"He nacido aquí, no sé por qué me tratan como una extranjera"
Hablan los hijos y las hijas de los restaurantes y los bazares chinos y todos coinciden en lo mismo: están hartos de mofas y comentarios despectivos
Santa Coloma de Gramanet / Barcelona / GironaSe llama Xuan Xuan Zhan, pero todo el mundo la conoce con el apodo de Elena Zhan. Incluso se matriculó así en el instituto y ese nombre es el que también aparece en la orla. Tiene 18 años y acaba de graduarse de bachillerato artístico. Nació en España, pero sus padres son chinos, así que sus rasgos son claramente asiáticos. Su madre me recibe afablemente en el piso donde viven en el barrio de Fondo de Santa Coloma de Gramanet, aunque no me conoce de nada. Solícita, me ofrece agua, fruta y asiento en el comedor, donde la decoración es sumamente recargada. Luego se disculpa: debe irse a trabajar al restaurante que regenta en un centro comercial de Badalona.
Elena también trabaja cada día en el restaurante, ahora que está de vacaciones. “Hago de camarera y friego los platos”, resume tímidamente, aunque su llamativa cabellera teñida de color rojo puede hacer creer que es extrovertida. Cuando iba al instituto también ayudaba a sus padres, pero sólo los fines de semana. Además, de los 12 a los 15 años tenía que ir a clase de chino todos los sábados, de las once de la mañana a las cuatro de la tarde. “No me gustaba nada. Me ponían demasiados deberes”.
Sin embargo, Elena nunca explicó a sus compañeros de instituto que tenía el doble de deberes, los de chino y los de secundaria, o que debía trabajar. "Es que en el bachillerato no me relacionaba con mucha gente", se justifica. “Era la única de origen chino y me sentía diferente. En el pasillo siempre se burlaban de mí y me decían chinita, chinita”. Y eso, no nos engañemos, cala: “Sí, me dolía –confiesa–. He nacido aquí y siempre he vivido aquí. No sé por qué me tiene que tratar como una extranjera por mi físico”. Dice que sus padres quieren que se relacione con gente de origen chino y que se case también con un chino, pero ella quiere todo lo contrario. "Me siento una incomprendida". Le encanta bailar pop coreano y leer manga, los cómics de origen japonés. Con sus amistades se comunica por WhatsApp, pero con su madre utiliza WeChat, la aplicación de mensajería china. Vive entre dos culturas. Está entre dos aguas.
Precisamente el viernes el bailarín Junyi Sun puso en escena en Girona en el Festival Z el espectáculo Am I Bruce Lee, en referencia al mítico actor estadounidense de ascendencia china con quien dice compartir los prejuicios que arrastran a las personas de origen asiático que no son lo que aparentan ser. De hecho, él se define como "un hombre plátano: amarillo por fuera y blanco por dentro". Es decir, tiene rasgos asiáticos, pero su cultura es la occidental. Un término que los chinos utilizan a veces como un insulto, pero que Junyi se apropia para darle la vuelta.
En el espectáculo, el bailarín, fundador de la compañía Kernel Dance Theatre, escenifica su lucha interna y crisis de identidad, plasma muy bien la carga cultural y social que supone ser de origen chino y juega con los estereotipos que suele tener el público. “¿Comes con palillos?”, “¿tus padres tienen un restaurante?” o “¿en China comen gato?” son algunas de las preguntas que le han hecho mil veces, aunque él se crió entre Tarragona y Barcelona, habla perfectamente catalán y castellano, y el chino no lo domina. Hasta los 4 años vivió con una familia catalana, porque sus padres estaban demasiado ocupados trabajando en un restaurante para poder cuidarlo.
“Incluso en el mundo de las artes escénicas existe la tendencia de buscar personas asiáticas para lo exótico”, lamenta Junyi. Como si alguien con sus facciones no pudiera estar de aquí. "No sentirse de ningún sitio puede ser válido, ni de aquí ni de allá", destaca. De hecho, en los últimos años algunos jóvenes de ascendencia china han empezado a levantar la voz para reivindicar esta dualidad cultural y denunciar la estigmatización y estereotipos que sufren. Es el caso de las alicantinas Paloma Chen y Susana Ye, periodistas y poetas; la ilustradora andaluza Quan Zhou Wu, conocida con el apodo de Gazpacho Agridulce; o el cantante madrileño Chenta Tsai Tseng, cuyo nombre artístico es Putochinomaricón, escrito así, todo junto, y que puede parecer muy gracioso pero que en realidad es muy triste porque hace referencia a la existencia de racismo. Así es como le llamaban a él por ser homosexual y de origen chino.
Xingyu Zhu sólo tiene 14 años y dice que le cuesta tener "amigos españoles" en el instituto. Ha nacido en Barcelona, pero sus padres son también chinos. "Es muy difícil entrar en el grupo", asegura. A su amiga Ruiyan Wu, de 15 años y también nacida aquí, le ocurre lo mismo: “En primaria no tenía la sensación de tanta diferencia, pero en secundaria, no sé por qué, pero me siento excluida”. Ambas afirman que la mayoría de sus amistades son de origen chino y que el chino es también la lengua que suelen hablar. Sin embargo, a ninguna de las dos les gustaría vivir en China: “Allí hay demasiado estrés y competencia entre los alumnos”, argumentan.
La llegada de los primeros inmigrantes chinos a Cataluña se remonta a la década de 1870, cuando familias chinas procedentes de Filipinas se instalaron en Barcelona. Pero fue a raíz de los Juegos Olímpicos de 1992 y la posibilidad de hacer negocio en la capital catalana cuando el flujo de ciudadanos de este origen aumentó, la mayoría provenientes de la provincia china de Zhejiang, según detalla el profesor Joaquín Beltrán Antolín en el estudio La inmigración china en Cataluña. A partir de 2000, la población china empezó a aumentar vertiginosamente. Ese año había 4.461 chinos en Cataluña y en 2023 ya vivían 61.864, según datos del Instituto de Estadística de Cataluña. Es decir, se han multiplicado por catorce. El 86,14% se concentra en la provincia de Barcelona.
Quizás por este crecimiento exponencial o por nuestro desconocimiento total de su cultura han proliferado las leyendas urbanas como la que dice que los chinos no pagan impuestos. “Es una comunidad que se caracteriza por su alto índice de asociacionismo. Hay muchas asociaciones chinas donde, por ejemplo, cada socio paga 1.000 euros para hacer un préstamo a uno de ellos para que pueda abrir un negocio. Se basan en la confianza mutua”, aclara el profesor de historia y cultura de la China moderna y contemporánea de la Universidad Pompeu Fabra Manel Ollé, confirmando que, efectivamente, estamos cargados de prejuicios. La antropóloga Irene Masdeu, que ha participado en numerosos proyectos de investigación sobre la inmigración china, menciona más: "La idea del peligro amarillo o que todo lo que viene de China es barato y de mala calidad".
Las cosas no son blancas o negras, sino que hay demasiados grises. Así lo cree la mediadora cultural Begoña Ruiz de Infante, que vivió once años en China y habla perfectamente el chino. Actualmente coordina el proyecto Xeix del Ayuntamiento Barcelona, que fomenta la relación de la numerosa población china que vive en el barrio de Fort Pienc con entidades locales, escuelas, centros de salud… Por ejemplo, en la asociación de comerciantes de esta zona , Eix Fort Pienc, un 25% de los asociados son chinos. Ella, que lleva veinticuatro años trabajando de mediadora, cuestiona que los chinos sean una población tan cerrada como se cree. "Hay una dificultad idiomática y una falta de confianza", argumenta.
El barrio de Fondo de Santa Coloma de Gramanet es otro lugar con una gran concentración de población china. Salta a la vista. Hay infinidad de negocios regentados por esta comunidad: bazares, fruterías, tiendas de ropa, parafarmacias… Xuanhao Ye vive allí. Tiene 26 años, ha nacido en Barcelona y también opina que existen demasiados estereotipos sobre la comunidad china. "Se cree que todos los chinos son buenos en matemáticas ya mí se me daban mal", pone como ejemplo. En la ESO nunca quería ir de excursión con el instituto porque se sentía excluido, y también le repateaba que le dijeran “el chino” cuando jugaba en un equipo de fútbol. Era el único de origen asiático. "Por suerte, era bueno en fútbol y me acabaron respetando", añade. Porque, eso es otra, siempre ha tenido que demostrar que era mejor que los demás.
Xuanhao se siente “catalán, chino y español” y asegura que se relaciona con todo el mundo, pero aclara que no todo el mundo es como él: “Entre el 60% y el 70% de los jóvenes de origen chino como yo se relacionan sólo con otros chinos”, calcula. Según dice, sentirse excluidos contribuye a ello, pero también el hecho de que “los padres se esfuerzan en inculcarles la cultura china”.
Por ejemplo, la mayoría de menores de origen chino van a clase de chino y de las tradiciones del país de origen de sus padres cada sábado durante unas cinco horas. Las clases se imparten en los propios centros educativos y las impulsan asociaciones locales chinas, que suelen recibir ayuda económica de la embajada del país. Y en verano también organizan colonias en China. Según datos del departamento de Educació, 2.878 alumnos estudiaban chino en horario extraescolar en 26 centros educativos de Cataluña en el curso 2022-23. Y hay que añadir otros 3.960 que lo hacían en horario lectivo, sobre todo en colegios concertados y privados.
La forma de divertirse de los jóvenes de origen chino también es diferente, según Xuanhao. Por ejemplo, explica que les encanta los juegos online e ir a los bares de bubble tea, restaurantes con karaoke y conciertos. Además, cada año se organiza una macrofiesta en una discoteca de Barcelona dirigida básicamente a público asiático. Son las llamadas Weile Parties.
A todo esto hay que añadir que muchos padres aspiran a que sus hijos continúen con el negocio familiar o, como máximo, abran uno nuevo. En este sentido, “hay un techo de bambú”, opina la investigadora en psicología de la educación Cristina Zhang Yu, que también es de origen asiático y utiliza este término similar al “techo de cristal de las mujeres” para referirse a que se da por sentado que todos los jóvenes de origen chino deben ser comerciantes.
Esto es lo que le ocurrió a Lisa Ji, de 28 años y también nacida en Cataluña de padres chinos. "Cuando estudiaba cuarto de ESO estaba segura de que continuaría el negocio familiar", declara. Pero una profesora le animó a seguir estudiando y acabó cursando empresariales. Ahora ha impulsado un proyecto en Barcelona con el colectivo Global Shapers para abrir los ojos a otros adolescentes. Acompañan a jóvenes de ascendencia china: les ofrecen un mentor de origen chino con estudios superiores de ámbitos tan diversos como el sanitario, financiero, legal y la ingeniería. El objetivo es que tengan referentes.
Sin embargo, incluso los que optan por ir más allá y superar barreras no lo tienen nada fácil. Lo asegura la abogada experta en procesos migratorios Kangyun Xiao. Llegó a España con 12 años y ahora tiene 40. “Las personas de origen chino que nos hemos criado o nacido aquí tenemos problemas para obtener la nacionalidad española. Nos exigen un certificado de antecedentes penales chino y eso es imposible de conseguir si nunca has pisado China”, lamenta. Y añade: "Según la legislación china, cualquier persona nacida fuera de China de padres chinos es china". Es decir, al gobierno de Pekín tampoco le interesa facilitar el trámite. En definitiva, en España siguen siendo extranjeros administrativamente. Para Xiao, eso es "racismo institucional".
Xiaohui Xia nació en Badalona e inicialmente quería estudiar ingeniería, pero la pandemia le truncó sus expectativas. "Mi madre alquiló un chalet en Girona, lejos de todo", explica. De esta forma pretendía que no se contagiaran, así que tuvo que dejar el bachillerato. Xiaohui regenta ahora un restaurante con su hermana en Barcelona, aunque solo tiene 22 años. Los padres le han ayudado mucho, asegura.
Ella también debe aguantar cada dos por tres comentarios de mofa. Por ejemplo, una persona cualquiera se le cruza por la calle y le suelta: “Chin, chan, chun”. "Si no pasara eso, me sentiría más de aquí", asegura. En la escuela era la única alumna de origen chino y llegó a un punto, confiesa, que no se gustaba a sí misma. “Me sentía distinta. No me gustaría que mis hijos pasaran por lo que pasé yo cuando era pequeña”. Según dice, ella no tiene la misma mentalidad que sus padres: no trabaja tantas horas y no tiene intención de casarse ni de tener hijos de momento. "Quiero viajar y quizá abrir más negocios", explica.
Nieves Zhang, de 26 años, es también empresaria, aunque ha optado por un negocio totalmente nuevo en la comunidad china: una escuela de baile. La abrió hace un año y medio en el barrio de Fort Pienc de Barcelona, con el apoyo de sus padres. Enseña hip-hop, pop coreano, breaking, danza contemporánea... Es impresionante como baila. En la escuela son una decena de profesores y cuentan con casi 200 alumnos, el 65% de los cuales son de origen chino. Nieves estudió producción musical en Barcelona y después se formó en danzas urbanas durante dos años en China. Admite que el 90% de sus amistades son chinas y que le gustaría casarse con alguien de origen asiático como ella. "Me hacen sentir extranjera, aunque soy de aquí", se justifica. En China, asegura, tampoco encaja: "Allí también me siento de fuera".