El exministro de Transportes José Luis Ábalos en una reciente imagen tras quedar apartado del grupo parlamentario socialista.
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Felipe González perdió el poder a causa de la corrupción de su gobierno, bajo la gota malaya de aquél váyase, señor González que Aznar repetía obsesivamente. Aznar llegó a la Moncloa como paladín contra la corrupción, y para dar ejemplo echó del cargo a quien entonces el presidente de Baleares, Gabriel Cañellas, a fin de dejar claro que Aznar era implacable con los que metían la mano en la caja (Cañellas era efectivamente corrupto, pero también era un presidente recién reelegido por los votantes, lo que ya indicaba la peculiar forma aznariana de entender la democracia).

Aznar acabó siendo presidente de uno de los gobiernos más corruptos de Europa de finales del siglo XX, pero no se cayó por ello. De hecho, no cayó: se fue después de dos mandatos, y la derrota la dejó a su sucesor, Rajoy, en medio de lo que sigue siendo, con diferencia, el peor escándalo de la democracia española: la participación de 'España en la guerra de Irak y su consecuencia directa, que fueron los atentados del 11-M en Madrid. Zapatero no se marchó del poder por la corrupción, sino por no haber sabido medir la crisis financiera del 2008. Después, Rajoy (y el suyo alter ego, M. Rajoy) sí que perdió el poder a causa de la corrupción, y de la moción de censura que le presentó Pedro Sánchez. Ahora, el PP quiere devolverle la jugada, aunque para ello necesitaría sumar, a sus votos ya los de Vox, los de Junts y/o el PNV. Esto último no parece, por ahora, posible.

Sin embargo, que la moción de censura no sea factible no quiere decir que no le pinten bastos a Sánchez. Durante su mandato, la derecha española ha extremado como nunca sus posicionamientos y estrategias, hasta el punto de que los consensos y los sobreentendidos de fondo que unían al PSOE y al PP, como partidos sistémicos, parecen haberse trastocado por completo. Hay incluso un factor no del todo trivial, y es la animadversión personal que profesan los líderes de la derecha española (políticos y mediáticos) hacia el actual presidente del gobierno español. Existe un componente visceral –que en principio debería estar excluido de la política profesional– en los ataques contra Sánchez, y eso lo hace todo, también, más sucio.

Sea como fuere, la derecha está ahora convencida de haber encontrado al deslumbrante, la manzana podrida, que no era otro que quien fue durante mucho tiempo hombre de máxima confianza de Pedro Sánchez, José Luis Ábalos. Hay todavía otro factor, y es que Sánchez es un presidente enemistad con la cúpula judicial: esto, por ejemplo, ha permitido prosperar la causa contra Begoña Gómez, por esperpéntica que sea (este mismo lunes, la Fiscalía ha rechazado el recurso de la defensa de Gómez contra el juez Peinado). Como el PP tiene los pies tanto barro en materia de corrupción, es de esperar que el PSOE no se quede de manos juntas y que pronto aparezcan fuertes revelaciones sobre Feijóo, Ayuso y algunos de sus predecesores. La guerra del barro ha estallado (nunca mejor dicho), y es previsible que la política española quede encallada. La obscenidad está garantizada.

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