

De todas las cosas que me enfadan de Trump y sus acólitos, hay una que no me saco de la cabeza: su desacomplejada misión de hacer dinero con las miserias de los demás. Trump no es ni es un hombre visionario, ni ha aportado nada significativo a la economía mundial. Y encima tiene un gusto personal dudoso, teniendo en cuenta los hoteles y resorts que promueve (y el maquillaje que gasta).
¿Y qué les queda a los palestinos después de haber sido asesinados, torturados y expulsados de su casa? Les queda su capacidad de reconstrucción. No olvidemos que son excelentes planificadores, teniendo en cuenta la cantidad de túneles secretos y refugios subterráneos que han sabido mantener a pesar de la superioridad militar de Israel.
Me imagino a Trump en la feria internacional del MIPIM, en Cannes, vendiendo una Riviera mediterránea como los saudíes presentan The Line. Son proyectos mediáticos porque son sorprendentes, y llenan cientos de páginas, pero no son creíbles. La gente habla de ellos pero nadie quiere vivir ahí. Son las pirámides de los faraones contemporáneos. Siempre terminan en sonadas quiebras económicas, porque una ciudad es mucho más que un vídeo: ¿alguien recuerda ese anuncio de "Marina d'Or, Ciudad de Vacaciones"?
Trump y los israelíes habrán perdido la guerra si no pueden construir el resort turístico que ambicionaban en Gaza. El anuncio realizado con inteligencia artificial es de traca; si no lo habéis visto, hacedlo ahora mismo. Pero es tan literal, tan curte, tan escaso de ideas, que abre un abanico de mejores posibilidades para reconstruir Gaza. Cualquier cosa antes que un White Lotus para los multimillonarios mundiales.
Las ciudades árabes siempre me han gustado, será un gen muy antiguo que corre por mis venas de cuando el Mediterráneo lo dominaban los árabes. El Cairo, Tánger, Marrakech, Estambul, Ammán y Alejandría son ciudades de una vitalidad inmensa. El clima favorece la vida en la calle y la simultaneidad de cosas que pasan, la mezcla de ruidos y olores que impregnan las calles siempre me ha parecido un espectáculo, porque son muy lógicas dentro del caos aparente y tienen un desorden comprensible, con aquellos minaretes y cúpulas que estilizan con unos perfiles de ciudades que se mimetizan con el desierto.
Los edificios de Gaza podrán reconstruirse mucho más rápidamente que las almas. Con mucha menos tecnología que la que ha empleado el Mossad en la guerra se puede tener, en pocas semanas, un inventario de lo que queda en pie y lo que debe reconstruirse. Y hacer cosas, construirlas de verdad en lugar de verlas por pantalla, tiene efectos terapéuticos. Si queremos ayudar a Gaza, es necesario aportar mentalidad constructiva para que se puedan quedar a vivir los palestinos. No es difícil tener más ideas urbanas que Trump.
La reconstrucción de Gaza puede hacerse con métodos incrementales: hay virtuosos de la construcción con barro o ladrillos como Hassan Fathy, en El Cairo. También la obra de Charles Correa en la India remite a un estilo diferente, pensado para construir pueblos rurales de forma incremental. Hay estudios más contemporáneos, como el de Alejando Aravena en Chile, que han construido comunidades interesantísimas sin demasiados recursos. O la sensibilidad material de Mumbai Studio… Se me ocurren mil arquitecturas fantásticas que han surgido de la necesidad de hacer comunidad para quienes no tenían nada.
En un estado devastado por la guerra incluso habrá desaparecido la burocracia, hecho que abre las puertas para la autoconstrucción o la construcción muy elemental, a base de edificaciones modulares sobre las que se puedan ir añadiendo pisos, porches, altillos y anexos con poca mano de obra. Gaza no tiene que llenarse de rascacielos, tiene que rehacerse con criterios de ciudad orgánica, de tres o cuatro alturas, recuperando los patios, las estructuras orgánicas de las viejas medinas árabes que todavía se conservan en el Mediterráneo. Al igual que las familias, las ciudades palestinas destruidas por la guerra tienen que crear una nueva sintaxis, un nuevo lenguaje del espacio que no se parezca en nada a la banalidad con la que Trump juega al Monopoly.
Hay cuatro cuestiones a tener en cuenta para la ingente labor de rehacer Gaza: la primera es pensar en la propiedad del suelo, que no puede venderse, y menos al capital extranjero. La segunda tiene que ver con el orden de la reconstrucción: habrá que empezar por los hospitales y las escuelas, porque a los niños hay que protegerlos y recuperarlos con ternura afectiva. No puede obviarse que habrá que rehacer los puertos bombardeados, las centrales energéticas, y construir algún aeropuerto conectado con países aliados. Y todo ello debe hacerse con cartografías nuevas, que distingan los escombros de los vestigios, y que creen las condiciones para que florezca el comercio, que es la base de las ciudades desde tiempos ancestrales.
Barcelona será Capital Mundial de la Arquitectura en el 2026 y la posguerra en Palestina es un buen tema para poner sobre la mesa. ¿De qué sirve el conocimiento si no es para ayudar a los demás? Creo que el apoyo de la comunidad internacional, y en particular la europea y la mediterránea, en la reconstrucción de Gaza puede ser un proyecto faro para desmontar el aparente poder de Trump y Netanyahu. Sabemos dibujar mejor que ellos.