Educación

Dejarse llevar por la moda del momento está poniendo trabas a la educación en los países ricos

Los resultados de los exámenes llevan más de una década estancados o que empeoran

The Economist
3 min
Un aula vacía, con las sillas sobre las mesas, en una imagen de archivo.

Es bien sabido que la pandemia descabelló la escolarización. Entre 2018 y 2022, un adolescente de un país desarrollado se retrasó unos seis meses respecto al progreso esperado en lectura y nueve meses en matemáticas, según la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE). Lo que no es tan conocido es que los problemas empezaron mucho antes de la llegada de la Covid-19. Un alumno de un país de la OCDE no tenía más conocimientos de lectura y escritura o aritmética cuando el coronavirus se desbocó por primera vez que los alumnos examinados 15 años antes. Cómo sostiene el informe Las escuelas de los países ricos progresan poco, la educación en los países desarrollados se está estancando. Esto debería preocupar tanto a las familias como a los responsables políticos.

En Estados Unidos, los resultados –a lo largo del tiempo– de las pruebas de matemáticas y lectura revelan que el rendimiento alcanzó su punto álgido a principios de la década de 2010. Desde entonces, el rendimiento medio se ha torcido o ha ido atrás. En Finlandia, Francia, Alemania y Países Bajos, entre otros países, las puntuaciones en algunas pruebas internacionales llevan años cayendo. ¿Qué ha fallado?

Los choques externos han influido. La inmigración ha traído a muchos recién llegados que no hablan la lengua de enseñanza. Los teléfonos móviles distraen a los alumnos y hacen que no lean en casa. La pandemia fue enormemente perturbadora. Muchos gobiernos cerraron las escuelas durante demasiado tiempo, alentados por los sindicatos de profesores, y los alumnos perdieron el hábito de estudiar. En muchos sitios, la asistencia a clase es menor que antes de la covid. Las aulas se han vuelto más tumultuosas.

Sin embargo, los responsables de las políticas educativas también tienen gran parte de la culpa del estancamiento de los estándares. En Estados Unidos, por ejemplo, en su día mejorar las escuelas fue una cuestión bipartidista. Hoy, la derecha se obsesiona con trivia de la guerra cultural, mientras que muchos de la izquierda practican lo que George W. Bush llamó "el fanatismo blando de las bajas expectativas", y argumentan que las aulas están tan sesgadas contra las minorías que es imposible e inmoral exigir a todos los alumnos un alto nivel. Otros quieren que se reduzca la carga o se eliminen los deberes y exámenes por el bien de la salud mental de los alumnos.

El pensamiento de moda es el enemigo del rigor. Una teoría sostiene que la tecnología, como la inteligencia artificial, hará que el aprendizaje tradicional sea menos útil, por lo que las escuelas deberían formar "solucionadores de problemas", "pensadores críticos" y estudiantes que trabajen bien en equipo . Inspirados por estas ideas, algunos países han adoptado planes de estudios que se centran en "competencias" vagamente definidas y restan importancia al aprendizaje de hechos. Algunos, como Escocia, han visto cómo sus alumnos perdían conocimientos de aritmética y de lectura y escritura. A quienes han resistido, como Inglaterra, les ha ido mejor.

Menos y mejores profesores

Los responsables políticos deben centrarse en lo fundamental. Tienen que defender los exámenes rigurosos, suprimir la inflación de las notas y dar cabida a escuelas, como las concertadas, que ofrezcan a los padres la posibilidad de elegir. Tienen que pagar salarios competitivos para contratar a los mejores profesores y desafiar a los sindicatos para que despidan a los de bajo rendimiento. Esto no implica que tenga que desbaratar los presupuestos, ya que las clases pequeñas importan menos de lo que las familias imaginan. Menos y mejores profesores pueden proporcionar mejores resultados que muchos y mediocres. Los alumnos japoneses superan a sus homólogos estadounidenses en los exámenes, pese a que su aula media de secundaria tiene otros diez pupitres.

Otra tarea es recopilar y compartir más información sobre qué tipo de lecciones funcionan mejor, una tarea que muchos gobiernos desatienden. Puede que los sindicatos prefieran que la buena educación se considere demasiado misteriosa para medirla, pero los alumnos salen perjudicados. Los sistemas escolares de categoría mundial, como el de Singapur, experimentan sin cesar, fracasan rápidamente y siguen adelante. Otros siguen haciendo lo que no funciona.

Hay mucho en juego. En los países desarrollados, la mano de obra disminuirá a medida que la población envejezca. La productividad deberá aumentar para mantener su nivel de vida. Se necesitarán mentes bien formadas para hacer frente a retos complejos, desde la desigualdad hasta el cambio climático. HG Wells, novelista y futurólogo, escribió que la historia de la humanidad es una "carrera entre la educación y la catástrofe". Es una carrera que las sociedades no pueden permitirse perder.

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