El ARA publica que, según la Fundación Conocimiento y Desarrollo (CYD), la mitad de las diez mejores universidades del estado son catalanas. En el número 1 se encuentra la Universidad Autónoma de Barcelona, al cinco, la Universidad de Barcelona, al seis, la Universidad Pompeu Fabra, al nuevo la Universidad Rovira i Virgili y al diez, la Universidad Ramon Llull. Lo leo en el tren, mientras vuelvo a dar una conferencia, justamente en la Autónoma, sobre mi oficio, el de la escritura, para estudiantes.
Los impulsores de la actividad (se intenta fomentar la lectura entre estudiantes) me han venido a buscar a la estación, me han llevado al departamento correspondiente a hacer el papeleo y me han invitado a café y bocadillo . Como me gusta hablar con sabios, hemos hablado de programas, como éste en el que he participado, proyectos de investigación o estudios. Me he dado cuenta de un problema, que no es menor, y que afecta a la distribución económica entre territorios. Si quieren invitar a un catedrático de otra universidad a la suya, lo máximo que pueden pagar por un hotel son 60 euros. Este precio en según qué sitio de España puede ser muy razonable. En Cataluña, y en Barcelona en particular, es irrisorio. Con 60 euros, aquí, no envías al catedrático ni al Camping La Botritis Noble. Quizás lo puedes colocar en un Airbnb.
Si extrapolamos esto a otros ámbitos de la vida, tenemos que un jubilado catalán, un estudiante catalán, un obrero catalán no tiene el mismo nivel de vida que un jubilado, un estudiante o un obrero de otros territorios peninsulares. La cuota de autónomos es la misma en Barcelona que en Montijo (donde vive uno de mis hermanos), pero el alquiler, el precio de la vivienda, los menús, el precio de la verdura no son los mismos. Cuando hablamos de solidaridad interterritorial nunca miramos lo que te dan, en Barcelona, por sesenta euros.