Una de las últimas vecinas de la calle Ferran de Barcelona: "Me quieren echar después de 62 años"
Elena, de 62 años, vive pendiente de un desahucio a pesar de tener un informe de vulnerabilidad


Barcelona"Vivo una tortura: todos los desahucios son una experiencia durísima, pero no se vive igual con 30 años que con 60". Quien habla es Elena Olivella de 62 años. Ella es, muy probablemente, una de las últimas vecinas "de toda la vida" que quedan en la calle Ferran de Barcelona, junto a la emblemática plaza Sant Jaume. Ostenta un título que, además, tiene fecha de caducidad, porque el día 4 de marzo está previsto su desahucio.
Pasea por la calle que le ha visto nacer en una conversación tranquila con el ARA mientras sortea turistas con maletas y explica que ella, de hecho, ya prácticamente no hace vida en el barrio. "No queda nada de lo que era, todo son tiendas de souvenirs, pisos turísticos y de temporada y turistas que van y vienen. Si quiero comprar cualquier cosa cotidiana tengo que ir a Sant Antoni para encontrar tiendas, para encontrar barrio. Eso sí, mi casa es mi pequeña república, mi refugio", va diciendo.
"Ahora mi vida se ha parado, vivo al día porque no me atrevo a hacer planes", dice en relación con el desahucio, que asegura que le está generando mucha angustia, tanto por la incertidumbre como por la idea de tener que irse del piso de su vida, donde sus padres se establecieron con sus padres. "Mi salud se está resintiendo mucho, tengo la sensación de que me va a tomar un infarto constantemente", explica. "Al propietario, que es un gran tenedor, este piso no le hace falta, tiene todo el edificio entero además de otras propiedades, y para mí, en cambio, lo es todo en la vida", lamenta.
Elena vive desde enero a la espera de que se ejecute la orden de desahucio que dictó el juzgado número 22 de Barcelona. El propietario, que vive en el mismo blog, la quiere fuera y denunció la situación de Elena en los juzgados, pese a tener un informe de vulnerabilidad por riesgo de exclusión social. Cuando fallecieron sus padres ella heredó el contrato de renta antigua que tenían con la única prórroga posible que permite la ley; dos años. Desde 2022, pues, está legalmente fuera de contrato. Durante este tiempo, asesorada por un abogado y por el sindicato de vivienda Resistimos en el Gòtic, ha luchado y ha puesto recursos allí donde ha podido acreditando su vulnerabilidad. Pero todos fueron rechazados.
Actualmente sólo cobra una ayuda que ronda los 200 euros. "Sin embargo, yo siempre he pagado el alquiler. No pido que me dejen el piso gratis, pero sí que me dejen quedar con un alquiler que yo pueda pagar", resume. A los propietarios, dice, les conoce personalmente. Se trata de una familia –explica– también del barrio, al que conoce desde hace mucho tiempo: "Me dicen que no es nada personal. Me parece durísimo, porque me conocen de toda la vida, yo sería incapaz", reflexiona.
"Un engranaje al servicio del turismo"
Resistimos al Gòtic ha denunciado públicamente su caso este miércoles por la mañana por reclamar que se suspenda el desahucio y que la propiedad se avenga a negociar un alquiler social. Hoy mismo también tienen previsto poner un recurso en Naciones Unidas. "Elena cumple todos los requisitos para acogerse a la moratoria de desahucios: su propietario es un gran tenedor y ella tiene acreditada la vulnerabilidad por parte de los Servicios Sociales, pero los juzgados han desestimado sus peticiones", explica Besa, portavoz de Resistim al Gòtic. El Ayuntamiento de Barcelona también ha confirmado al ARA que existe un informe de vulnerabilidad vigente.
La asociación asegura que el caso de Elena es paradigmático "de la crisis de vivienda en Barcelona de la que muchos vecinos son víctimas". "Elena es de las últimas vecinas de la calle Ferran, donde hace años que los pisos están pasando a manos de grandes tenedores y fondo buitre, que los vacían de vecinos para convertirlos en pisos turísticos y, últimamente, en pisos de alquiler de temporada", denuncia Resistim al Gòtic. Y lo mismo ocurre con los comercios: "Es todo un engranaje que funciona sólo a favor del turismo", dicen.
Un simple vistazo a la calle refuerza esta tesis. En los escasos cuatro minutos que cuesta recorrer la calle Ferran, entre la plaza Sant Jaume y las Ramblas, se cuentan dos supermercados rápidos y al menos una veintena de restaurantes o bares con todos los carteles en inglés donde anunciantapas", "sangría" o "sarténTambién hay 15 tiendas de souvenirs; una veintena más de comercios claramente destinados a los extranjeros, donde venden bolsas, gafas de sol y bisutería, y un hotel, una pensión y un albergue. Durante el paseo, Elena señala a los pocos comercios de toda la vida que quedan. Nada más", dice.
También hay dos edificios enteros en obras, uno de ellos ya "en venta". Y múltiples porterías que se delatan solas: con interfonos automáticos de última generación que dan la bienvenida y permiten acceder al edificio con una tarjeta contactless o un código secreto. "Son pisos de alquiler de temporada", confirma Marcos, un gallego que vive temporalmente en uno de estos blogs. "Aquí ya no quedan vecinos del barrio, yo al menos no he encontrado a ninguno", añade. "Nosotros hemos alquilado este piso por tres meses porque tenemos la intención de comprar aquí en Barcelona; en este tiempo ya hemos decidido claramente que no estará en el centro; aquí no hay calor de barrio, todo son turistas, y eso hace que no tengan ningún respeto por los vecinos, están de paso, mucho paso", relata Marcos.
"Yo intento no fijarme en el barrio y me refugio en mi casa, allí puedo ser yo", resume Elena. Unos metros más allá dos chicas asiáticas se hacen selfies desde un balcón, en un tercer piso, con la plaza Sant Jaume de fons. "¿Por qué Barcelona permite todo esto? Una ciudad que va de vanguardista, de progresista, de tolerante... Nos debería dar vergüenza ser una de las ciudades con datos más altos de desahucios", concluye enfadada Elena.