William Osler fue un médico canadiense que vivió a caballo de los siglos XIX y el XX y que dejó un legado impresionante en Estados Unidos, Inglaterra y en todo el mundo. Fue él quien, en 1889, creó el sistema de residencia médica que seguimos utilizando, y quien insistió en que los estudiantes debían aprender junto a la cama del paciente y no sólo en las aulas. Osler escribió que "quien estudia medicina sin libros navega por un mar inexplorado, pero quien estudia medicina sin pacientes no acude al mar en absoluto". De hecho, su dicho más conocido era: "Escucha a tu paciente, te está dando el diagnóstico", remarcando la importancia de hacer una buena anamnesis para la historia clínica.
Por eso comprenderá que me quedara gavilán con lo que ahora os contaré. Es probable que ustedes también se queden un poco después de haber leído este primer párrafo. Pues bien, resulta que William Osler fue también responsable de instituir un sesgo de género en la medicina cardíaca que todavía hoy tiene consecuencias fatales. Me dirá que no será el único responsable. De acuerdo. Pero seguro que tampoco fue él solo quien logró los citados hitos (y otros potentes). El trabajo siempre es de equipo. Y quien la sigue también es una muchedumbre de personas. Pero si le atribuimos en solitario las buenas hazañas, aunque le podemos atribuir también las pifias.
Es cierto que su racismo ya era conocido (llegó a decir que odiaba a los latinoamericanos y que Canadá debía ser sólo de blancos), pero no se conoce demasiado su misoginia médica. Quien lo ha investigado es Elizabeth Comen, una oncóloga de Nueva York, en su libro Todo en su cabeza: las verdades y mentiras que la medicina antigua nos enseñó sobre los cuerpos de las mujeres.
Según Osler, los ataques al corazón afectaban a hombres "vigorosos" de entre 45 y 55 años, de "cabello gris y complexión florecida". Por el contrario, cuando las mujeres presentaban idénticos síntomas cardíacos, eran enseguida calificados de "pseudoangina" de pecho o manifestaciones de ansiedad e histeria. Su sentencia era demoledora: "Las pacientes no mueren".
Este prejuicio fue tan profundo que contaminó la investigación médica durante más de un siglo. Como documenta Comen, el primer estudio importante sobre colesterol y enfermedades cardíacas (1982) incluyó a 12.866 hombres y ninguna mujer. Lo mismo ocurrió con el estudio de 1995 sobre la aspirina en la prevención de ataques al corazón: 22.000 hombres, cero mujeres.
Las consecuencias de este sesgo histórico siguen reverberando en la actualidad. Las mujeres con problemas cardíacos se someten a menos procedimientos diagnósticos y terapéuticos, y sus síntomas son considerados "atípicos" simplemente porque el "típico" se definió basándose exclusivamente en pacientes masculinos.
La ironía más amarga, como señala Comen, es que mientras Osler insistía en que las mujeres sufrían de ansiedad y no de problemas cardíacos reales, reconocía el estrés emocional como un factor de riesgo serio... pero sólo en hombres.