BarcelonaAntes, hace 30 o 40 años, pasaba solo de vez en cuando. Ahora la frecuencia es casi anual y prácticamente en todo el mundo. Las olas de calor también afectan a mares y océanos. Y lo hacen de una manera que ya está cambiando las condiciones de los hábitats marinos tal como los conocemos. No es solo que las altas temperaturas favorezcan la entrada de especies invasoras u otras que sustituyen a las autóctonas, sino que provocan la reducción de biodiversidad a pasos gigantescos. Los arrecifes de coral, sean tropicales o en cualquier otra zona del planeta, han disparado la última alarma. El encalado de la Gran Barrera de Coral, en las costas australianas, y la degradación de los corales en la Mediterránea, son los signos más evidentes de una de las grandes amenazas para la biodiversidad marina.
La Gran Barrera australiana está sufriendo justo en estos momentos un episodio de encalado visible a primera vista desde el aire de casi 1.200 km de longitud. Según los responsables de la gestión de este emblemático parque marino, es el sexto acontecimiento de este tipo que se detecta en la zona. Según los expertos, la pérdida del color rojo tan característico suele ser el paso previo a la muerte de estos organismos vivos. “Los arrecifes de coral tropicales y subtropicales son animales que viven en simbiosis con microalgas microscópicas”, explica Joaquim Garrabou, investigador del Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC). Cuando hay un aumento de temperaturas, el coral expulsa las microalgas, lo que provoca la pérdida de color y la degradación de su función biológica. “Si falta el simbionte, el coral lo tiene muy difícil para sobrevivir”, añade.
Pero no se trata solo de un aumento de la media de temperaturas a pesar de que se calcula que si supera los 1,5 grados centígrados la supervivencia de los arrecifes de coral estaría comprometida. “Son las olas de calor lo que más preocupa”, señala Cristina Linares, investigadora Icrea y catedrática de ecología marina en la Universitat de Barcelona. Una ola de calor marino se graba cuando la temperatura del agua supera durante un tiempo determinado, normalmente 5 o más días, el 90% de la fracción más alta de la media habitual. Se trata, por lo tanto, de un fenómeno extremo que llega de forma repentina y que suele estar unido a las corrientes marinas. En el caso del encalado de la Gran Barrera de Coral, las corrientes cíclicas denominadas la Niña, este año más cálidas, se contraponen a las más fríos del Niño, el nombre con el que se conoce a este otro fenómeno.
El aumento repentino de la temperatura ha desplazado a las microalgas y ha “desnudado” el coral hasta dejar tan solo el esqueleto, dice Garrabou. Más allá del efecto visible de la pérdida de color, la alta posibilidad de muerte del coral amenaza también las funcionalidades ecológicas básicas de los arrecifes. Por un lado, las estrictamente mecánicas. “Se trata de un conjunto de especies que habitan espacios cercanos a la superficie y relativamente al lado de olas costeras”, aclara el experto. Su posición frena posibles episodios de erosión de la costa. Por otro lado, su pérdida compromete la biodiversidad de la zona: “Los arrecifes dan protección a multitud de pescados, moluscos y otras especies animales”. No solo protección respecto a depredadores, sino también como región de cría. En términos humanos, la muerte de los arrecifes puede significar una disminución drástica de la pesca.
El fenómeno de la Gran Barrera se ha observado hasta 6 veces en los últimos años. “Han pasado de ser episodios puntuales a ser habituales”, apunta Linares. No solo esto: “Pasa en todas partes donde hay arrecifes y en toda la columna de agua”. En la Mediterránea, señala, se ven situaciones similares y a profundidades de hasta 500 metros. “Todos los arrecifes están comprometidos”, acaba.
El declive en el Mediterráneo
"Si el Montseny se levantara un día solo con tres árboles, ¿alguien se atrevería a decir que es un bosque?" Este es el escenario dantesco que describen los oceanógrafos del ICM-CSIC después de un estudio reciente de los arrecifes de coral en algunos puntos del Mediterráneo. Constatan reducciones de hasta el 90% de la biomasa de estos bosques submarinos en lugares protegidos, como la zona de Scandola, en Córcega, según un estudio publicado en la revista Proceedings of the Royal Society B.
El estudio se remonta a 2003. Hasta entonces, la situación era "óptima" en esta zona mediterránea, con frondosas praderías de coral, explica el investigador del ICM-CSIC Daniel Gómez al ARA. Sin embargo, aquel verano una ola de calor marino provocó una mortalidad "masiva" de diferentes poblaciones. Pasados 15 años, una nueva inmersión revela que la zona tiende al "colapse". Las poblaciones afectadas pueden considerarse "prácticamente extintas desde un punto de vista funcional".
El calentamiento del agua de aquel verano de 2003 fue un golpe brutal, pero a continuación las olas de calor recurrentes –"volvió a haber en 2009, 2014, 2016 y 2017", enumera Gómez– han ido truncando la capacidad de recuperación de las especies más emblemáticas de la zona, el coral rojo (Corallium rubrum) y la gorgonia roja (Paramuricea clavata).