Por las perspectivas de vacunación disponibles parece previsible que la actividad se vaya retomando a lo largo del año en curso pero que no se normalice hasta 2022. Incluso son numerosas las previsiones que indican que los niveles de 2019 no se recuperarán hasta 2023. Ahora bien, todo el mundo firmaría por un otoño de 2021 que fuera transitando hacia la completa normalidad gracias a niveles de vacunación bastante generalizados para lograr la deseada inmunización colectiva. Si el impacto de la pandemia empieza a superarse en el último trimestre de 2021, ¿cuáles son las perspectivas económicas para los años próximos?
Hace falta no engañarnos: no habrá regreso a la normalidad que conocíamos antes de la pandemia. Los confinamientos habrán alterado permanentemente la economía de todo el mundo y la de nuestro país. Habrán arruinado muchísimas empresas. La reanudación de la actividad, una vez se vayan levantando los ERTE, se hará con niveles de paro más altos de los que ya acostumbrábamos a tener. Las maneras de trabajar habrán cambiado completamente. Las preferencias de los ciudadanos y consumidores pueden haber variado de forma permanente, aquí y por todas partes (pensemos en la compra por internet). No sabemos si la especialización turística de nuestras tierras podrá volver a ser lo que había sido pero tampoco sabemos si habrá alternativas. No está claro que salgamos más competitivos. Nos podríamos encontrar abocados a una nueva devaluación salarial. Además, el grandísimo endeudamiento público podría empezar a pesar sobre la provisión de servicios públicos. El panorama no es tranquilizador.
Desafortunadamente, tampoco lo es a escala europea. Ciertamente, cada país de la UE ha podido explorar nuevos consensos interiores, pero en muchos casos, como en el del estado español, parece que nadie ha salido satisfecho. Igual que de la crisis de la deuda soberana, no saldremos ni mejores ni fortalecidos. Para complicar las cosas, nos ha aparecido una nueva fractura social: la juventud ha sido la principal perjudicada en sus expectativas.
¿Dónde están las oportunidades? La primera y principal son las ganas de retomar toda la actividad. La larga introspección individual y colectiva provocada por los confinamientos seguro que puede dar nueva energía y nuevas ganas de vivir y de desplegar nuevos proyectos. Las previsiones de crecimiento sugieren que cuanto más dura haya sido la caída, más vigorosa será la reanudación.
Hay nuevas oportunidades más permanentes. La productividad ha crecido mucho en todos aquellos sectores de actividad en los que el teletrabajo ha sido una buena solución. La reorganización del tiempo y la reordenación de los recursos ha ofrecido muchas nuevas oportunidades. La exigencia expresada por la Comisión Europea a través de los fondos Next Generation EU podría funcionar bien porque apunta a reforzar el movimiento hacia la universalización de la digitalización y hacia la generalización de las políticas de sostenibilidad medioambiental que pueden convertirse en un motivo de excelencia europea y de mejor calidad de vida.
Los recursos públicos dejarán de ser elásticos cuando se recupere la economía. Entonces empezará el esfuerzo para pagar la factura de la lucha contra la pandemia. Puede ser doloroso. Cuanto antes nos pongamos en movimiento mejor, porque la factura solo se pagará sin mucho dolor si disfrutamos de más y mejor crecimiento económico. El paro y la devaluación salarial son las principales amenazas, especialmente para los jóvenes. Para combatirlas hace falta más y mejor cualificación. Y si se decía que nuestras tierras tenían talante emprendedor, en el futuro tendrán que tener todavía más.
Tendremos que ser conscientes de qué gastos públicos nos importan más y priorizarlos. De las comparaciones internacionales se deduce que colectivamente nos importa demasiado poco el gasto educativo, y una fracción excesiva de la juventud acaba su escolarización obligatoria con niveles de formación básicos bajos comparados con los de sus potenciales competidores en el mercado de trabajo. A diferencia de lo que ha pasado a la generación de sus padres y abuelos, el viento de la economía no les soplará a favor, sino en contra. Sabemos que han sido los jóvenes los que han acabado sufriendo más la crisis económica de la pandemia: más precariedad laboral, menos cobertura de los ERTE, más decepciones a la hora de buscar primeros trabajos, más desajuste entre la formación recibida y las oportunidades laborales. Tampoco han logrado, en general, suficientes competencias para poner en marcha sus propias empresas. En interés de todo el mundo y si se quieren seguir manteniendo las prestaciones del actual estado del bienestar, habrá que priorizar la formación, especialmente la orientada al trabajo, que permita que todo el mundo pueda trabajar y ganarse la vida satisfactoriamente. Más que nunca nos hace falta una buena formación profesional, y no solo para los jóvenes en edad de cursarla, sino para todos los niveles de edad.
Albert Carreras es director de ESCI - Universitat Pompeu Fabra