Sinhogarismo

Un cartel por Mariona, Arantxa y los otros 80 muertos en la calle

Arrels distribuye 400 placas para recordar a las personas sin hogar que han muerto en los últimos siete años en plazas y calles de Barcelona

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Un voluntario de Raíces coloca las dos placas de cartón en recuerdo de Arantxa y Mariona, a la plaza Comas de las Cortes.

BarcelonaArantxa O. y Mariona M. se hicieron amigas en la calle, donde la vida las había llevado a malvivir. Durante unos meses se las vio juntas siempre alrededor de la Plaça Comas, en el barrio de Les Corts de Barcelona, y ahí la Fundació Arrels las ha querido recordar colgando unas sencillas placas de cartón –un material útil y habitual de los sintecho– con un pequeño led que ilumina las letras de sus nombres y la fecha de su defunción. Murieron con tan solo 16 meses de diferencia: Arantxa, a los 41 años, el 27 de julio de 2020 en plena vía pública, y a los 31 Mariona, el último día de 2021, en una pensión mientras esperaba un alojamiento definitivo.

Poco se sabe de la historia de Mariona y de cómo acabó en la calle. La joven era de Barcelona y tenía un hijo, pero había perdido el contacto con la familia y no lo recuperó hasta que tuvo un techo, cuando ella se sintió más cómoda al poder dejar de estar concentrada solo en protegerse y buscarse la vida. "Siempre me decía que no quería ir a un albergue ni a ningún lugar donde no pudiera fumar", recuerda Andrés González, educador del equipo de trabajo de Arrels, que pone de relieve la importancia de iniciativas como el Pis Zero, de baja exigencia y normas laxas.

La biografía de Arantxa la rehace su hermano Santiago, que desde Córdoba quiere poner rostro a las vicisitudes de su hermana para dejar claro que nadie está al margen de acabar en la calle. Que Arantxa puedes ser tú y que él podría ser tu hermano. “Arantxa era licenciada en historia del arte y tenía un máster en gestión cultural. Vino a Barcelona en 2017 para cambiar de aires y trabajar”, rememora. La mujer iba al psiquiatra en la ciudad andaluza y tenía altibajos emocionales que se acentuaron cuando acabó en la calle. No solo no quería saber nada de la familia, insiste Santiago, sino que la intentaron ayudar, pero siempre los rechazaba.

Incluso intentaron incapacitarla judicialmente para poder internarla y estabilizarla psicológicamente. La cosa se complicó cuando entró una fundación privada tutelar, y en medio del proceso la pandemia obligó a aplazar la vista. La mujer murió esperando una resolución, en una plaza del distrito de Sant Martí. “Nos avisaron y sin explicarnos mucho nos dieron sus pertenencias, con mucha documentación, denuncias a los Mossos contra todo el mundo, y mucha medicación”, explica el hermano, que por su cuenta y buscando por el Google Maps pudo saber el lugar exacto donde murió a raíz de un selfie que Arantxa se había hecho horas antes de morir en el que se adivinaba una cúpula muy grande.

Andrés González trató de ayudarlas y las recuerda siempre con un libro en las manos. Precisamente, fue por los libros de historia o la novela negra que tanto les gustaba a las dos, y también por la música punk, que consiguió que aceptaran sus visitas. “Una vez te ganas su confianza, que puede ser un proceso de semanas y meses, empiezas a trabajar para promover cambios y transformación”, explica González, y señala que, contrariamente a las sinhogar, “eran muy visibles y no se escondían en rincones”. El comportamiento de las mujeres en la calle es muy diferente del patrón del hombre: ellas llegan en peores condiciones, muy deterioradas porque la calle siempre es el último recurso y, por el miedo a las agresiones sexuales o quizás cierto pudor, se mantienen en zonas menos transitadas, apartadas del paso de vecinos. "Sienten que han traicionado el mandato que la sociedad espera de las mujeres, que sean las cuidadoras del hogar y de la maternidad", apunta González, que subraya que esto provoca un sufrimiento extra. Discretas, con buenas relaciones vecinales incluso, pasaron las semanas de confinamiento total por la pandemia en unas calles desérticas; siempre durmiendo aquí o allá. “En un momento durmieron en ese BBVA –el educador señala un local reconvertido en una panadería–. Hasta que ahí pusieron unas plantas, porque la arquitectura hostil también puede ser cuqui”.

González ha ido a la Plaça Comas para recordar a las dos mujeres colocando las sencillas placas en una esquina de la plaza. Por toda Barcelona, trabajadores, voluntarios y escolares han colgado hasta 400 de estas placas, una por cada uno de los sinhogar conocidos muertos desde 2016, con el objetivo no solo de preservar su memoria sino concienciar a la ciudadanía de las vidas perdidas. Si el año pasado murieron 70 personas, en los últimos 12 meses son 80 (60 hombres y 20 mujeres) las personas sin hogar muertas –16 en plena vía pública–, con una media de edad de 55 años, 27 menos que la esperanza de vida de Barcelona, porque, como insisten desde Arrels, sobrevivir en la calle acorta la vida. Además, como cada año, la entidad organiza este miércoles un acto en la Plaça de la Catedral de Barcelona. Pero el acontecimiento también sirve para “curar la herida, hacer el luto” a los trabajadores sociales y voluntarios que cada día batallan contra el sinhogarismo.

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