Crisis de la vivienda

"Los gitanos también tenemos derechos": un asentamiento en medio de un barrio en transformación

Tres familias gitano-romanas llevan años viviendo en unos solares que están afectados por los proyectos urbanísticos pendientes en el barrio

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Una chica jugando con su perro, Peki, en el asentamiento de barracas de Vallcarca

BarcelonaBarcelona late acelerada al ritmo de turistas y expados. Los jóvenes huyen de la ciudad por culpa de los alquileres inasumibles que les ahuyentan del espacio donde crecieron. La ciudad, cosmopolita, global, ha perdido parte de su tejido social. El barrio es menos barrio. Cada uno hace su camino. Pero en Vallcarca se empeñan en evitarlo. Los vecinos están movilizados y preparados para evitar que se expulse sin ofrecerle una alternativa a la comunidad gitano-romana que vive en un asentamiento cerca del viaducto de Vallcarca. Sin embargo, no todo el mundo les apoya: otros muchos vecinos se quejan de los problemas de seguridad e higiene que conllevan los campamentos.

Se trata de tres núcleos de barracas donde viven casi 70 personas –menos de una cuarentena según los datos oficiales del Ayuntamiento–. Son tres familias provenientes de la ciudad de Buzău, en Rumanía, que agrupan en total a un centenar de personas. Quienes tienen hijos pequeños ya no duermen en los asentamientos, sino que están instalados en casas ocupadas de alrededor: hay más de una docena. En los campamentos se acumulan chozas de madera, plásticos y hierro. El suelo está lleno de suciedad y chatarra. Es su subsistencia. Trastos viejos de todo tipo que desmantelan para venderlos a peso. El asentamiento no es sólo su casa, sino el espacio de trabajo donde guardan y clasifican la chatarra. El olor es fuerte. Carecen de condiciones dignas y tienen un único punto de agua potable. En verano las barracas son un horno y deben hacer vida fuera. Una ducha que sólo pueden utilizar en verano y varios barreños de agua les permiten limpiarse. Cocinan con bombonas de gas butano. Una fosa séptica, recluida tras cuatro paredes torpes para dar cierta intimidad, les sirve de lavabo.

"Nosotros también estamos en contra de que vivan así. Nadie quiere vivir en barracas, no es digno", defiende José, miembro de Som Barri. Desde la plataforma vecinal reclaman que el consistorio proponga una solución, tanto en lo que se refiere a vivienda como laboral, a los miembros de la comunidad gitana. Y se remiten al pasado en busca de argumentos. "Barcelona tiene una historia de chabolismo muy grande, y se solucionó haciendo vivienda social. Pasó a Montjuïc y al Carmel. ¿Por qué no ahora?", se pregunta José, que pide que las soluciones pasen por el mismo barrio y así facilitar la integración de la comunidad, ya que los más pequeños acuden a las escuelas de la zona.

Una mujer extendiendo la ropa en el asentamiento de barracas de Vallcarca.
Remus, de 41 años, acumula chatarra en el asentamiento.
El refrigerador donde una familia guarda la comida, en el exterior de las barraca donde viven.

Sin dinero, pero con una "buena vida"

Fabi tiene 23 años. Lleva más de media vida en Barcelona, ​​viviendo en Vallcarca entre el asentamiento y algunos edificios ocupados. Primero se instaló en una casa modernista junto al viaducto, después pasó seis años en el asentamiento y ahora ocupa un piso en la avenida Vallcarca porque tiene dos hijos, de 4 años y 4 meses respectivamente. En el asentamiento no pueden vivir menores si no quieren perderlos. Vive de la chatarra; tiene una furgoneta y recoge material por toda la ciudad. "Estos solares son nuestra vida. Si esto se va, nos morimos de hambre. En Vallcarca se vive bien, no hay dinero, pero tenemos una buena vida", resume mientras habla orgulloso de las matriarcas, su abuela y su madre, que también viven en el campamento. Fabi siente que el barrio los acoge y protege. A cambio, intentan ayudar cuando se realizan actividades y participan en las asambleas del movimiento.

Mientras apura el último trago de una bebida energética, asume que no puede pagar el alquiler de un piso ni siquiera el de una habitación. "El dinero no me interesa, solo quiero tener suficiente para pagar el gasóleo, la comida y lo que necesiten mis hijos", remacha mientras reclama un encuentro con los responsables políticos –una reunión que el distrito acepta: "No tenemos ningún inconveniente en reunirnos con quien sea necesario”–. Fabi reconoce que el empleo no es la solución idónea a su situación, y que el asentamiento, al fin y al cabo, es un mal menor: "No quisiéramos vivir aquí". Pide un lugar donde guarecerse con cierta dignidad y un trabajo que el mercado laboral no le ofrece.

Fabi, de 23 años, en una de las barracas

Tampoco encuentra trabajo a Mario, un padre de familia de 40 años con 4 hijos. "Me piden estudios para recoger basura. Siempre me dicen "ya te diremos algo" y nunca me dicen nada. Si les digo que estoy viviendo en un piso ocupado no me dan el trabajo", explica molesto. José le da la razón: las instituciones, superadas y sin recursos, deberían "flexibilizar" los requisitos a la hora de contratar a esta gente o el problema "se eternizará". "¿Qué podemos hacer? Ir a robar? Queremos un trabajo. Suerte de la gente del barrio, les estamos muy agradecidos", explica Mario mientras una mujer, con el cigarrillo en la boca, barre el suelo polvoriento y lleno de basura de enfrente su choza. Para Mario, una solución sería instalar unos barracones que ofrecieran luz y agua, unas condiciones mínimas de higiene y seguridad. "Los gitanos también tenemos de pie", dice, aunque asume que si no les ofrecen nada más, el asentamiento ya les está bien. Un mal menor.

Vecinos divididos

En el barrio no todo el mundo está a favor de los campamentos. Hay gente que quiere fuera. Los asentamientos gitanos contrastan con las filas de turistas que salen de la boca de metro en dirección al Parc Güell. A un lado de la valla los turistas que salen perdidos bajo tierra, y que El Salvador, un vecino de Montbau, orienta cada día en la buena dirección; y al otro lado de la valla, a escasos centímetros, la fosa séptica, la chatarra y la basura. Son dos mundos opuestos.

Pilar es una de las vecinas más afectadas. Vive en medio de las casas ocupadas, junto a las familias de Buzău. Tiene 87 años y su hija Lupe le acompaña a hacer un vuelo. Cuidan, saludan, y se encargan de ayudarla cuando se le acaba el butano o tiene un problema. "Incluso me invitan a las fiestas, pero van todos de negro, como escarabajos", bromea socarrona. Precisamente, después de una fiesta, algún despistado hizo una pintada en su fachada, y al día siguiente por la mañana sintió cómo los vecinos ocupas la limpiaban a toda prisa.

Vista de los asentamientos desde el viaducto de Vallcarca.

Maria Teresa tiene 90 años. A ella los nuevos vecinos no le incomodan, aunque lamenta los problemas de seguridad de los últimos tiempos. Esta enérgica anciana, en cambio, pone el foco en el origen de la degradación de Vallcarca. "Era un barrio trabajador, y la especulación inmobiliaria nos expulsó", dice contundente.

Solución o desalojo

Y es que esa área entre la plaza Lesseps y el viaducto de Vallcarca tiene pendiente una transformación desde hace décadas. Fuentes del distrito aseguran que este 2024 se entrará en la fase de "materialización de los cambios que necesita y reclama el barrio", y antes de finalizar el año debe aprobarse el proyecto ejecutivo para licitar las obras durante el 2025 • En un año y medio podría haber ya las máquinas trabajando. Hasta que esto ocurra, el consistorio pretende hacer un acompañamiento con las familias que viven en los asentamientos para buscar una solución "individualizada", en función de cada situación familiar. Por decirlo de otro modo, no se pueden coger todos los miembros de la comunidad gitano-romanesa e instalarlos juntos en un edificio social. "No se puede consolidar, es una situación de precariedad muy grande, para los que viven, y para los demás vecinos", apuntan desde el distrito, al tiempo que descartan una solución temporal como los barracones que propone Mario.

¿Los asentamientos se mantendrán hasta que arranquen las obras, como mínimo, dentro de un año y medio? El Ayuntamiento sabe que es una cuestión delicada, que debe hacer equilibrios y sobre todo facilitar la transformación de la zona, tal y como se aprobó en 2018, el proyecto de Parque Central que acordaron consistorio, vecinos, promotores privados –Núñez y Navarro compró muchos terrenos– y entidades. Durante los próximos meses se intentará buscar una salida para cada familia del asentamiento, pero si se detectan "riesgos para las personas" –de fuera o del propio campamento– o problemas de seguridad, podría haber un desalojo forzoso.

Es lo que quieren evitar los vecinos de Som Barri que dan cobijo a los gitanos. "No toleraremos que venga la policía y los eche de un día para otro sin solucionar su situación. Es una cuestión de dignidad. Ya lo han intentado y lo hemos parado. Habrá follón", advierte José.

Una transformación pendiente

En el barrio hay agotamiento. Los asentamientos generan tensiones entre defensores y detractores. Pero la problemática arranca hace más de medio siglo. Inicialmente, estaba prevista una transformación urbanística para unir a Collserola y al centro de la ciudad de Barcelona. A finales de los años 80 se abandona este proyecto, y en 2002, con el nuevo paradigma de diseño urbano imperante, se dejan atrás las grandes obras de asfalto para apostar por una gran rambla con zonas verdes y viviendas de uso social. Empieza la etapa de expropiación y escombros. Sin embargo, la crisis del 2008 detiene el proyecto y aparecen los solares y las naves abandonadas, lo que permite la llegada de los primeros ocupas, inicialmente ligados al mundo anarquista. En 2018, bajo el mandato de Ada Colau, se acuerda el nuevo planeamiento. Una actuación basada en un proceso participativo que no ha sido "paralizada", pero no ha cogido "el ritmo" que debería, admiten fuentes del distrito. Ahora, se pretende, al fin, impulsar la transformación del barrio. La parte que afecta a los asentamientos, conocida como Parque Central, tiene prevista la construcción de dos edificios de vivienda social que supondrán 60 pisos protegidos. Dos obras que no afectarán a los campamentos y que este 2024 ya tendrán las licencias para empezar a construir.

La otra actuación inmediata es la que habrá entre las calles Farigola y Virgen del Coll, que también incluirá vivienda social. La tercera pata de la transformación, a largo plazo, es una gran rambla que afectaría a la avenida de Vallcarca y la calle de Bolívar. Precisamente, en el número 95 de esta avenida existe un edificio de protección oficial con 14 pisos vacíos desde hace dos años. La entrada está tapiada y vigilada. Su uso está destinado a los propietarios afectados por esta transformación, pero mientras no se llevan a cabo las actuaciones urbanísticas, sigue vacío y debería cambiarse su uso si se quisiera destinar a otros fines.

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