Ayer, que escribía a propósito de la liberación de Auschwitz, en los comentarios a la edición online, que siempre leo, había suscriptores que mostraban su decepción porque no mencionaba a Gaza.
La pregunta que echaban de menos tal vez era: "¿Cómo puede que un pueblo que ha sufrido esta crueldad practique la crueldad con otro pueblo?" Pero cabe preguntarse, también, hasta qué punto un individuo es responsable moral, como miembro –voluntario o involuntario– de un colectivo, de las atrocidades que comete una parte.
Del mismo modo que el Holocausto no lo cometen los alemanes sino los nazis (y en el Holocausto mueren, sobre todo, judíos, pero también republicanos españoles, homosexuales, gitanos o presos comunes), el genocidio de Gaza me digo que no lo cometen los judíos, como pueblo, sino los dirigentes judíos del Estado de Israel. Pero, ¿son del todo inocentes los ciudadanos de Israel por el hecho de compartir historia, vida y vínculos con quien lo comete? Son los hombres, como un todo, los que ente matan a las mujeres, como un todo, también? Es evidente que muchos alemanes sabíanqué ocurría en los campos de concentración (Hitler, siempre se olvida, era austríaco). Hay una película de la liberación de Dachau, filmada por el ejército estadounidense, donde la población civil es obligada, en hilera, a pasar por la orilla del campo para mirarun lugar que –junto a las casitas– no podían ni haber visto, ni haber olido. Y, paralelamente, hubo otros ciudadanos que intentaron hacer algo. Como Anna Poitner (austríaca), en Mauthausen, que recogió las fotografías que le pasaban un grupo de presos organizados, entre ellos Francesc Boix. La responsabilidad moral y colectiva de la violencia, así como su posible justificación, tiene muchas sombras. En cualquier caso, lo más impresionante de lo que está pasando en Gaza es lo que había detrás de la sonrisa de las últimas mujeres liberadas. Sonreían, ¿pero después de qué?
