¿Qué podemos hacer para salvar los océanos? Lo sabemos y no lo hacemos

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Acantilados en la zona del cabo de Creus

El 50% de las sardinas y las anchoas que se pescan en la costa catalana no se han reproducido nunca. No han tenido tiempo. Las han pescado antes porque la voracidad de la pesca, aquí y en todo el mundo, es insaciable. De hecho, el 91% de las especies de pescados están sobrepescadas o en el umbral máximo de la sobreexplotación. A estas alturas, ya hemos destruido la mitad de la vida marina. Y el sobrecalentamiento del agua a consecuencia del cambio climático de los últimos años está provocando una mortalidad masiva en 50 especies del Mediterráneo. 

El diagnóstico, como podéis comprobar hoy en el dosier sobre los océanos que presentamos, está hecho. Las causas son conocidas: la sobreexplotación pesquera, la presión turística en la costa, la contaminación, especialmente por plástico y microplásticos, y, por supuesto, el cambio climático. También están definidas cuáles tienen que ser las soluciones, y este 2022 se quiere que a escala mundial sea clave para poner en marcha las medidas que a corto y medio plazo tienen que salvar los océanos. De momento, las organizaciones internacionales ya se han puesto manos a la obra. La Organización Mundial del Comercio (OMC), por ejemplo, ha prohibido los subsidios a la pesca ilegal y de especies sobreexplotadas, un acuerdo que ahora los Estados tienen dos años para ratificar y que seguro que provocará muchas presiones del lobby pesquero. La ONU también tiene en marcha varias cumbres y se prevé que a finales de año se apruebe poder fijar que se proteja un 30% de la tierra y el mar con vistas a 2030. 

Sin embargo, todo este seguido de acuerdos internacionales quedan en papel mojado si no los aplican las administraciones de proximidad. Está demostrado que las reservas marinas funcionan. El mar tiene una gran resiliencia y capacidad de regeneración, pero por eso hay que dejarlo tranquilo. En las zonas donde hay reservas marinas bien gestionadas, en las cuales se prohíbe del todo o se controla al máximo la pesca, por ejemplo, los peces y todo tipo de vida marina crecen más y también se reproducen mucho más, provocando que alrededor de la reserva también se encuentren más especies. 

Sobre el papel todo el mundo está de acuerdo, pero después cuesta mucho más ponerlo en práctica. Y aquí es donde falta más valentía y voluntad política, y más presión ciudadana. La prueba es lo que ha pasado en el Cap de Creus. Se creó la reserva marina en 1998 y ahora, 24 años después, todavía se está debatiendo el plan rector de uso y gestión que tiene que regular las actividades. Así no iremos a ninguna parte y habrá responsables a quienes la historia hará rendir cuentas. La situación es de emergencia y no se puede permitir que los intereses económicos –una parte de la industria turística y pesquera– de unos pocos pasen por encima del bien común y del futuro de las próximas generaciones. Las administraciones de proximidad son responsables y tienen que tomar medidas valientes y radicales inmediatamente. Sabemos qué hay que hacer. Ahora hay que hacerlo.

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