Tiempo de retejer

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Un niño ayuda una mujer a tejer.

1. Falsa agenda. Empieza un año y toca hacer agenda. Veo que la mesa de diálogo y el regreso de Puigdemont se han convertido en los dos hitos recurrentes a la hora de establecer el calendario político de 2022. Y aun así ninguna de las dos tiene una fecha precisa. Es sintomático. De la primera solo sabemos la expresión voluntarista –se reunirá, claro que sí– que une a Pedro Sánchez y Pere Aragonés. A pesar de que el presidente del gobierno español acompaña siempre la promesa de la advertencia de que hay prioridades: ahora mismo, el esfuerzo por pasar el covid de pandemia a gripe. Más hipotético todavía es el otro hito: el regreso de Puigdemont, sobre el cual no sabemos ni cuándo ni cómo será, en la medida de que depende de un encadenamiento de decisiones judiciales sin un calendario cerrado. Puigdemont lo apuesta todo a los tribunales europeos y sus tiempos son imprevisibles.

La mesa de diálogo es un compromiso adquirido. Y, por lo tanto, hace bien Esquerra Republicana de reclamarla, en la medida que la ha hecho un referente de su estrategia. ¿Cuál es el problema? Que Junts, que ha optado para darla por amortizada desde el primer día, está esperando con los brazos abiertos su fracaso para capitalizarlo. Y a fe que lo tiene relativamente fácil. Por el contexto y por la cosa en sí. El contexto es que España ha entrado en campaña electoral con un año y medio de antelación y, en plena presión de la derecha patriotera, Pedro Sánchez asumirá pocos riesgos en el terreno identitario. La pregunta es: ¿hay espacio para que el gobierno español y Esquerra –puesto que Junts juega con manos limpias y no se quiere enfangar– encuentren dos o tres puntos de acuerdo significativos y asumibles por los dos lados en las correlaciones de fuerzas actuales? Dicen que las dos partes trabajan en ello: hará falta un grado de imaginación y generosidad mutua que cuesta ver. El reconocimiento del gaélico como lengua europea podría dar alguna pista, al menos para montar bronca.

2. Autoritarismo y frustración. Y aun así no se puede seguir eternamente colgados de la gran promesa que se convierte en expresión de impotencia. En este sentido, me parecen significativas las reiteradas apelaciones de estos días al regreso de Puigdemont. Una manera de mantener viva la llama, que no deja de confirmar que ahora mismo el independentismo no tiene estrategia. Cuando las apelaciones al mandato del 1 de Octubre ya han decaído porque el paso del tiempo ha hecho evidente su inviabilidad, solo queda especular con un hipotético impacto del cual desconocemos el momento y las condiciones, que dependerán de lo que decida la justicia europea, de lo que haga Puigdemont y de cómo responda el estado español. Parece que la doctrina del embate se va reduciendo a la indignación que pudiera derivar de una nueva acción represiva de las instituciones españolas. Apostarlo todo a un hipotético regreso del expresident es el reconocimiento de que el programa de máximos no está ahora mismo al orden del día.

Y es en estos momentos de frustración que se radicalizan los discursos, que se ensanchan las fracturas dentro del independentismo y que se despliegan sus peores versiones. Toda ideología (incluso el liberalismo, como vemos cada día) tiene su versión autoritaria, supremacista y excluyente (los buenos contra los malos, los auténticos contra los traidores), que se hace más profunda cuando las cosas no van como se había soñado y hay que buscar culpables en casa, que es lo que legitima las posiciones extremistas. Un fenómeno que recorre Europa y del cual, al parecer, Catalunya no se escapa.

En este contexto son todavía más graves las desavenencias dentro del Govern, que en el fondo son reflejo de las frustraciones y contradicciones que algunos no quieren asumir y se esconden bajo el palio de la pureza patriótica. Afortunadamente se va abriendo el juego a las alianzas de perímetro variable, que es lo que toca en un momento de reconstrucción y desorientación estratégica. Es sumando en la pluralidad que se gana el futuro, no restando. Es tiempo de retejer, no de excomulgar. 

Josep Ramoneda es filósofo
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