Una beguina, alrededor de 1950.
02/01/2024
2 min

Acabamos el año 2023 y, como en años anteriores, los resúmenes informativos de los últimos doce meses hablarán, entre otras muchas cosas –y pocas buenas–, de feminismo. El feminismo es una lucha que avanza de forma lenta pero inexorable y no sin tropiezos propios y ajenos.

Pensaba en ello estos días durante una visita a Amsterdam –una ciudad elegantemente decorada por Navidad y cada vez con menos coches–, en concreto cuando nos acercarnos a Begijnhof, un conjunto de casas fundado en el siglo XIV que tiene, entre otras cosas, la peculiaridad de que fue construido para acoger solo a mujeres.

Lo primero que llama la atención es una arquitectura singular y elegante, pero inmediatamente después te das cuenta de que el lugar es una isla de paz en medio del alboroto y el caos de la capital. El recinto, al que se puede acceder libremente, está abierto hasta las cinco de la tarde y, más allá de su valor estético, nos invita a dar un salto en el tiempo y a conocer la significativa historia de estas casas.

El conjunto de casas, situadas en torno a un patio de grandes dimensiones, fue construido para acoger a las beguinas, mujeres solas –solteras o viudas– que no pertenecían a ninguna orden religiosa pero que decidieron dedicar su vida a los necesitados. Lo que ahora llamamos ayuda humanitaria.

Las beguinas renunciaban a una vida familiar y privada, se unían en comunidad y hacían voto de castidad, pero podían renunciar a ella en el momento que lo decidieran. Pese a la reforma protestante, en el interior de Begijnhof se construyó en secreto una iglesia católica en la que las beguinas rezaban. Entre las casas de este recinto se conserva la Het Houten Huis, una casa de madera que data de 1420 y que se considera la vivienda más antigua de Amsterdam.

La última beguina murió en 1971, pero Begijnhof está aún actualmente habitado solo por mujeres. Durante más de siete siglos, esta idea de una comunidad laica de mujeres se ha mantenido, propiciando ese tipo de ciudad dentro de la ciudad. Sus integrantes estaban organizadas en tareas diversas, especialmente centradas en actuar como red para mujeres solas, de todas las clases sociales y con diferentes ambiciones intelectuales.

Se trataba, pues, de crear un espacio arquitectónico para mujeres que buscan apoyo mutuo y que les permita desarrollar su labor o estudio. No son monjas, ni esposas, ni madres, ni hijas. Son mujeres que conviven en un espacio protegido. Huelga decir que, según los historiadores, las beguinas tuvieron que defenderse de ataques de todo tipo y de acusaciones de herejía.

Actualmente, en pleno siglo XXI, en Begijnhof viven mujeres que han escogido vivir en esta tipo de fraternidad femenina. El barrio está a un corto paseo del Barrio Rojo, donde todavía –y también increíblemente– otras mujeres exponen sus cuerpos en los escaparates.

El contraste entre un barrio y otro es salvaje, insoportable.

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