Pobres criaturas

Una clase con profesor y alumnos de archivo
05/11/2025
3 min

"Pobrecito, tu hermano", me decía siempre mi madre, y eso que éramos gemelos. Cuántas mujeres no han sometido a un juicio implacable a las niñas mientras lloraban por el sufrimiento de aquellas pobres criaturas que, a causa de sus genitales externos, eran depositarios de una compasión sorprendente. No digo que no haya madres que maltraten a los chicos, pero abundan, y mucho, las que los consienten, les miman y les sobreprotegen hasta extremos patológicos. Empiezan en el ámbito doméstico ahorrándoles tareas cotidianas de lo más sencillas y siguen dispensándoles de la asunción de responsabilidades, convirtiéndoles así en niños eternos. Qué herencia más envenenada, la de la suegra, que nos ha dejado tantos hombres para educar, qué triste favor nos han hecho las que criaron los vástagos como si fueran señoritos con servicio. Y qué forma de perjudicarles a ellos, también, que ya no encontrarán un mundo con hembras dispuestas a servirles gratis.

Las encuestas dicen que los chicos son cada vez más de derechas, de una derecha más bien machista, y ellas cada vez más de izquierdas y feministas. En el caso de estas últimas tiene sentido y es lógico: abarcan la única propuesta que puede garantizarles no sólo los derechos sino la supervivencia, ya que el hecho de haber nacido con ovarios comporta riesgos específicos. ¿Y ellos? ¿Por qué se hacen de extrema derecha y se muestran más machistas? En un podcast de Marta García Aller sobre el tema y de la mano del politólogo Pablo Simón son alumnos de primero de carrera de Carlos III quienes sugieren explicaciones a su propia reacción: es que nos han dado cursillos de feminismo en la escuela, es que somos jóvenes y nos rebelamos contra lo hegemónico y percibimos que el feminismo lo es. Pobrets, vino un día una señora feminista y les explicó que debían tratar bien a las compañeras, que no podían acceder a su intimidad sin el permiso de la implicada, que la pornografía era violencia y que la violencia suele estar perpetuada por individuos de su sexo, y, en vez de reflexionar sobre este panorama en tanto que hijos de madres, colegas profesionales de mujeres, no escucharon con atención la terrible injusticia sobre la que los aleccionaban sino que decidieron, espontáneamente, rebelarse porque es lo que deben hacer en tanto que jóvenes. No les ha pasado con otras materias, no se han sublevado ni contra la ley de la gravedad ni contra el análisis morfosintáctico, ni siquiera contra todas las ideas que les transmiten a las clases de filosofía. No, pero con la igualdad pueden permitirse poner en duda lo que les explican. ¿Por qué será? Si el problema es la educación feminista (de nuevo el machismo es culpa de las feministas), la solución será dejarles estar y que sigan como siempre, con los privilegios clásicos. Curiosamente, contra el poder masculino, que es la verdadera hegemonía, no se rebelan. A los señores que explotan sus privilegios en las distintas dimensiones de su existencia no se encaran. Y los analistas nos presentan esa resistencia a asumir la igualdad como una resistencia natural y razonable. Que los chicos reciban una educación misógina fuera del horario escolar, que los productos de ocio que consumen reproduzcan de forma masiva los estereotipos y los mecanismos de la discriminación hacia nosotros no parecen tenerse en cuenta. Y, en fin, que estén expuestos en youtubers y otros influyentes que repiten el argumentario de la extrema derecha parece que no tenga efectos. Bien, entendámoslos, nos dicen, es que las chicas ahora están más formadas, más preparadas que ellos, y claro, esto, por lógica, debe llevar al resentimiento. Y en la reacción. Pobres criaturas acomplejadas que de repente tendrán que esforzarse tanto como se esfuerzan ellas por disfrutar de los lugares privilegiados que antes les venían dados en virtud de su sexo.

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