Hoy hablamos de
Las Ramblas de Barcelona en una imagen de archivo.
21/02/2025
Periodista
2 min
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Los catalanes tenemos interiorizada nuestra condición de minoría y, por tanto, tenemos interiorizados todos los recursos psicológicos necesarios para sobrevivir con todo tipo de sobreentendidos, simulaciones, aspiraciones, logros reales y fracasos sonoros en la dura tarea de sobrevivir en un mundo que no es precisamente como quisiéramos que fuera.

Pero hay semanas en las que notas como si el círculo se estrechara aún más a tu alrededor. Por ejemplo, formo parte del 32% de población que tiene el catalán como su lengua habitual. O soy del 46% de barceloneses que han nacido en Barcelona. Lo piensas y es como si cargaras con un peso extra de representatividad y necesidad de compromiso. Si esto es una batalla, nosotros mismos ya somos trinchera. Y, entonces, lees en los medios que dos millones de personas quieren aprender el catalán y que faltan cursos, espacios, maestros, dinero, que ha aparecido un movimiento que se llama "Español para todos" y después de decirte "cómo debemos vernos", te planteas seriamente de hacerte pareja lingüística de alguien, como cuando dicen en la radio que falta sangre y entras en algún banco a darla.

Ahora también falta sangre, pero no de la que se derrama, Dios nos guarda, sino sangre de la que corre por las venas, de la de comprometerse mientras procuramos que no se nos vaya la fuerza por la boca. Lo que no podemos hacer es vivir con y sin confianza, ni pensar que porque estamos en minoría lo vamos a solucionar votando a los del odio. Lo curioso es que no somos los únicos a los que se les está estrechando el cinturón vital. Europa está tomando conciencia de que es una minoría. Trump agita los supuestos agravios contra los blancos estadounidenses, al igual que la Rusia de Putin se ha alimentado siempre de los agravios contra Rusia. Pero éstos juegan a ser minoría. Peor aún, juegan a ser víctimas.

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