Cuando el mundo nos mira (y gustamos)

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Parada de rosas en Barcelona.

Un día laborable vivido como festivo por aclamación popular, una fiesta que gira en torno al amor y la literatura, simbolizados por las rosas y los libros, que procede el día del patrón del país, que es un santo de quien se cuenta una leyenda llena de audacia y gallardía, dime, ¿qué puede salir mal? Sant Jordi es el día más bonito de Cataluña, precisamente porque es genuinamente nuestro y perfectamente comprensible y admirable en cualquier latitud como muestra de alto valor cultural.

Uno de los autores de los que más se ha hablado este Sant Jordi ha sido Josep Pla, gracias a la monumental biografía, obra de Xavier Pla. Hace un siglo, el escritor de Palafrugell alabó la Grecia clásica y la Italia del Renacimiento, capaces de dar dos picos de nuestra civilización “en dos momentos de su vida afectados profundamente por el localismo”, y añadía: “Se comprende. El localista debe producir una cultura fresca de la vida de la esquina, variada, chocante e irónica. El unitario, en cambio, debe hacer la cultura de la unanimidad, la gacetilla de molde, y la generalización amodorrada. El inconveniente del localismo es dejarse llevar por la limitación y confundir lo que tiene importancia con lo que no tiene”.

Sant Jordi huye rotundamente de la gacetilla de molde, y si atrae miradas es por su genuinidad de sublimar amor y cultura en una fusión festiva de todos los amores y libros en cualquier lengua. Un país capaz de producir una fiesta así no puede vivir pendiente de mezquindades limitadoras, y debe procurar tener la cabeza clara para discernir lo que tiene importancia de lo que no la tiene.

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