En busca del niño robado en Girona en 1965
Josep y sus hermanos buscan a un hermano a quien se dio por muerto pero tienen indicios de que se lo llevó otra familia
BarcelonaMossèn Ramírez lo dejó salir de la clase de latín en el Seminario Menor de Girona. Su padre lo fue a buscar para llevarlo al cortijo de Salitja donde vivía la familia. Entre él y su hermana Roser tenían que cuidar a sus hermanos pequeños mientras Maria, su madre, daba a luz a otra criatura. Mientras su padre los llevaba hacia el mas donde trabajaba de aparcero, propiedad de un hermano, todo se precipitó: el parto se avanzó. Maria estaba sola en la Clínica La Alianza de Girona, hoy Clínica Onyar.
Josep nunca vería a aquella criatura que nació en noviembre de 1965. Nadie de su familia vería nunca a aquel niño. Fue de “manual”, recuerda Josep. Una mujer medio anestesiada, envuelven a la criatura muy rápido, se la llevan sin ni mostrarla a la madre, antes incluso de que llore, y al cabo de un rato vuelven y le sueltan una frase lapidaria: "El niño era muy guapo, pero no has tenido suficiente fuerza para dar vida a un ser". Su madre estaba sola, rodeada de la comadrona Joaquima Soler, las monjas, la enfermera y el médico. No les dijeron nada más. No supieron nunca dónde enterraron a aquel bebé. Silencio. El tema se convirtió en un tabú para la familia.
Hasta hace unos años, cuando empezaron a hacerse preguntas, a romper aquel silencio y poner palabras a aquello que habían intuido desde el primer día: que su hermano era un bebé robado. “No hacíamos nada porque era como mover una montaña, nuestros padres lo escondieron para que no nos traumatizara”, explica. Pero hace tres años Josep empezó a escribir la historia. Y en enero de 2020 inició un camino lleno de trabas y frustraciones para obtener respuestas.
La conversación con la madre
El 1 de enero de este año, con el crepitar de la leña quemando de fondo, los hermanos se sinceraron con su madre. “Te queremos explicar una historia. Hemos estado un año investigando aquello del niño robado”, le dijeron. “¿Ha salido?”, preguntó la madre, de 96 años. “Todavía no”, respondió Rosa Maria, una de las hijas. Ese Fin de Año estuvieron hablando durante casi una hora de lo que había pasado 55 años antes, sobre aquel tema que se había silenciado tanto tiempo en casa. “¿Qué le dirías si le encontramos?”, pidió Rosa Maria. “Que no tengo ninguna culpa”, dijo ella.
El primer paso fue entrar un registro del caso en la Generalitat. Solicitaron el historial clínico de su madre a la Clínica Onyar, pero se lo denegaron porque solo guardaban los informes de los últimos 30 años. A pesar de que la Generalitat les insistieron que los hospitales tienen la obligación de tener esta información, la normativa de la época exoneraba la clínica. La administración, que se había comprometido a proceder judicialmente, se echó atrás. No ellos. Con su hermana Rosa Maria consultaron los archivos municipales. No constaba ningún aborto ni hijo nacido de Maria aquel noviembre de 1965. Es más, los responsables del archivo se tomaron con determinación aquel caso y revisaron ocho meses de documentación. Ninguna referencia. Y esto que, según ha consultado el ARA, en el archivo tienen todos los nacimientos y abortos registrados.
El 22 de diciembre de 2020 Josep se enteró de que el Parlament había aprobado hacía pocos días por unanimidad la ley sobre la desaparición forzada de menores, una ley para ayudar a las familias a quienes el franquismo robó los hijos. Una práctica que se repitió durante los primeros años de la democracia española. “Llamé a la Generalitat de Girona y no sabían nada. Me dijeron que sería el primer caso que llevarían, pero, después, nos encontramos que no hacen nada porque no hay interés”, explica.
No desfallecieron. Volvieron a la clínica para pedir el historial de nacimientos y abortos de Maria, que habría tenido que guardarse durante muchos más años. Tardaron meses en darles una respuesta, que fue negativa. La información había sido eliminada. Los responsables de la clínica aseguraron que habían revisado los archivos por tercera vez y no habían encontrado nada. Obviamente, tampoco quedaban trabajadores de aquella época que pudieran ayudar. El siguiente paso, el Registro Civil. Tampoco. En el segundo semestre de 1965 y primero de 1966, ni una referencia a Maria. Aquel bebé, ni vivo ni muerto, no constaba en ninguna parte.
El aviso del médico
Que no haya ninguna referencia a aquel niño da a pensar que lo robaron. Era una familia modesta que no levantó la voz ni preguntó. No eran tiempos para protestar. Imperó el silencio durante décadas. Con su padre los hijos no llegaron a hablar nunca. Murió hace 12 años. Lo que sí que recuerdan es que unas semanas antes del parto el médico Benet Julià les dijo que “la cosa no iba bien”, que era un “niño con poca vida”. El padre lo dijo a Roser, la hija mayor. “Es el punto negro, el contraste entre el hecho de que padre dijera que el niño estaba muerto dos o tres semanas antes y que madre fuera a la clínica pensando que la criatura estaba viva”, dice Josep. Su madre, a pesar de las palabras del médico –que coinciden con lo que pasaba en la mayoría de casos de niños robados–, creía que todo iría bien. Tuvo seis hijos más y siempre nacieron sanos, sin cesárea. De hecho, pocos días después del parto le hicieron unas analíticas a Maria: estaba perfecta, pero había perdido el hijo por “agotamiento”.
“Sientes impotencia, que te puedan quitar una criatura es muy duro”, relata Josep, que durante estos últimos años se ha imaginado más de una vez como sería el encuentro con su hermano pequeño. Incluso le ha puesto nombre. El niño robado se llamaría Joan. Saben que es muy difícil encontrarle, porque desde la clínica no les han podido decir ni qué día fue el parto. Pero todavía confían. Sobre todo, si el niño se quedó por la zona y alguien le ha explicado la verdad que ellos buscan descubrir 55 años más tarde.