En 2021, la novelista ganadora del premio Booker Arundhati Roy publicó un artículo titulado “Vivimos en una época de minimacreos”, haciendo referencia al incremento de violencia en la India: la marginalización de la comunidad musulmana, la deriva autoritaria del país, las agresiones contra las mujeres... Todo ello, con la complicidad de los medios de comunicación. Al final del texto, se preguntaba por el rol del artista en tiempos de democracia en crisis: el arte, decía, debe servir para ver mejor. Para ver más hondo. Por tener muchos ojos que lleguen donde normalmente cuesta llegar.
Parece que el ambiente que describe Roy en India resulta familiar, hoy, en casi cualquier lugar del mundo, Trump vuelve al poder en Estados Unidos, con más incertidumbre que nunca. Los últimos ataques rusos matan a una veintena de personas en Ucrania. Biden autoriza a Zelenski a utilizar misiles de largo alcance estadounidenses e inaugura una nueva fase de la guerra, a pesar del rechazo de la justicia, insiste en deportar migrantes a Albania. Y a eso se suma, claro, la masacre en Palestina y Líbano, la amenaza de la guerra nuclear, la fragilidad de los cascos azules en los conflictos internacionales, los 82 feminicidios en España a lo largo del 2024 , el reciente juicio por el asesinato homófobo de Samuel Luiz, la expulsión cruel de los vecinos de sus ciudades... y también la retórica, claro, que crea un estado de ánimo colectivo: el pasado 10 de octubre, el exministro de Asuntos Exteriores Miguel Ángel Moratinos sentenciaba en el Cidob de Barcelona que estamos en el límite de una Tercera Guerra Mundial.
La pregunta que muchos de nosotros nos hacemos, en este tiempo de masacres, es: ¿y qué puedo hacer yo con todo esto? Me gusta pensar que la cineasta Agnès Varda se lo pidió a lo largo de su vida. Ahora, el CCCB celebra la trayectoria del artista en una exposición que muestra una retrospectiva de su obra muy bien curada. Sin indulgencia ni quejas, Varda nunca se planteó la rendición ante un presente convulso: había que seguir creando. Su actitud me recuerda a un concepto que Marina Garcés me contó hace un tiempo: la rabia tierna. Es decir, la posibilidad de enmendar, combatir, luchar, desde una ternura que sea también radical. Sin reproducir la violencia impuesta y sistémica, burlando los discursos de odio y activando una respuesta creativa, imaginativa, pero no por ello menos rabiosa, menos desgarradora. Ni Varda ni Garcés afirmarían que esta rabia tierna puede detener un genocidio, pero sí que insistirían en la fuerza que tiene para imaginar otros futuros posibles, otras formas de ser aquí y ahora, negando el imperativo belicista y agonístico que nos imponen desde de tierra, mar y aire.
En Los glaneurs et la glaneuse, un documental sobre el arte de espigar que reinventa el cine, Varda construye una poética de la marginalidad, sobre aquellos que viven de recoger lo que los demás no quieren. Así, redefine las ideas del derroche y del reaprovechamiento, y construye otra mirada sobre la vida, el consumo y lo que aparentemente no importa. Dignifica, podríamos decir. Hace del arte una forma de reatorgar valor a lo que hemos despojado de precio. Atiende a las vidas silenciadas, invisibles, a la vez que hace una de las críticas más feroces que he visto nunca a la violencia con la que el sistema condena, ignora, distribuye de forma desigual y causa dolor. Retrata otra minimacre de nuestra era. Pero no lo hace sin alegría ni frescura, sin ternura, en un filme que es, digámoslo, precioso.
La cineasta quería desesolar las “vidas separadas”. Juntar de nuevo lo que injustamente había sido aislado. Visibilizar vínculos imposibles, luchas negadas. En Salud las cubainos retrató la energía de la Cuba postrevolucionaria; a Black Panthers mostró la movilización de ese partido; en el filme colectivo Loin du Vietnam exploraba las revolucionarias vietnamitas; a La Opéra-Mouffe se interesaba por los sintecho; a la premiada Sans toit ni loi seguía los pasos de un vagabundo en movimiento perpetuo. Para Varda, crear trataba de hacer presentes otras formas de vivir que ya existían: señalar que hay fugas, utopías cotidianas, mundos alternativos que ya laten en el nuestro, masacrado.
No en vano, cualquier clima de confrontación y de violencia quiere eliminar a los artistas. el artista puede tener las herramientas para salvarnos de la guerra.