El cuerpo como arma política

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Sánchez y Puigdemont, en el Parlamento de Estrasburgo en diciembre.

BarcelonaEn el tablero político español, que es donde se desarrolla el conflicto catalán, hay dos actores que se caracterizan por ser imprevisibles, jugar fuerte y, cuando es necesario, superar los límites que ellos mismos se habían marcado. Estos dos actores son Pedro Sánchez y Carles Puigdemont, y cada uno juega con sus cartas. Sánchez tiene el gobierno y el PSOE para maniobrar. Y ha sido el primero en mover ficha en esta última partida comprometiéndose con el concierto para Catalunya. El objetivo, como ya explicamos, es constituir una alianza estratégica con ERC a largo plazo que rompa la unidad independentista y asegure la mayoría progresista en España. Y era muy consciente de que para ello debía poner algo consistente sobre la mesa, como así ha sido (solo hay que ver el histerismo con el que se ha recibido el acuerdo en los cenáculos madrileños).

Para romper esta alianza, que amenaza con dejar a Junts fuera de juego durante mucho tiempo, Puigdemont solo tiene su cuerpo y los siete diputados en Madrid como arma política con la suficiente capacidad desestabilizadora. Hasta ahora parecía que con los siete diputados bastaba, pero el último movimiento de Sánchez lo ha obligado a subir la apuesta. Por eso ha decidido jugar esa carta, la última que le queda, para cambiar el paradigma: su cuerpo. Con Puigdemont en prisión, la presión política contra ERC crecerá muchos grados, y el gobierno español verá en peligro su estabilidad. Será en ese momento, ya en la celda, cuando Puigdemont tendrá que calibrar muy bien sus movimientos.

A grandes rasgos, deberá decidir si lleva su apuesta hasta el final y hace caer al gobierno español, lo que reventaría radicalmente el escenario de distensión y avance gradual en el autogobierno que dibujan los pactos entre socialistas y republicanos y que haría volver a un escenario de confrontación, o si por el contrario intenta mantener la presión política sobre Sánchez sin derribarlo, en un difícil ejercicio de equilibrio. La diferencia entre uno y otro escenario se puede cuantificar también en años de cárcel: con Sánchez en la Moncloa sabes que siempre existe la posibilidad de los indultos, mientras que un Feijóo acondicionado por Vox no tendría esa opción. Es probable que Puigdemont quiera esperar a comprobar el impacto en la sociedad catalana de su encarcelamiento antes de decidirse por uno u otro camino. Pero en todo caso debe quedar claro que Puigdemont va a prisión a continuar la lucha política desde una posición moral en la que nadie de su espacio podrá discutirle el liderazgo.

Influir sobre ERC

Lo curioso es que los movimientos de ambos, Sánchez y Puigdemont, buscan en última instancia influir sobre un tercero, Esquerra, que es el actor que decanta la balanza en la política catalana moderna, y ahora también en la española. Lo hizo en 1980 renunciando a configurar un gobierno de izquierdas y abriendo las puertas de la Generalitat a Jordi Pujol (en una alianza en la que también estaban los franquistas de la UCD); en el 2003, cuando cerró el ciclo de gobiernos de CiU para explorar la vía de la reforma estatutaria de la mano del PSC e ICV; en el 2012 cuando, constatado el bloqueo de esta vía, se alió con la CiU de Artur Mas para abrir una etapa autodeterminista con la idea central del referéndum, y lo vuelve a hacer en el 2024 cuando, ante lo que ellos consideran el fracaso del Procés, deciden volver al peix al cove pujolista (que tanto criticaron) para forzar al PSOE a conceder el concierto para Catalunya. Este partido, que ha fracasado en su intento de alcanzar la hegemonía en Catalunya, sigue determinando los movimientos de los demás, incluso cuando pierde elecciones.

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