El debate pendiente sobre la edición genética de humanos

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Parece ciencia ficción, pero ya es una realidad cotidiana en la mayoría de laboratorios de biología y genética del mundo. Las nuevas técnicas de edición genética, y especialmente las CRISPR -una tecnología que permite editar cualquier gen de cualquier organismo descubierta en su formato actual en 2012-, han revolucionado la ciencia de una forma difícil de asimilar para los profanos.

Desde el primer momento ya se vio que esta técnica, que podría utilizar un estudiante mínimamente experimentado y no requiere grandes laboratorios sofisticados, era una revolución que escondía también muchos peligros. Por un lado, como se ha demostrado recientemente con el primer trasplante de corazón de un cerdo modificado genéticamente a un humano, o con las nuevas inmunoterapias CAR-T, que permiten mejorar el pronóstico de muchos cánceres, su aplicación puede salvar muchas vidas e incluso, en el futuro, podrían eliminarse algunas enfermedades. Pero, por otro, puede facilitar la modificación de los humanos, una selección genética que podría resultar muy peligrosa según las intenciones de quien lo hiciera.

Este gran peligro se ha hecho ya realidad. En 2018 el científico chino He Jiankui anunció que había modificado dos embriones para evitar que heredaran los genes del VIH de sus padres y que habían nacido las dos primeras personas con alteraciones genéticas. Fue condenado a tres años de cárcel y el caso fue un gran escándalo que hizo saltar todas las alarmas, pero demostró que el peligro es real y que no podemos ignorarlo más.

Por eso es muy importante que la población general entienda bien de qué se está hablando y que esté al corriente de lo que se está haciendo, qué significa y qué consecuencias puede tener. El debate, como piden los expertos desde hace tiempo, debe ser plural y debe incluir no solo el mundo científico, sino también personas de otros muchos ámbitos, como la política o la filosofía, la educación o el activismo.

La tecnología ya existe y, por tanto, difícilmente se dejará de utilizar. Lo que hace falta es establecer unas reglas claras y lo máximo de comunes a nivel mundial -lo que ahora no ocurre, porque cada país tiene un grado de permisividad diferente- para controlar lo que se está haciendo en todas partes. Las muchas ganancias que pueda aportar esta tecnología en muchos ámbitos -medicina, alimentación, medio ambiente, etc.- deben aprovecharse, pero necesitamos establecer ahora mismo mecanismos claros de control planetario en todo aquello que suponga una modificación que pueda tener consecuencias para las siguientes generaciones. Solo hace 10 años de la publicación del primer artículo sobre esta tecnología y ya se utiliza industrialmente. Pero el debate público y la regulación aún esperan. No debería estallarnos en las manos.

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