Desde que los artículos incorporan los comentarios de los lectores, los periodistas estamos en contacto diario con ellos, pero nada sustituye el encuentro presencial, como el que este jueves hemos tenido en el ARA con un grupo de suscriptores para hablar de la victoria de Trump.
El estado de perplejidad todavía dura. Cómo es posible que los estadounidenses hayan confiado en un tipo así (y "así" significa racista, machista, xenófobo y golpista). La respuesta es larga, pero puede resumirse: la sociedad norteamericana, como la nuestra, tiene componentes racistas, machistas y xenófobos, que Trump ha sabido capitalizar. ¿Y a qué punto de malestar económico y social no habremos llegado para que episodios como el asalto al Capitolio no solo no tengan reproche sino que tengan premio electoral?
Si durante el franquismo se decía que la democracia solo era posible a partir de un mínimo nivel de renta per cápita, ¿no será que el nivel de renta de mucha gente (gente que trabaja y no llega a fin de mes, o que no se puede permitir hipotecarse por un piso) es ahora insuficiente para que expresen interés por la democracia, así en abstracto, por lo que las apelaciones a que la libertad puede estar en peligro según quien gane les dan igual?
Salvador Cardús añadía ayer otro punto: más allá de la cohesión social y la desigualdad, vivimos en una creciente desvinculación social y moral, con todo el mundo invitado a consumir, encerrarse en la república independiente de su casa y conectarse con el mundo a través del "Me gust" de Instagram. Pero como decíamos ayer con los suscriptores, la realidad también tiene caras más halagüeñas: la reacción de tanta gente, especialmente joven, de volcarse con la ayuda en Valencia significa que sigue habiendo mucha gente comprometida, solidaria y justa que no piensa ni actúa como querrían Trump y la extrema derecha.