La palabra mágica

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Gato sobre un tejado.

La mujer sube, carretera arriba, con dos bastones de esos que vienen a las tiendas de deporte y que sirven para ayudarse a caminar. “¡Buenos días!”, le digo desde la ventana. Y ella aprovecha y se detiene a tomar aire. Hablar del tiempo no es la banalidad de antaño, es la trascendencia de ahora. Para dar a entender que quizás llega el otoño, me dice que una gata que le viene a casa, que no es de nadie y es de todos, “ha querido dormir dentro”. La expresión que utiliza, con todos los pronombres en su sitio, está llena de sencillez y de magia: “Se ha puesto en una almohada que se la tengo”.

Yo, entonces, explico que mi gato ha matado a un conejo y enseguida decimos que todos, ahora, también matan pájaros, y que son ofrendas que nos traen, eso que se dice siempre. Nos quejamos, un poco, de que maten conejos y pájaros –en el campo de enfrente hay muchos– ya continuación, sin embargo, decimos que si matan conejos y pájaros, llegado el caso, también matarán ratas y ratones. Las ratas y los ratones, ya se sabe, nos dan miedo atávico y asco supremo; sus caronas, que parecen las de las ardillas, nos producen pánico. Los conejos, en cambio, nada, claro. Y es entonces cuando la mujer, con toda naturalidad, hace: “Suerte, suerte. La gata ésta que me viene es muy ratadora”.

Nos despedimos. Ella continúa hacia arriba y yo cierro las contraventanas. Corro a buscar la expresión en el diccionario, porque la he entendido pero quiero saber si existe. Y sí, sí existe. "Ratador, ratadora: Inclinado a cazar las ratas". Siempre me emocionará sentir esa naturalidad en la lengua; como si fuera del todo normal, esta lengua, y como si nosotros, que vayamos tirando a mayores, escucháramos a los más grandes y nos hiciéramos escuchar por los más jóvenes.

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