¡Despierta, Europa! La opinión pública se está desplazando hacia la extrema derecha. El miedo a lo desconocido, ya sea la incertidumbre económica, el incontrolable avance tecnológico que nos desborda o el extranjero, está dominando la conversación pública y determinando la formación de muchos nuevos gobiernos.
La angustia por el futuro, el miedo, la intolerancia y la aversión a los inmigrantes son temas clave hoy en Suecia, Finlandia, República Checa, Eslovaquia, Hungría e Italia. Desde esta semana, en los Países Bajos el Partido por la Libertad (PVV) también tiene entre sus manos la mayoría de gobierno con los conservadores tras ser la lista más votada en las elecciones. El PVV, liderado por Geert Wilders, se presenta básicamente como antimusulmán y contrario a la inmigración. También es un partido anti Unión Europea que lleva en su programa un referéndum sobre la posibilidad de salir, pese a que el país fue uno de los fundadores de la UE.
Europa irá a las urnas en junio y buena parte de nuestro futuro está en juego. No son unas elecciones menores, ni pueden infravalorarse utilizándolas como una oportunidad para expresar un irresponsable voto de protesta a la situación doméstica. De las mayorías que se formen en Bruselas dependerán las políticas económicas, de medio ambiente, de ampliación de los socios, de inmigración y la continuidad o la desaparición de los valores europeos fundacionales que consolidaron a Europa como una aspiración para tantas personas.
Pero ¿Europa es una aspiración todavía hoy para los ciudadanos europeos del 2023?
Estos días, el CCCB conmemora el centenario del nacimiento de Jorge Semprún. Hay muchos Semprún: Gérard Sorel, Federico Sánchez, el joven apátrida que no tenía pasaporte ni español ni francés; rojo, el miembro del Aguante francés, el intelectual, el escritor, el guionista de cine, el ministro de Cultura socialista. Pero, sobre todo, Semprún se reconocía como el preso número 44904 cuando decía: “No soy ni francés ni español, soy un deportado de Buchenwald”.
Decía Jorge Semprún que hacer memoria era hacer justicia. Él se enfrentó a la muerte y al mal absoluto y pudo sobrevivir gracias a la solidaridad y a la protección de sus compañeros de cautiverio, con los que compartió el alemán, el francés, el castellano y el aliento de la muerte de la misma forma fraternal con la que se compartía una migaja de pan o un verso.
Europa es un continente atravesado por la muerte, pero también es una fraternidad abierta al pluralismo de sus identidades y abocada a la universalidad. Europa fue “la última obsesión política” de Semprún, como recuerda Jordi Amat en el reciente Destino y memoria (ed. Tusquets). Hablaba de la “figura espiritual de Europa”, frase de Edmund Husserl pronunciada en Praga en 1936, como de la edificación de una conciencia europea.
Para construir Europa no es necesario recuperar un pasado idealizado que no ha existido. ¿Es necesario que los europeos recordemos la Primera Guerra Mundial? ¿La Segunda? ¿El Holocausto? ¿La herida del Muro y la Guerra Fría?
Hay que recordar, en palabras de Semprún en El largo viaje, como era “irse en humo” o que “siempre había ese recuerdo, aquella soledad: esa nieve en todos los suelos, ese humo todas las primaveras”. Pero sobre todo debemos recordar los valores de Europa.
Hemos visto estos días cómo el gobierno británico pretendía enviar a Ruanda a los solicitantes de asilo y cómo la exsecretaria de Interior británica, Suella Braverman, hablaba de los inmigrantes como de una "invasión". Hemos visto los disturbios en Irlanda por el rumor sobre la identidad de un agresor. Vemos las fronteras en Grecia, Italia, España. Las muertes en el Mediterráneo. Oímos el concepto de “pérdida de control” de la inmigración en Alemania o en Gran Bretaña del Brexit.
Estamos en riesgo de enajenación de los millones de personas de origen inmigrante que viven en Europa si no afrontamos la cuestión del progreso económico, la integración y los valores que compartimos.
La inmigración no es un peligro, sino una riqueza humana y económica, especialmente en sociedades demográficamente envejecidas como la nuestra. Y también somos una sociedad aconfesional en la que debemos defender la separación de la ley humana de la divina. Debemos asegurar que los derechos son los mismos para todos los ciudadanos y, obviamente y con especial atención, las ciudadanas.
Si los inmigrantes o sus hijos encuentran la identidad únicamente en la religión estamos perdidos. Europa es lo contrario del mundo de las identidades religiosas únicas, contrapuestas, las que no se superponen y armonizan. Europa es el único futuro en el que se puede reconocer lo mejor de nuestro pasado.