Estorbar: "Dificultar o privar de obrar, de funcionar", dice el diccionario. Tras el numerito del Pacto Nacional por la Lengua, ya no hay duda: si Junts quiere aspirar a ocupar el espacio sobre el que Pujol construyó la hegemonía de Convergència, hay que quitar el estorbo de encima. El presidente Puigdemont debe dejar paso. Ya hace tiempo que no es un activo ni para Junts ni para el país, más bien es un icono de la melancolía. Si había alguna duda, su regreso, transformado en fuga, ha sido definitivo. Venir para marcharse corrientes, ¿qué sentido tiene?
Puigdemont eligió la opción del exilio, otros optaron por quedarse sabiendo perfectamente cuáles serían las consecuencias. A nadie le deseo la cárcel, entiendo lo que hizo el presidente. Pero pasan los días y las situaciones evolucionan. Y la distancia –incluso en la era digital– tiene costes. Puigdemont no está aquí físicamente, pero tampoco mentalmente. Su discurso es cada vez más ajeno a la situación actual. Sus apariciones sólo hacen que esculpir una figura para la memoria. Una nota a pie de página de la historia reciente de Cataluña. Y cada día que pasa se le ve más lejos. La escena actual poco tiene que ver con la situación de cuando él se marchó. El sometimiento de Junts a sus exigencias apaga el partido, que necesita nuevo impulso. Sirve, eso sí, de coartada a quienes ahora le gestionan para aplazar indefinidamente la renovación necesaria.
El rictus entre triste y melancólico del presidente en sus apariciones en pantalla contamina la coalición, atrapada en un paréntesis. Y su presencia en remoto hace que nadie se atreva a abrir una nueva etapa. Todo se va cuesta arriba para Junts, atrapado en una resistencia burocratizada, llena de tópicos y vacía de ideas. Y así es difícil pensar que en el corto plazo pueda articular una amplia mayoría de gobierno.
Puigdemont debería aprender las lecciones de los países por los que se mueve ahora: el voto de la derecha se desplaza cada vez más a la extrema derecha, y no será ninguna sorpresa que aquí pase igual. Ensimismado en la distancia, hace de freno de la vida interna de un partido en el que nadie se atreve a romper el círculo autodestructivo en el que está atrapado, cuando lo que necesita es una sacudida de ideas y una renovación de los liderazgos.
La derecha nacional catalana debe abandonar la política de piñón fijo y entrar en la complejidad de una etapa en la que el programa de máximos del independentismo no está a la orden del día y, en cambio, hay mucho camino por recorrer los reiterados envites que debilitan la democracia. Si sigue encallada en el temor reverencial al presidente exiliado, le costará que le salgan los números para volver a gobernar, bajo el acoso de una Silvia Orriols que lleva a Catalunya las pulsiones fascistas que recorren Europa.