Sánchez sufre y Feijóo no saca provecho

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El presidente español, Pedro Sánchez, y el líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, saludándose en el Congreso de los Diputados.

MadridLo que está ocurriendo en este país no es todavía muy peligroso, pero es poco serio. El juego de las alianzas acabará cansando a la gente y alejándola de la atención por la política y sus rincones y misterios. Hay días que parece que en estos momentos los partidos más fiables son Bildu y ERC, mientras que Junts y Podem rivalizan por jugar al juego de "adivina con quien pacto esta noche" o "a quien no votaré mañana por la mañana". Pedro Sánchez, el experto en la práctica política de hacer de la necesidad virtud, sigue confiando en que "la democracia encontrará el camino", el principio que anunció el 23 de julio por la noche, como si fuera una invocación a la suerte o en el destino, con las urnas de las elecciones generales todavía calientes. Pero este camino está resultando bastante sinuoso. Menos mal que puede contar con un hombre flemático como Santos Cerdán, que tras esta experiencia de reuniones con los supuestos aliados del gobierno para asegurar la estabilidad ya puede ir a buscar trabajo en las filas de la diplomacia vaticana. Y es que, como dicen en el PSOE en cuanto les planteas la cuestión de las conversaciones sobre la ley de amnistía y sobre inmigración, hay que tener paciencia para negociar con interlocutores que tienen tantas ganas de hacerte bailar a su ritmo.

Mientras tanto , Sánchez –centrado en los últimos días en una nueva ofensiva mediática– sigue diciendo que no se cansará de buscar los votos "bajo las piedras". Una expresión que un dirigente del PP comparaba el otro día con la historia del "emperador romano que, a las críticas por cobrar un impuesto por el uso de los baños públicos y el alcantarillado, respondió poniéndose una moneda en el nariz y diciendo: 'Non olet'". Es tanto como decir lo que no importa cómo se consigue el objetivo ni a costa de qué, un reproche que los populares hacen cada día a Sánchez, pero con resultados muy magros. A pesar de las dificultades que tiene el gobierno para desarrollar una agenda política coherente y con fluidez, el hecho es que el PP no saca rentabilidad alguna de su estrategia de oposición, lo dice la última encuesta del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) y lo destaca su director, José Félix Tezanos, haciendo declaraciones en las que subraya el contraste entre los encuestados que dicen ser votantes de los populares y los que dicen ver a Feijóo como presidente del gobierno.

La encuesta del CIS

Con aparente delectación, Tezanos comentaba estos días que mientras la estimación de voto en el PP es del 31,2%, el porcentaje de encuestados que dicen preferir y ver a Feijóo como presidente del gobierno es sólo del 16,5%. En otras palabras, a casi la mitad de los posibles votantes populares les cuesta imaginar a su líder en el Palau de la Moncloa. La diferencia con Sánchez es grande porque, por un lado, la estimación de voto del PSOE es –siempre según el CIS– del 34%, mientras que el porcentaje de quienes dicen preferirlo como presidente es del 30,4 %. Parte de esta diferencia es absolutamente lógica, porque a Sánchez no hay que imaginarle en la Moncloa porque ya está ahí y, como tal, comparece día sí día también en los medios de comunicación. En cualquier caso, que quede dicho que, según Tezanos, el líder del PP muestra síntomas claros de estar pasando por una crisis de liderazgo más que ya no es ligera o significativa, sino importante. También hay que tener en cuenta, digámoslo todo, que Feijóo manifestó que el primer cese que firmaría si ganaba las últimas generales sería el del propio Tezanos, al que acusaba de manipular las encuestas. Feijóo fue imprudente, vendió la piel del oso antes de cazarle. Ahora el oso se revancha utilizando datos objetivos de las respuestas de los preguntados y sin necesidad de forzar lo que le dicen los resultados de sus estudios demoscópicos.

Feijóo se esfuerza en asomarse, pero la munición que el PP ha recibido esta semana en forma de informe de los letrados de la comisión de justicia del Congreso contra la ley de amnistía tiene un valor relativo. Es verdad que hace algunas advertencias importantes, sobre todo en relación con los posibles efectos de cualquier intento de pasar página a la investigación de presuntos delitos de terrorismo cuando se aplique esta ley. Es evidente que el Proceso no utilizó ni alentar a la violencia. Pero ha habido investigaciones que no están cerradas y que se refieren a hechos que las fuerzas de seguridad del Estado consideraron competencia de la Audiencia Nacional. Y no se trata solo del sumario que instruye el juez Manuel García-Castellón, en el que ha acusado a Carles Puigdemont de implicación en supuestos delitos de terrorismo. La dificultad derivada de que este caso y otros estén abiertos a la Audiencia es que pueden dar lugar a iniciativas judiciales para impedir la aplicación de la ley de amnistía a estas situaciones, o al menos retrasarla. Es por ello que los impulsores de la amnistía deben hilar fino en la negociación y quizás plantearse si deben redefinir algunos aspectos para evitar más bastones en las ruedas. Esta batalla diría que no ha hecho más que empezar y que tanto el PP como algunos jueces apostarán con fuerza por esta vía cuando lleven la ley de amnistía al Constitucional. Las reacciones a la alusión directa de la vicepresidenta del gobierno Teresa Ribera al magistrado García-Castellón por sus acusaciones a Puigdemont han apuntado claramente en esa dirección.

Podemos y la Casa del Rey

Estos días de enero han llevado también el décimo aniversario de Podemos y el relevo del jefe de Casa del Rey, entre más hechos destacables. Irene Montero justificaba el otro día el primer varapalo de su partido en el gobierno por el "recorte" que suponía el decreto de Yolanda Díaz para muchos trabajadores, pero expresaba el compromiso con la estabilidad. Habrá que verlo. Podemos tendrá que esforzarse mucho si cada vez que quiera clavar agujas a Sánchez y Díaz debe buscar una coartada. Y el relevo de Jaime Alfonsín por Camilo Villarino en la Casa del Rey supone un cambio generacional con claves internas, pero que no supondrá giros importantes en la Zarzuela. Villarino ha trabajado con el PP y con el PSOE, una trayectoria que debería ayudarle a jugar un papel constructivo en un palacio donde existe una clara preocupación por la falta de comunicación positiva entre gobierno y oposición, aunque se hayan puesto de acuerdo para reformar la Constitución asumiendo una larga reclamación de las personas con discapacidad.

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