Toxicómanos pinchándose en la calle a plena luz del día
Los vecinos del Raval exigen una solución, pero el Ayuntamiento de Barcelona y los Mossos d'Esquadra se acusan mutuamente de ser los responsables de la situación
BarcelonaNo hace falta fijarse demasiado para ver que allí, en una esquina de la calle Arc del Teatre, en el barrio del Raval de Barcelona, un chico se está inyectando una dosis de heroína en la barriga a plena luz del día. Son las seis menos cuarto de la tarde. Está colocado de cara a la pared, como intentando ocultar lo que hace, pero se intuye perfectamente. A su lado otra joven se pincha en el brazo y ella sí que no disimula nada. Se pincha reiteradamente, una y otra vez, sin esconderse. Da escalofríos verla. Tal vez no se encuentra la vena. Desde la distancia, lo único que piensas es que, por favor, acaben cuanto antes.
La calle Arc del Teatre está justo al lado de la Escuela Oficial de Idiomas de la Avinguda de les Drassanes, en la que estudian tantos jóvenes, y hace esquina con un CAP. “¿Tú crees que tenemos que ver esto cuando vamos al pediatra? El pequeño no se da cuenta, pero ésta…”, se queja una vecina que también ha presenciado la escena, y carga con un bebé en brazos y lleva a otra niña de 4 años de la mano. Y ya se sabe, a esa edad los críos lo preguntan todo.
La sala Baluard
También allí, al lado, está la sala Baluard, uno de los dieciséis centros que el Ayuntamiento de Barcelona tiene en la ciudad para que, entre otras cosas, las personas que están enganchadas a alguna droga no tengan que consumirla en la calle. De hecho, es el centro de la capital que atiende a más personas: por allí pasan cada mes unos 690 toxicómanos, la mayoría hombres, que sobre todo consumen heroína, pero también cocaína, o las dos a la vez, inyectadas o inhaladas, según explica Maribel Pasarín, directora del Observatorio de Salud Pública de Barcelona. El 40% viven en la calle. “Nos gustaría que todas las veces que tuvieran que consumir, vinieran aquí”, afirma. Pero, claro, tampoco pueden obligarlos. Así que el panorama es este alrededor de la sala Baluard, pero también en otras partes del Raval.
Por ejemplo, a las siete y media de la tarde, delante del número 3 de la calle Reina Amàlia, dos hombres se pinchan sentados de cuclillas en la entrada de un parking. Uno de ellos levanta la vista instantáneamente al sentirse observado. Antes, a las cinco de la tarde, otro hace lo mismo en los míticos jardines del Antic Hospital de la Santa Creu, a pesar de que hay estudiantes, turistas, niños… En ese mismo lugar a las nueve de la mañana un operario friega la escalera de piedra de la Biblioteca de Catalunya. “Aquí cada mañana te encuentras de todo: jeringuillas, sangre…”, comenta resignado. Más allá tres jóvenes duermen tirados en el suelo con cara de traspuestos, y una trabajadora municipal recoge jeringuillas que han quedado por el suelo y en las papeleras.
Como es de suponer, los vecinos el Raval ya están hartos. Lógicamente no quieren que se estigmatice su barrio, pero tampoco quieren continuar así. Según dicen, cada vez va a más. Sin embargo, desde el Ayuntamiento, la Guardia Urbana y los Mossos de Esquadra, repiten como un mantra que la situación no es ni ni mucho menos tan grave como cuando existían los denominados narcopisos, antes de la pandemia. De hecho, los datos así lo avalan: en el 2019 los Mossos desarticularon 96 pisos donde se vendía droga en el Raval. En el 2020, noventa y siete; y sesenta y seis en el 2021. Este año llevan 54 pisos y 55 detenciones. Y los robos y los hurtos también han ido a la baja en julio y agosto.
Sin embargo, hay una cosa que sí ha cambiado. Según el intendente Rafael Tello, que es jefe de la comisaría de los Mossos de Esquadra en Ciutat Vella, “ya no existen narcopisos en el Raval”, o sea lugares donde los toxicómanos compran y se inyectan la droga. “Tenemos detectados una decena de pisos donde venden. En algunos también se consume de forma fumada, pero ya no encuentras jeringuillas”, aclara. O sea, el consumo se habría trasladado a la calle. Y eso sí que podría hacer que exista una “percepción de inseguridad”, según reconoce el jefe de la Guardia Urbana en Ciutat Vella, el también intendente Ángel Sagués. De hecho, el año pasado la Agencia de Salud Pública de Barcelona recogía una media de 2.000 jeringuillas al mes en la calle en el conjunto de la ciudad, el 85% en el distrito de Ciutat Vella. Este año la cifra ya llega a 3.800. Es decir, casi el doble. Una cantidad similar a antes de la pandemia.
“Es que cuando tienes el mono, te pinchas donde sea. Yo, de lo único que me escondo, es de los niños”, explica Lázaro, de 47 años, que acaba de salir de la sala Baluard y no sabe concretar cuánto tiempo lleva inyectándose heroína y cocaína y fumando crack. Años, tal vez décadas. Está demacrado y tiene hematomas en los brazos. Desde hace tres meses se ha empezado a pinchar en las venas de las manos, pero también le están saliendo ya moratones. Según dice, él se inyecta cinco veces al día. “No tendrás cinco euros, ¿verdad?”, pregunta insistentemente. Eso es lo que vale la dosis de heroína.
A las seis de la tarde, un hombre yace inconsciente en medio de una acera de la calle de Peracamps, también cerca de la sala Baluard. Las gafas han salido despedidas hacia un lado. La mochila está tirada en otro. Se nota que se ha desvanecido. Tres niños que pasan por allí por casualidad se quedan mirando la escena estupefactos. “Serafín, Serafín”, una trabajadora de la sala Baluard llama al hombre por su nombre para intentar reanimarlo. Otras también han salido a la calle, a toda prisa, alertadas por los vecinos. No es la primera vez que ocurre algo así.
Por eso, porque es un continuo, los vecinos que viven en los alrededores de la sala Baluard han convocado una manifestación para el próximo jueves. Dicen que ya no pueden más, que ya llevan demasiados meses aguantando esto: de día y de noche. Porque cuando la sala Baluard cierra a las diez de la noche, muchos drogadictos se trasladan al exterior de las oficinas de la Seguridad Social, que están a pocos metros y tienen una especie de porche. Allí cada noche se concentran fácilmente más de una docena de personas, que se pinchan, fuman y pelean. Las discusiones son constantes.
“Justo estaba llamando a la policía porque acaban de robar un bolso a una clienta”, dice, tras colgar el teléfono, la recepcionista de un hotel de cuatro estrellas que está justo delante de la Seguridad Social. Ella también corrobora que cada noche tienen el mismo espectáculo. “A los clientes les digo que esperen el taxi dentro del hotel porque en alguna ocasión también han robado alguna maleta. La cogen y se la llevan corriendo”, explica. La dirección del hotel prefiere no hacer declaraciones.
Cada noche los toxicómanos se colocan en los bajos de la Seguridad Social, y cada noche la Guardia Urbana los desaloja. Entonces se trasladan a otros sitios cercanos, como la entrada de un parking que hay en el número 15 de la calle Santa Madrona, donde los vecinos también están hartos. Días atrás se concentraron en la Plaça de Blanquerna, al lado de la muralla medieval. Pero hacia las siete y media de la mañana la Guardia Urbana también los echa de allí y una brigada municipal limpia la zona. En cuestión de minutos, los operarios recogen dieciséis jeringuillas usadas en la plaza. También hay otros enseres propios del consumo de droga: pipas, papel de plata…
“Anoche ya nos echaron tres veces”, se queja una toxicómana antes de recoger sus pocas pertenencias e irse a otra parte. Tiene una colcha, una almohada sucia, un trozo de cartón… Camina arrastrando los pies y tiene un ojo morado. Consume crack y heroína. Como todos los desalojados, parece un espectro humano.
“No creo que sea normal que haya gente durmiendo en la calle, que una persona se pinche en un parque con niños, o cague al lado de un contenedor. Y si lo normalizamos, tenemos un problema”, lamenta una vecina, que hace tan solo seis años que vive en el Raval y asegura que antes el barrio no era así. Ahora ni sus amistades quieren ir a cenar a su casa porque tienen miedo, asegura. Ella, como tantos otros vecinos, prefiere mantener el anonimato.
Ángel Cordero, que es miembro de la plataforma de vecinos Acció Raval, es uno de los pocos que no tiene problemas en dar su nombre. Reitera en la misma idea: “Antes de la pandemia se consiguió reducir la problemática a niveles importantes. Ahora tocaba prevenir y no se ha hecho. Se ha perdido una oportunidad muy buena”, se queja. También asegura que antes los vecinos tenían un canal específico para contactar con el Ayuntamiento para denunciar una ocupación por narcotráfico y que incluso el consistorio se preocupaba de tapiar pisos vacíos para que no los ocuparan las mafias. Asimismo, afirma que falta coordinación entre la Guardia Urbana y los Mossos d'Esquadra. El concejal del distrito de Ciutat Vella, Jordi Rabassa, calcula que en el Raval hay unos 400 pisos vacíos, la mayoría de los cuales son propiedad de grandes corporaciones y tenedores y esto, evidentemente, tampoco ayuda a resolver el problema. Según dice, el Ayuntamiento continúa tapiando pisos cuando los Mossos d'Esquadra desarticulan un punto de venta de droga y no pueden localizar al propietario, y el contacto con los vecinos continúa siendo fluido.
En cambio, de lo que no hay duda es de que hay toxicómanos consumiendo en medio de la calle a cualquier hora. ¿El Ayuntamiento cómo piensa solucionar eso? La concejala de Salud, Gemma Tarafa, hace un largo preámbulo antes de contestar. Recuerda que Barcelona “ha hecho muchos de los deberes” porque tiene 16 centros de atención y seguimiento de drogas y un albergue para personas consumidoras y sin hogar, que es único en Catalunya y que financia íntegramente el Ayuntamiento. “Ahora, después de dos años de intenso diálogo, la Generalitat está dispuesta a pagar el 25%. Hace falta una política de abordaje de drogas de país”, reivindica. O sea, más recursos desde el Govern. Aun así, declara, el Ayuntamiento está dispuesto a ir más allá y, por ejemplo, ahora aumentará el número de educadores que tiene en la calle, de 23 a 31, para intentar reducir el consumo de droga en la vía pública. Ahora bien, descarta abrir la sala Baluard por la noche porque, según dice la concejala, "el consumo por la noche es muy bajo".
¿La solución del problema?
¿Entonces con más educadores se resolverá el problema? “No. El consumidor consume a cinco o diez minutos de donde compra. Para abordar el consumo en la calle, tiene que disminuir con contundencia la venta y el tráfico de droga. Por eso necesitamos un salto de escala de los Mossos con más investigación y más efectivos”, contesta la concejala de forma categórica. ¿Y si no hay ese salto de escala? “No contemplamos que no ocurra”, insiste. El concejal Rabassa asegura que comprende perfectamente a los vecinos y declara que hay que hacer un macro operativo policial que no solo tenga como objetivo desarticular puntos de venta, sino detener a los jefes de las redes de distribución. El teniente de alcalde de Seguridad, Albert Alcalde, comparte la misma idea y añade que también hace falta la implicación de la Policía Nacional y de la Fiscalía. "Es necesario el esfuerzo de todos", destaca.
En cambio, el jefe de la comisaría de los Mossos de Esquadra en Ciutat Vella, Rafael Tello, pone cara de póker cuando se le plantea eso. “Yo ya tengo los mossos que necesito y desactivamos pisos cada semana. ¿Qué quieren? ¿Un estado militar? No se puede buscar una solución policial para un tema social. Y además, si tuviéramos algún input que nos dijera que esto está desbocado... pero la tendencia es a la baja”, responde. Eso sí, pide a los vecinos que tengan “paciencia” y confíen en ellos: “Necesitamos tiempo para recopilar pruebas que nos permitan tener una orden judicial para entrar en un piso”.
“Pues si cierran un piso, te vas a otro. Es muy fácil saber dónde tienes que ir. Los mismos que venden [droga] te llaman y te dicen dónde están”, afirma Carlos, sin mostrar una gran preocupación por las operaciones policiales. Él consume heroína y cocaína. Tiene 51 años y también acaba de salir de la sala Baluard. Según dice, allí mismo, algunos usuarios también venden droga, a pesar de que hay una patrulla de la Guardia Urbana vigilando delante del centro prácticamente todo el día.
Los vecinos también aseguran que saben identificar fácilmente quién pasa la droga: son personas que están plantadas todo el día, sin moverse, en una esquina o en una calle del barrio. También hay algunos que se mueven en patinete eléctrico. Lo que no entienden es que, si ellos lo ven, la policía no lo detecte.
Los Mossos de Esquadra y la Guardia Urbana confirman que, efectivamente, hay personas vendiendo pequeñas cantidades de droga en la calle pero, argumentan, la legislación es la que es: “Si los detienes, a los cuatro días ya están en libertad”.