Sequía: entre Fitur y la COP

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El pantano de Sau ha alcanzado mínimos históricos por la sequía persistente.

El título del artículo pretende ayudar a los sectores turismofílicos (son aquellos que nos acusan a los demás de turismofóbicos) a tomar conciencia sobre la gravedad de la situación que sufrimos: ante la sequía en concreto, pero también ante la incertidumbre que comporta el cambio climático. Incertidumbre ecológica y medioambiental, por supuesto, pero también económica, social y política.

El cambio climático amenaza también con modificar el mapa de los destinos turísticos, y de hecho el turismo climático (ir a pasar las vacaciones de verano a lugares frescos , o no tan sobrecalentados como los habituales) comienza a ser una tendencia a tener en cuenta. Sin salir de la península Ibérica, cada vez son más los que van a pasar días, semanas o meses de canícula en lugares de Asturias, Cantabria o Castilla y León, con temperaturas medias sensiblemente más bajas que las caloradas que sufren las Baleares o la costa catalana. De hecho, también algunos indígenas catalanobaleares llegan a migrar de sus paraísos para ir a pasar un descanso digno de ese nombre en algún lugar de las comunidades autónomas mencionadas (o en el Pirineo, quien pueda sufragárselo). Están dispuestos a bañarse dentro de un río o un torrente, ya tener que taparse discretamente por las noches, a cambio de no tener que soportar la sofocada saturación del turismo de masas que invade nuestras costas y núcleos urbanos, con formas de barbarie cada vez más desacomplejadas.

Hace poco se ha vuelto a celebrar en Madrid Fitur, la feria internacional de referencia del sector turístico, un festival que discurre en paralelo con las COP, las cumbres mundiales por el cambio climático, sin tener nunca en cuenta ninguna de las conclusiones que se emiten al final de cada una de sus ediciones (este año, en noviembre, se celebrará la vigésima novena). Cabe decir que estas conclusiones suelen estar calibradas a medida de los umbrales de tolerancia de los grandes productores de combustibles fósiles, pero, sin embargo, los promotores del turismo global y de masas hacen para eludirlas con tanta diligencia como son capaces. El turismo, como el dinero, es un animal asustadizo, y no conviene mover ningún ruido que pueda estorbarle o causarle una mínima alarma.

Por si acaso, las restricciones de agua –como las que, desde 'este jueves, afectan a Catalunya– son pensadas para que las sufran los residentes y no los turistas, que consumen de media entre tres y cinco veces más agua que la población local. De la pandemia no aprendimos ninguna de las lecciones que se suponía que debíamos sacar, pero sí quedó claro que el ser humano sólo activa su capacidad de respuesta después, y no antes, que se produzca un descalabro . Por otro lado, en un Occidente en el que están en auge los representantes políticos del negacionismo climático (Trump puede volver a la presidencia de EEUU, y el ascenso de las extremas derechas al Parlamento Europeo en las elecciones de junio se da por sentado) las esperanzas de movimientos positivos se vuelven cada día más bajas. Este verano, eso sí –lo dijeron en Fitur– haremos récord de turistas.

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