Inmigrantes españolas y latinas: "No nos han pasado cosas tan distintas"
Cáritas reúne a mujeres procedentes de la migración de los 60 y de América Latina para que compartan vivencias del proceso de adaptación


Cornellá de LlobregatAl final, todas las mujeres se reconocen en las historias de las demás. "¡Somos tan iguales, no nos han pasado cosas tan distintas!", repiten. Son una veintena y tienen en común que tuvieron que dejar su tierra para emigrar a Catalunya y se han instalado en Can Padró, barrio de Cornellà de Llobregat acostumbrado a acoger a migrantes. Como los que llegaron a los 60 procedentes de Extremadura o Andalucía y quienes, a partir de este nuevo siglo, proceden de América Latina. Hoy este grupo heterogéneo –por procedencia y también por generación– se ha encontrado en una sala de la asociación de vecinos en una actividad que organiza Cáritas para promocionar, precisamente, el conocimiento y la interacción entre vecinas que seguramente si no fuera por espacios como éste no coincidirían.
En esta conversación informal descubren que la inmigración tiene más puntos en común de lo que podían sospechar antes de entrar en la sala. ¿Infravivienda o realquiler? Todas tienen una historia que contar actual o de hace décadas, cuando eran unas niñas. "Yo no veo tanta diferencia entre ambas migraciones", explica Bàrbara Isla, de familia catalana "de toda la vida", testigo de los cambios que habla con conocimiento de causa. "En la Ciudad Satélite [el nombre franquista por el actual San Ildefonso] vivían 30 personas en un piso de dos habitaciones", afirma.
Una de estas nuevas migrantes es Mayra Andrade, quien "por un día" no pudo regularizar su situación y ahora está esperando un contrato laboral que le permita volver a optar a la residencia. Ésta, la de los papeles, es la gran diferencia con la ola migratoria española: las trabas para poder regularizar la residencia si no se tiene una oferta de trabajo o una vivienda digna. "Qué empresario espera que se hagan los trámites si todo va tan lento", se lamentan las mujeres latinas. Sin embargo, enseguida hay quien rememora que los que llegaron de España tenían la nacionalidad, pero también "se escondían de la policía cuando llegaban a la Estación de Francia para que no les volvieran al pueblo de nuevo".
Endulzar las dificultades
Con los años, el viaje migratorio se endulza. Influye que entre las españolas la mayoría llegaron de niñas o muy jovencitas siguiendo a un marido recién estrenado. A pesar de los años, casi todas mantienen el corazón dividido, medio catalanas medio andaluzas/extremeñas. Menos una extremeña que se levanta y dice que la tierra que la vio nacer "son los récords de infancia", pero que para identificarse elige "ser catalana y lo suficiente". "Allí nos moríamos de hambre y aquí hemos hecho nuestra vida", exclama.
En cambio, las jóvenes latinas sí decidieron buscar un futuro en Europa. Cuentan que han venido "para estudiar", como Andrade, pero también para huir de la violencia y la inseguridad de no poder ir tranquilas por la calle o centro comercial. Laura, colombiana de 27 años, mima a su hijo de siete meses nacido ya en Catalunya mientras admite que le es llevar todo el duelo migratorio, porque con su pareja renunció a una vida cómoda, con buen trabajo y salario, "por razones políticas", y en Cornellà se han topado con más problemas de lo que esperaba. ¿Lo mejor? "La poca criminalidad y las guarderías, que permiten a las mujeres trabajar", dice. La reflexión sorprende a Antonia Bolance, que ha asumido que Catalunya tiene un alto índice de inseguridad, cuando no es así en comparación con el entorno. "Virgen, y yo soy la que camino acojonada por las calles del barrio!".
Para la psicóloga de Cáritas Adriana Robles es positivo que ambos colectivos expresen lo que las separa "pero no desde el miedo" de la diferencia sino desde la "vulnerabilidad compartida". Dejar casa, trabajo, amistades y familia no es fácil para nadie. Sin papeles, las mujeres latinas no pueden volver a su país para visitar a sus padres porque las detendrían en la aduana del aeropuerto. La distancia física también se hizo notar entre las españolas, cuando había tan pocos teléfonos que las familias se escribían cartas que tardaban días en llegar y ya, de vez en cuando, daban una conferencia telefónica en los viejos locutorios de la época. Ahora la comunicación es inmediata y barata por el móvil, por WhatsApp.
Y si hay un aspecto que las une es la añoranza por la comida de origen. La colombiana Laura explica cómo le está costando comer con agua porque en su país es más habitual acompañar la comida con zumos naturales de fruta. Entre las españolas se les hace la boca agua rememorando los cocidos y gazpachos que, para ellas, son "la casa de la abuela". Pero en la cocina la fusión con la cocina catalana es ya un hecho. Las latinas explican cómo han entrado a través de los hijos pequeños en el pan con tomate, una combinación extraña.
"Que estas chicas jóvenes latinas no se sientan diferentes por lo que ellas pasan; también lo pasamos los que llegamos hace 50 años y aquí estamos", concluye Bolance.