La cabra del Montsec: de la casi extinción a volver a los pastos
Ganaderos catalanes eligen especies autóctonas y ancestrales más adaptadas al territorio
GeronaEscoger qué raza de cerdos, vacas, cabras u ovejas criar no es una decisión trivial para los ganaderos. En términos puramente económicos, a menudo sale más rentable comercializar con especies de fuera o cruzadas genéticamente, porque garantizan más kilos de carne, grasa o leche para su explotación intensiva. Pero contra estas inercias del mercado, varios ganaderos de toda Cataluña apuestan por pastar en régimen extensivo razas autóctonas, con troncos genéticos originarios de Cataluña desde hace siglos, ganado que si bien no es tan lucrativo, se adapta mejor a las características geográficas y ambientales del territorio. Son especies como el burro catalán, el caballo pirenaico, la oveja xisqueta, la cabra catalana o la vaca de la Albera.
En términos de productividad, admiten sus valedores, no pueden competir con las razas foráneas e industriales, y menos aún con la importación directa de carne criada en el extranjero, pero los propietarios reivindican su valor añadido. El producto resultante es de proximidad y, además, estos animales contribuyen a mantener equilibrados los ecosistemas de flora y fauna.
Salvar la cabra catalana de la extinción
Sergi Arimany e Imma Puigcorbé son una pareja que quería recuperar un pequeño rebaño de cabras para gestionar una finca familiar en Sant Joan les Fonts, en la Garrotxa. Y, tras remirar cuál era la mejor especie para sus intereses, finalmente se decidieron por la cabra catalana del Montsec, un animal ancestral, de color blanco y cuernos retorcidos, que en el 2005 estaba prácticamente extinguido. Actualmente, sólo hay unos 400 ejemplares y la pareja gestiona una treintena de cabezas. No lo hacen por enriquecerse, sino por el placer de poner en valor la vida rural y rescatar a una raza autóctona. "Queríamos cabras de fácil manejo y adaptadas a la zona, y como no esperamos ingresar mucho dinero, nos podemos permitir el lujo y el romanticismo de apostar por la cabra catalana, aunque no sea prolífica ni en leche ni en engendramiento de cabritos", explica Sergi Arimany.
Su rebaño desempeña un papel fundamental en la gestión forestal de las hectáreas del entorno, porque no se alimenta de pienso ni paja de ninguna granja, sino de la hierba y los brotes verdes de los bosques y los prados. Apastan siempre en el exterior y los propietarios controlan los movimientos de los animales a distancia a través de un chip de GPS. De cada cabra salen pocos cabritos, pero, por sus condiciones de crianza, explican que la calidad de la carne es excelente: "Las madres pastan por los bancales durante 24 horas y su leche alimenta a unas crías que crecen con un sabor a la carne excepcional", manifiesta Arimany.
La vaca de la Albera, autónoma y resistente
De la Garrotxa en dirección al mar, se alza la sierra de la Albera, espacio de interés natural de donde es originaria la vaca de la Albera, una especie bovina documentada por primera vez en el siglo XII, de capa castaña oscura o clara. Jordi Carchat gestiona una cuarentena de ejemplares, en Coll de Nargó, en el Alt Urgell. "La vaca de la Albera es muy rústica, muy sufrida, no quiere decir que no tengas que alimentarla nunca, pero se espabila muy sola y, en zonas de montaña donde hay poca hierba, come hoja de los árboles" , explica. "Además, es agradecida, resistente al frío y tiene problemas casi nulos en los partos", añade el pastor. Al igual que la cabra catalana, se espabila y busca ella misma alimento en los campos o en los bosques y, por eso, "se utiliza en lugares con alto peligro de incendio, porque comen mucha hoja y setos", certifica Carchat.
De nuevo, sin embargo, es poco rentable, porque es tirando a derroche, tiene poca carne y no es lechera. "Tienen una constitución muy especial, con poco culo y un torso delgadez, pero, eso sí, la poca carne que sale es muy buena porque mantiene una dieta muy equilibrada y tiene muy poca grasa", argumenta el ganadero, que, pese a las dificultades productivas, sigue apostando por la raza: "Es la que mejor se adapta a alta montaña y es una de las especies más antiguas del país a conservar", concluye.
La oveja xisqueta, superviviente en alta montaña
En el Pallars Sobirà, Xavier Ribera tiene un rebaño de 70 ovejas reproductoras para hacer corderos. Se ha dedicado toda su vida a criar ovinos y, aunque después de la autarquía franquista, en los años 60 y 70, llegaron animales del norte de Europa y se hicieron muchos cruces, aún mantiene la especie de oveja autóctona de la zona, la chisqueta o pallaresa. "En montaña, los inviernos son muy largos, la orografía es complicada, es necesario aprovechar los pastos de verano y no todas las razas están preparadas para estas temperaturas a la intemperie, con un sol que mata y un frío que pela, y la chispa es la que lo aguanta mejor", dice Ribera.
El sector ovino en Cataluña se ha reducido muchísimo en los últimos años, pero la explotación de Ribera todavía sigue adelante. "Gano lo justo para pagar las deudas y no cerrar el negocio", reconoce. El pastor critica que, más que rivalizar con corderos de razas importadas, debe competir con la carne congelada que llega del extranjero o directamente con los animales vivos que llevan de fuera para sacrificar a los mataderos catalanes: "Llega carne de todo el mundo" y nosotros no podemos igualar su precio, pero podemos diferenciarnos con un sello de calidad ecológica y un producto autóctono, que, aunque sea más caro, el consumidor de proximidad reconoce y valora", defiende.