Pandemia

Una temporada en el infierno

Ernesto Ekaizer explica cómo ha sobrevivido al coronavirus

5 min
Ernesto Ekaizer con el equipo médico

MadridLa tarde del 29 de septiembre de 2020 mi cuerpo, de cabeza a los pies, se rompía, crujía. Lloré y grité de dolor. Bajo el efecto del analgésico caí en un profundo sueño. Mi esposa Silvia solicitó una ambulancia sin yo saberlo. Sobre las diez de la noche, los enfermeros esperaban en la puerta de casa, en la cuarta planta. Todavía casi dormido, con la sensación de que mi esposa venía conmigo, salí hacia el ascensor. No la besé (al contrario de lo que proclama Homero Manzi en el tango Sur: bajo el beso que entonces te robé) esperando que me acompañase, pero estaba también con síntomas del virus, sin consecuencias, como se vio más tarde, y no pudo venir.

El viernes 2 de octubre de 2020, con el diagnóstico de neumonía bilateral en los pulmones, los neumólogos e intensivistas del Hospital Universitario de la Fundación Jiménez Díaz, me rodearon. La insuficiencia respiratoria era tal que me estaban dando 60 litros de oxígeno por minuto. El aparato de plástico parecía quebrarse. El doctor Andrés (“soy joven, como puede ver, pero mi especialidad es el covid-19, vengo del Hospital Vall d’Hebron”), dijo, a mi derecha, que subieran a 100 litros por minuto. La saturación de oxigeno no respondía.  

Les dije: “No hay otra”. Presentí que viajaba hacia la noche más oscura. Algunos miembros del equipo de terapia intensiva intentaron disimular la gravedad. Pero su jefe, el delgadísimo doctor Andrés, dijo: “No hay otra”. 

Decidió el sábado 3 de octubre inducir el coma e intubarme. 

Llamó a mi esposa. 

Y fue al grano: una intubación mínima de dos semanas a tres meses. 

Esa noche me trasladaron a la pecera o UVI o UCI, donde permanecían aquellos que habían sido intubados. Nueve camas.   

Dos enfermeras -Mercedes y Cristina- y Ana, auxiliar, me rodearon. 

Me preguntaron, mientras se hacían los preparativos, qué música me gustaba. Respondí “clásica” y añadí: “Y griega”. Y pregunté: “¿Me vais a cubrir el cuerpo con una manta?” 

De mis labios salieron unas palabras en yidisch. Gezunt y Gezuntereit (Salud, Buen apetito).

Bajaron de internet Zorba El griego y bailaron. Ana, más tarde, me dijo: “En tus ojos, en esta misma cama vi miedo, como ante un abismo, y cuando dijiste si te íbamos a cubrir el cuerpo con una manta, y con movimientos tan inquietos, la respuesta sobre la música, nos dijimos entre nosotras, va a salir, lo va a conseguir”.  

Los doctores Andrés y Pablo, especialista en medicina intensiva, resolvieron ponerme boca abajo (posición en decúbito prono) unas 16 horas sobre 24. Porque el respirador por sí mismo puede causar inflamación y complicaciones pulmonares adicionales. Cuanto más fuerte sea el respirador para lograr una oxigenación normal y extraer el dióxido de carbono, puede dañar las áreas pulmonares sanas normales y empeorar tu estado.

Ernesto Ekaizer durante su hospitalización

La asistencia respiratoria con el paciente acostado boca abajo (prono) en vez de boca arriba (supino), en cambio mejora el trabajo del respirador, y reduce los efectos secundarios indeseables.

La posición de prono solo tuvo lugar una tarde y noche. Y la intubación duró no de dos semanas a dos meses según el plan inicial: fueron cinco días. Y aunque estaba bajo efecto de una anestesia total, la sensación, al terminar el coma, era de ahogamiento durante varios días. 

Estás como ahorcado. Crees en ese momento que no puedes sobrevivir, vamos, que ya no quieres, la garganta está cerrada, te oprime. Te han quitado el tubo de 9 mm, la endotraquea, que te han bajado de 20 a 25 cm dentro de la garganta. Al escribir estas líneas vuelvo a ser “el ahorcado”. Me ahogo, gritas, agua, agua. Pero no puedes tomar nada. Solo una gota.

Siempre sentí que aún sedado me ahorcaban, es decir, que a pesar de estar en coma sentía el tubo apretandome la garganta. Pero me decían que no podía ser. Lo dejé. Mi mujer creía que lo sabía, pero el doctor Pablo le explico que me bajaron la sedación intubado porque lo suelen hacer y empecé a mover el cuerpo reaccionando. Tenía yo razón.

Seguía mecánicamente con mis palabras en yidisch: Gezunt, gezuntereit. Piensas que, por lo agresiva, estás bajo una tortura medieval. Y los médicos y enfermeras que te rodean en esos momentos poco pueden decir para aliviarte. Están a la espera de la reacción de tu cuerpo. Hablan con tu mujer. No pueden hablar abiertamente de esperanza. Aunque dicen que la reacción es buena. 

Sobrevives. Pasas a la UCI/UVI/UCIR durante dos semanas. Las PCR: has superado el coronavirus. Mis pulmones siguen con fuerte inflamación, lo que bautizo como nubes blancas, pero el covid-19 ha sido derrotado. El 3 de diciembre de 2020 me dan el alta, sin recetar medicamentos en casa. Con la mochila de oxígeno. Pero el 19 de diciembre de 2020, la inflamación de los pulmones recrudece, la saturación de oxígeno va mal. 

Altas y reingresos

Otra vez la ambulancia. Reingreso en el hospital. Tras este segundo, el alta que darán el 5 de enero de 2021 ya será diferente. Sigo el tratamiento en casa con el corticoides, muy eficaz, ya es un hecho, contra el virus, pero con efectos colaterales. Un recrudecimiento de los problemas provoca un tercer ingreso en el hospital el 26 de enero de 2021. Y el alta el 12 de febrero y luego otro reingreso, durante casi un día. Del año, pues, desde que empezó la pandemia, he pasado más de cinco meses en el hospital. 

Una embolia embrionaria -lo que llamo un pececito diminuto que salía de una arteria hacia el pulmón- ahora, según la Angio-Tac-Torácica de hace diez días, ha desaparecido. Y los pulmones se van librando, limpiando, de la inflamación provocada por el virus. Pero es el “momento” del cardiólogo, el doctor Álvaro, que ha detectado una alteración en el funcionamiento de la tensión arterial. Ortoestatismo.

En el corazón, dice, tienes una zona que es la que responde a lo que está pasando a tu cuerpo. Si caminas, se pone más rápido, si te tumbas en la cama, se ralentiza, si te asustas se pone más rápido. Es el nodo sinusal donde llega los ejercicios, el estrés, reposo, lo que haces en el día.

Esto nos lleva a mi situación actual, ya libre del virus, pero con las consecuencias del periodo prolongado de encamamiento, intubación, problemas respiratorios, pequeña embolia del pulmón, corticoides, infecciones, recrudecimiento de inflamación, oxígeno domiciliario, disminución de la actividad física. Y esto también puede ser por el coronavirus, que tiene cierta afinidad con el músculo cardíaco y también “vuelve un poco loco” al corazón. 

Es el síndrome post-covid con taquicardias y ortoestatismo. La esperanza: casi todas son transitorias. Cuando sobrevives al virus sabes que podrás aguantar más. Sabes que lo que ha quedado en tus sentimientos no es la temporada en el infierno, ante el abismo, que has pasado. Has regresado de esa noche negra. 

Reinicias. Los mensajes de cariño te invaden. Te dicen, "Descansa. Cuídate primero". Y quieres también aparte de curarte dar a los demás. Trabajar. Tienes fuerza. ¿Por qué no? Lo que queda de estos casi seis meses es el cuidado que te han dado con amor decenas de enfermeras de varias nacionalidades, de los médicos, intensivistas, neumólogos, auxiliares, celadores, radiólogos, fisioterapeutas. Has convivido con todos. Son ahora tu familia.

Margarita, en su felicitación de Navidad, Noche Vieja, Reyes, me escribió: "Te pondrán en nómina porque te pasas la vida con ellas y ellos, que trabajan en terribles condiciones de precariedad. Y que se han tenido que marchar sin empleo después de la primera ola, antes del verano, fuera de Madrid".

Eso es, pues, lo que te queda.      

A todos ellos un homenaje: a las víctimas del virus.

A las víctimas de la gran crisis económica y social de la pandemia y los trabajadores y las clases populares. Los que están pagando la factura en pérdida de empleo y salarios.

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