La meritocracia funciona poco o nada si eres pobre

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Las universidades del Estado  son las preferidas por los estudiantes europeos de Erasmus.

En España el ascensor social está estropeado. Si vienes de una familia de rentas bajas, lo tendrás mucho más difícil para progresar que si partes de un entorno de clase medio-alta o alta. Si, además, eres mujer y vives en una región del suroeste peninsular, todavía lo tienes peor. La meritocracia, pues, no funciona porque no hay igualdad real de oportunidades. De hecho, hay lugares donde hace muchas décadas que se ha establecido lo que los expertos denominan una “desigualdad persistente”, por ejemplo en regiones como Extremadura, Andalucía y las Canarias, con la emigración como única salida. En cambio, en el norte estamos mejor, sobre todo en el País Vasco y Navarra, y también en Catalunya, a pesar de que no tanto. Las pruebas hace tiempo que existen, el mismo gobierno español lo ha reconocido en el informe España 2050, y ahora lo corrobora un estudio de Esade Ecpol que tiene como base la población que hace declaración de la renta (han quedado excluidas las capas más bajas, hecho que todavía habría agravado más el resultado). En todo caso, la conclusión es que la movilidad intergeneracional es deficiente y las causas son diversas, pero en conjunto se concentran en tres ámbitos: las desiguales oportunidades educativas (se ha mejorado, sí, pero persisten el problema de la educación de los 0 a los 3 años, que mayoritariamente no está cubierta por el sistema público; el problema del acceso a las extraescolares, y, por encima, el del acceso a másteres y posgrados); en segundo lugar está la cuestión de la fiscalidad, que continúa beneficiando a las rentas altas (aquí hay que mencionar la visión reformista del economista Thomas Piketty, que aboga incluso para crear una herencia mínima o dotación de capital para todo el mundo financiada con una combinación de un impuesto progresivo sobre la propiedad y otro sobre las sucesiones), y en tercer lugar, unas ayudas sociales insuficientes y que a menudo no llegan a los más necesidades (en este sentido, hay que remarcar las recientes quejas de las entidades del tercer sector social debido al atraso de las ayudas de la Generalitat, o, en el ámbito mundial, el último informe de Oxfam sobre el incremento de las desigualdades debido a la pandemia). Aparte de estos tres factores clave, hay problemas añadidos, como la endogamia en el acceso a cargos públicos, la falta endémica de dinamismo empresarial de algunas regiones y un urbanismo segregador que enquista guetos.

Todo ello hace que en el estado español si naces en una familia con pocos ingresos tus oportunidades de educación y desarrollo personal sean mucho más bajas que en otros países europeos. No estamos en la cola, pero tampoco estamos en cabeza. En concreto, España se sitúa en una posición intermedia, es decir, entre países como Australia y Suiza –donde hay una alta movilidad intergeneracional– y Estados Unidos e Italia –donde los ingresos de los padres influyen “en gran medida” sobre los ingresos de los hijos, especialmente entre los niveles más altos de la distribución de la renta–. En cuanto a Catalunya, la movilidad intergeneracional es algo mejor, en especial en la provincia de Barcelona, pero no mucho. En resumen: o arreglamos el ascensor social o la meritocracia no funcionará.

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