Qué se puede hacer, pues, para ayudar a los bosques? Banqué subraya dos ejes clave: favorecer la biodiversidad y realizar gestión forestal para reducir la competencia entre los árboles. "Cuanto más diverso es el bosque, más probable es que algunas de las especies presentes sea resistente", argumenta. Desde el departamento de Acción Climática, según detalla Sanitjas, ya se están tomando medidas en esa dirección. Por ejemplo, retirar los árboles muertos que generan peligro para las personas y los que están en zonas estratégicas de peligro de incendio, realizar aclares en los bosques más ahogados, y proporcionar al sector forestal más líneas de ayudas. "La solución para estar preparados por próximas sequías implica tener bosques mejor gestionados", sostiene Sanitjas. El director de Boscat también defiende la gestión forestal como "principal herramienta", pero pide el apoyo de las administraciones para que pongan en marcha un Plan de Emergencia dotado de ayudas para hacer frente al impacto de la sequía en los bosques. "Llegan ayudas ordinarias y de prevención de incendios, pero no existe una ayuda específica para la sequía. Los bosques no son una prioridad", lamenta.

Un operario del Grupo Especial de Prevención de Incendios Forestales (GEPIF) trabajando en un bosque en Sant Climent del Llobregat.

Para el profesor de la UB, Joan Real, lo importante es la planificación. "En función de cada área y de los usos que quiera dar su propietario al bosque, debe realizarse una gestión u otra." Y continúa: "También debemos ser conscientes de que nuestros paisajes van a cambiar". Lo más probable es que se mediterranicen, apunta. "Estamos viendo el cambio climático en tiempo real. Un proceso de cambio de vegetación puede tardar cientos o miles de años, y ahora lo estamos viviendo a gran velocidad", añade Tarradas.

La investigadora del CREAF comparte este punto de vista y afirma que nos encontramos en un proceso de "transición". Es decir, al cambiar las condiciones de los ecosistemas, también se están produciendo modificaciones en las especies. Sin embargo, asegura que el ecosistema de bosque "se mantendrá". "Con los años se recupera, aunque sea transformándose. Ahora bien, en vez de ser frondoso, con sombra y árboles de copas grandes, será aclarado, con matorrales. La imagen que todos tenemos cuando pensamos en un bosque irá cambiando – anticipa–. Todos pensábamos que los recursos eran infinitos y que podíamos hacer lo que quisiéramos, pero ahora estamos viendo que la naturaleza nos pone en su sitio", concluye Real.

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