"¡Esto yo nunca lo haría!"

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Leía el pasado domingo en el ARA el desasosigando artículo de Enric González sobre el genocicio de Ruanda hace treinta años. El siglo XX empezó con carnicerías numéricamente nunca vistas, como la Primera Guerra Mundial o el genocidio del pueblo armenio, y terminó en África con las terroríficas matanzas en la zona de los Grandes Lagos. El balance general es simplemente deprimente. Algunos han calificado el siglo XX como la era de la megamuerte, un término acuñado en la década de 1950 por el matemático y estratega estadounidense de origen judío Herman Kahn. González remachaba así el citado artículo: "Casi todos somos capaces, en una situación determinada, de convertirnos en asesinos, porque la violencia y la muerte son contagiosas. También aprendí que se puede sentir compasión por los asesinos cuando, sin dejar de ser culpables, se convierten en víctimas". Esto va bien recordarlo porque –no nos engañemos– es muy fácil afirmar solemnemente "¡Algo así yo no lo haría bajo ninguna circunstancia!". Ninguna? ¿Seguro?

Por obra del azar, los libros que he tenido entre manos en las últimas semanas refuerzan esta duda. Se trata de tres biografías, una de ellas ficcionada a partir de un caso real. La primera es Armand Obiols, de una frialdad que arde (Empúries), de Quim Torra, quien relata de una manera realmente amena la biografía de Joan Prat, conocido a menudo sólo por haber sido compañero de Mercè Rodoreda. La segunda es la monumental (1.533 páginas) Un corazón furtivo. Vida de Josep Pla (Destino), de Xavier Pla. La tercera, la biografía ficcionada Retrato del fin del mundo (Alba), de Carlos Ruiz Caballero, sobre la represión franquista en la isla canaria de La Palma. En las tres se ponen a prueba las convicciones ideológicas y los valores morales de las personas en circunstancias extremas: la Guerra Civil Española y también, en el caso de Obiols y de Pla, la Segunda Guerra Mundial. Los tres libros, dicho sea de paso, son altamente recomendables. En la biografía de Obiols se muestra el ensañamiento de la dictadura franquista contra los intelectuales catalanes, y de manera especial contra los periodistas (en la página 265, por ejemplo, se detallan algunos de los responsables directos de aquella represión masiva y implacable). Ahora bien, cuando Obiols se encuentra en el exilio en Francia se ve en una disyuntiva que aquí sería muy difícil de resumir, pero que alguien podría asociarse al colaboracionismo. En mi opinión, no se trató de eso. En cualquier caso, la situación fue, al menos, equívoca en varios sentidos, incluido el ético. En el caso del maestro Pla, el adjetivo equívoco hace corto, por supuesto. Como bien explica su biógrafo, Xavier Pla, el autor deEl cuaderno gris utiliza la literatura, en parte, como un ribot que quiere suavizar una existencia repleta de contradicciones, especialmente graves tanto durante la guerra como en la inmediata posguerra. En Retrato del fin del mundo, Carlos Ruiz trata de explicar, entre otras cosas, cómo puede que personas que habían convivido en un lugar realmente pequeño se acaben matando cruelmente. ¿Delatar a mi vecino de rellano, fusilar a la persona a la que le compro el pan cada día? "¡Esto yo nunca lo haría!" ¿Seguro?

Dios me guardo de juzgar a Obiols o Pla, así como a la mayoría de personas que se encontraron en sus circunstancias, fuera en una u otra trinchera. Sí tengo el derecho de afirmar, sin embargo, que no es lo mismo provocar una guerra que tener que sufrirla. El 18 de julio de 1936 el nacionalismo militarista español, que en ciertas zonas de España era claramente mayoritario mientras que en otras, en cambio, no lo era en absoluto, se levantó contra la legalidad republicana y provocó una catástrofe que causó medio millón de muertes. Esto no es un juicio moral, sino una evidencia histórica. A nivel europeo, el 1 de septiembre de 1939 el Tercer Reich alemán invadió Polonia, y no al revés. Quiero decir que de excusas relativistas, las justas y las gracias. El falseamiento histórico que se está llevando a cabo a nivel institucional en las comunidades donde el PP gobierna con Vox es obsceno. A nivel individual, las circunstancias vitales pueden llevarnos al límite de la coherencia moral, sea en la Europa ocupada por los nazis, en la Ruanda de los años noventa y en todas partes. Sin embargo, esto no significa que todo sea banalmente equiparable en términos colectivos o institucionales. No, no es lo mismo dar un apoyo explícito, masivo y entusiasta a un golpe de estado fascista que no hacerlo; ni es lo mismo deshacer la cabeza de alguien en el arcén de una carretera que ser su víctima. Me gustaría pensar que "eso yo nunca lo haría", y también que si distorsionara premeditadamente la historia, como hacen algunos, pasaría vergüenza.

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