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La vida en las chabolas de Vallcarca: "¿Quién me dará un trabajo o me alquilará un piso, a mí? Nadie"

El ARA conversa con una madre de familia rumana que vive en el asentamiento pendiente de un posible desalojo

Florina Drosu, de 42 años, es una de las madres de familia que vive en el asentamiento de Vallcarca desde hace años
02/03/2025
5 min
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BarcelonaDesde fuera parece una montaña de maderas, telas y chatarra. Pero, una vez dentro, la organización que impera hace descubrir una pequeña comunidad de vecinos, más o menos avenida. La vida en el asentamiento de barracas de Vallcarca "es dura". Así lo admite Florina Drosu, que vive allí desde hace años y ha abierto las puertas del solar para recibir a un equipo del ARA y explicar cómo se organizan y cómo viven ella y el resto de vecinos.

En el centro, una pequeña plaza: la única zona liberada de trastos. A la derecha, una hilera de una decena de chabolas se abre camino hasta el fondo del solar. A la izquierda se encuentran definidas ocho miniparcelas más, éstas al aire libre, separadas por puertas o elementos de hierro, que sirven como estación de trabajo para el negocio de la chatarra. "Aquí trabajan ocho grupos, que en total son unas veinte personas. Van acumulando chatarra, cada una en su sitio, y cuando les basta para llenar un camión, que es cada tres o cuatro semanas, la venden", explica Florina. "Un buen mes puedes sacar 300 euros, pero generalmente no pasa de 200", añade. El asentamiento es a la vez techo y puesto de trabajo, explica en matriarca.

Planta sillas para todos en medio de la plaza y nos invita a charlar. Cuenta que tiene 42 años y que nació en Bucarest. Dice con la cabeza alta que ella es gitana rumana. Se casó joven –"como se hacía antes", dice– y tuvo tres hijos. Tras graves episodios de malos tratos por parte de su expareja, huyó de su país con poco más de 20 años para salvar su vida. Tardó unos años en poder llevar a sus hijos con ella. Ahora lleva 20 viviendo en el barrio de Vallcarca con su familia. Primero de alquiler, en unos pisos que el Ayuntamiento acabó derribando; después en el solar que quedó. "Aquí mismo se levantaba el blog donde yo vivía", recuerda. "Ahora en la barraca vivo solo yo. Mis hijos y nietos están en pisos compartidos", explica. Los movimientos del barrio y el sindicato de la vivienda admiten que han reubicado a muchas de estas familias en pisos vacíos y ocupados para evitar que los padres pierdan la tutela de sus hijos. "Entiendo que te tomen un hijo si le maltratas, pero no porque seas pobre", reflexiona Florina.

Hay muy pocos datos oficiales en Catalunya sobre cuántas personas malviven hacinadas en asentamientos como el de Vallcarca. Según el Ayuntamiento de Barcelona, ​​en la ciudad hay casi 300 personas viviendo en campamentos como éste, pero las entidades sociales dicen que la cifra se queda muy corta. Sólo en el de Vallcarca malviven unas setenta personas. "Ahora somos sobre todo gitanos rumanos y algún marroquí, pero por ahí ha pasado de todo, incluso un grupo de mujeres catalanas durante un tiempo", recuerda Florina. Ahora creen que las chabolas tienen los días contados. Durante los meses de enero y febrero el gobierno municipal de Jaume Collboni intentó realizar una inspección técnica, pero los vecinos impidieron la entrada de los funcionarios. "Estoy 100% segura de que querían encontrar cualquier cosa para decir que había un peligro inminente y desalojarnos", sentencia Florina.

Drosu en un momento de la entrevista en el asentamiento de Vallcarca.
Vista aérea de los asentamientos desde el viaducto de Vallcarca.

El Ayuntamiento mantiene que "no está previsto un desalojo inminente" en esta zona –donde lleva años definida una transformación del barrio con nuevos blogs y parques–. En cambio, hace apenas unos días la abstención del PSC permitió al PP sacar adelante una propuesta para desalojar "sin más dilación" la zona. "Buscarán cualquier excusa, pero yo no veo peligro. ¿Has mirado bien mi barraca? Si me cae encima no moriré, simplemente apartaré las maderas y saldré caminando", bromea Florina, que desde que sabe que tiene que venir una inspección incluso se ha deshecho de la pequeña cocina de butano que tenía. "Llevo un mes como cosas frías", explica.

Las barracas tienen una electricidad precaria y el agua la cogen de la fuente. "Yo tampoco quiero vivir así, por eso pido una salida. Al menos, si no puede ser un alquiler social que me digan en qué otro sitio puedo hacerme una barraca, porque sin techo, en la calle, me sentiría muy insegura", dice. Florina también reclama que la dejen trabajar: "Yo quiero trabajar, pero no hay manera; hay mucha discriminación por ser gitana y tener poca formación. ¿Cómo quieren que llegue a ser una persona normal que paga su alquiler si no puedo acceder a ningún trabajo?" Asegura que ha tenido "un montón de entrevistas", pero el rechazo sistemático ha terminado por generarle una depresión. "No me importaría nada trabajar doce horas al día si el sueldo me permitiera pagar un alquiler y tener una vida digna", insiste.

"¿Pero quién me dará un trabajo a mí?" Quien me alquilará un piso? Te aseguro que nadie. La gente tiene muchos prejuicios –dice cada vez más encendido–. Por eso pedimos un alquiler del Ayuntamiento, porque de los privados es casi imposible. El otro día fuimos al Ayuntamiento a poner una instancia –continúa– y la mujer de la recepción cuando nos vio se puso a gritar «¡No soy yo, no está a mí!», yo no entendía nada", dice. Con el paso del tiempo asume aquella reacción como una muestra más de racismo: "Nos ha pasado siempre, es la historia de los gitanos".

De hecho, no son pocas las pintadas con tono racista que se extienden por el barrio, en torno a las barracas. Florina es muy consciente de que hay una parte del barrio que les acusa de conflictivos y sucios y que los quiere fuera. "En primer lugar, les invito a ir a comisaría y contar las denuncias que hay contra los gitanos –dice–. En segundo lugar, les invito a venir a pasar un día en las barracas, a ver si tienen la fuerza para aguantar".

Florina se esfuerza en desmontar el tópico de que "a los gitanos les gusta vivir así". "Si vivimos así es porque estamos excluidos del mundo laboral y del acceso a la vivienda. Si quieres hacemos una prueba: vamos ahora las dos a buscar un piso para mí. Pese a que hablaras tú, aunque les ofrecieras el doble de lo que piden... No me lo alquilarían", dice convencida.

¿Y si acaban desmantelando el asentamiento? "Pues vamos a perder el techo y el trabajo y tendremos que marcharnos a otro sitio y volver a empezar", responde. "Pero en mi caso no estará muy lejos. Vallcarca es mi barrio; también es mi casa", concluye.

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