Política sin grises

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El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo.

1. Demagogia. "Mientras no se haya pintado un gris, no se es pintor", decía Cézanne. Podría aplicarse el mismo criterio a la política: mientras no se haya pensado y hablado en gris no se puede ser un buen político. Quien quiere gobernar debería saber aportar, al menos de vez en cuando, los mínimos indispensables de tranquilidad emocional y estabilidad que da un buen gris. Y de hecho esta calidad el filósofo Peter Sloterdijk la apreciaba en la alemana Angela Merkel, la política que, con cierto gusto por el gris, lideró Alemania y Europa de 2005 a 2021.

La bronca permanente en la que está situada la política en las democracias liberales cansa y genera descrédito (y por tanto resentimiento) que sólo favorece a la demagogia. En el Parlamento español ha llegado a extremos delirantes, pura frivolidad, desde que Feijóo saliera perdedor de las últimas elecciones. La dinámica a la que el trumpismo ha conducido a Estados Unidos desborda los parámetros de la decencia y subvierte la democracia. Y el desplazamiento de las derechas europeas hacia el autoritarismo posdemocrático hace crecer el ruido día a día. “El resentimiento –dice Michel Feher– se ha impuesto rápidamente como un efecto formidablemente movilizador”. La indignación que intenta capitalizar a la derecha radicalizada.

2. Poder. Evidentemente, existe una base antropológica de la confrontación política que las democracias no han logrado sublimar. Empecemos por lo más elemental: no hay dos personas iguales, en cualquier relación existe una diferencia de potencial entre las partes sobre la que se construye un mundo marcado en todos los ámbitos por las relaciones de poder: de la familia al estado, pasando por cualquier otra instancia social, la escuela, el trabajo, los negocios, el ocio; la vida es conflicto y dominación.

La democracia articula pacíficamente la confrontación que emana del poder y las desigualdades. Por eso, los procedimientos son tan importantes, en la medida en que canalizan los comportamientos y limitan los abusos. Pero no olvidemos que el principio que da acceso al poder político es el de la mitad más uno. Lo cual coloca de forma inercial la política en una lógica de polarización: dos bloques, tradicionalmente identificados como derecha e izquierda, aunque la distinción sea cada vez más imprecisa. La dinámica bipolar arrastra. Y marca los comportamientos: el otro como enemigo al que debo sacar para ponerme. El concepto de interés general se convierte en arma peligrosa porque se utiliza fácilmente como argumento para negar la pluralidad.

3. Sentido. El lamentable espectáculo que se vive cuando las acusaciones y descalificaciones personales se imponen manifiestamente en el debate de las ideas y propuestas obliga a plantear algunas cuestiones de fondo. La democracia había crecido en el marco del capitalismo industrial, respondiendo al conflicto de intereses entre propietarios y trabajadores (burguesía y proletariado eran las figuras que armaban el relato) Y la fórmula acreditada fue la dinámica derecha/izquierda que todavía rige, aunque ni una ni otra son lo que eran. La proliferación de partidos fruto de una sociedad más compleja parecía dar una mayor flexibilidad y una mejor representación. Pero con los profundos cambios hacia el capitalismo financiero y digital, el desconcierto ha crecido y los debates políticos se han convertido en agresivas confrontaciones a menudo ajenas a las cuestiones de fondo, con la intención de esconder los mecanismos reales de dominación. Reina la frivolidad, el espectáculo del cuerpo a cuerpo domina la escena política. ¿Debemos entender que el poder está en otro lado, que la política ha perdido capacidad e influencia y que ya no es más que un espectáculo para entretener al personal mientras el mundo va por otros caminos?

Ahora, las parejas de los dirigentes políticos se han convertido en tema central del debate de la política española, patético ejemplo del nivel de degradación alcanzado. El espectáculo Trump en Estados Unidos debería advertirnos sobre el colapso de la política democrática, con complicidades de poderes de todo tipo (económicos, tecnológicos, militares, judiciales y religiosos). La pendiente hacia el autoritarismo posdemocrático parece imparable. ¿Y qué hacemos para detener esta deriva? ¿No deberíamos ser más exigentes al afrontar los problemas que generan la desconfianza ciudadana? Quizás entenderíamos mejor tanto la desafección ciudadana como la radicalización de la derecha para capitalizar el malestar. Lo dice el Nobel de Economía Abhijit Banerjee: “Una parte importante del malestar se debe a que la vida ha perdido sentido”. El callejón sin salida existencial: la vida quizás no tiene sentido, pero el sentido es necesario para la vida.

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