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Los jóvenes desorientados y los nuevos referentes populistas

Elon Musk con la motosierra que le regaló el presidente argentino Javier Milei, el pasado 20 de febrero en National Harbor, Maryland (EE.UU.).
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Los cambios dan miedo. La incertidumbre puede ser angustiosa. Cuando el suelo que pisamos se tambalea, el instinto de supervivencia nos empuja a buscar la firmeza. Y cuando la encontramos nos aferramos sin cuestionarla. La ilusión de estabilidad nos reconforta, sobre todo cuando somos jóvenes y estamos en proceso de definición. ¿Qué haces si los estereotipos de género que debían servirte de guía están en entredicho y las nuevas identidades aún están por definir? Pues buscar certeza en las versiones más nostálgicas de la virilidad.

En este momento ya tenemos datos suficientes para confirmar que buena parte de los chicos jóvenes de entre 18 y 24 años cada vez se identifican más con los discursos de la extrema derecha y se reflejan en los dirigentes de mano de hierro. Las chicas, sin embargo, tienden cada vez a visiones más progresistas. El género se está convirtiendo en un predictor de alineamiento ideológico y provoca una brecha creciente en prácticamente todas las democracias del mundo.

Desde el punto de vista sociológico, el mecanismo aglutinador es manual. Lo vemos especialmente en los discursos populistas, que generan cohesión en torno a la masculinidad tradicional. De esta forma consiguen un efecto doble: el reclamo delstatu quo y la separación ajena. Las otras formas de existir se ven como amenazas, por eso confronta el feminismo, la homosexualidad, las personas trans, la inmigración o la propia democracia.

Ante la tentación habitual de culpar a TikTok, déjeme recordar que estas y otras plataformas son amplificadoras y legitimadoras. También es cierto que la extrema derecha ha sabido aprovecharlas como máquina de propaganda, porque la economía de la atención le va al arrebato como un guante. Es claramente el espacio de validación social de estos imaginarios, pero si no hubiera un poso previo de malestar, desesperanza hacia el futuro y la precariedad material, serían mensajes de mínima resonancia.

El hombre "viril" –tal y como decía el sociólogo francés Pierre Bourdieu– es en realidad un constructo social, un artefacto que posiciona la masculinidad siempre en relación al poder. La masculinidad hegemónica, aunque no es la que predomina en términos estadísticos, es en realidad la norma, en tanto que dibuja los contornos de lo ideal y esperable. Las expectativas son una forma de presión social, por lo que los chicos crecen asumiendo que cuanto más cerca de la norma más se les valorará, y muchos hombres adultos se sienten que no pueden salirse del guión. En el ámbito simbólico, este supuesto estándar naturaliza la división binaria de género que, recordémoslo, es una convención arbitraria. Nadie dice que sea fácil, pero la buena noticia es que todo lo que forme parte del contrato social es revisable. Y aquí estamos: la masculinidad tradicional está en entredicho y esto genera reacciones contundentes desde la nostalgia y desorientación por la falta de nuevos referentes. Tampoco los indicadores que tenemos nos ayudan a comprender las distintas posiciones masculinas respecto a los cambios sociales. Entender cómo se sienten y cómo podemos acompañar esta revolución va mucho más allá de si son feministas o igualitarios.

Lo difícil de actualizar del contrato social es que faltan referentes públicos y notorios de nuevas masculinidades. Es una urgencia común la revisión de privilegios para poder construir, también colectivamente, masculinidades conscientes, inclusivas y lejos de la añoranza dominante. Podríamos empezar por decir a chicos y niños que no hace falta que sean fuertes, competitivos y decisores racionales. Podríamos seguir para aprender a abrazar la vulnerabilidad, valorar las virtudes de la cooperación y reconocer las emociones. Sería un gran regalo para todos si practicáramos más la escucha activa que los debates para demostrar quién tiene razón.

Es un reto colectivo y afortunadamente no partimos de cero. Bienvenidos sean los círculos de varones. Existe también una conversación global en forma de libros, podcasts y influencers que reúnen a familias preocupadas por educar a nuestros pequeños en un contexto de respeto y seguridad, donde puedan crecer libres de los imaginarios tradicionales. Las autoras afrodescendientes son una gran fuente de inspiración, nos traen ventaja porque el cuestionamiento racial hace años que las moviliza. Uju Asika (nigeriana afincada en Londres), en el libro Cómo educar a niños que lo hagan mejor, nos aboca a revisar cómo estamos educando a los hombres del futuro. En tiempos de plutocracia y techbros necesitamos criar desde la base para hacer del mundo un espacio más libre y seguro para todos.

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