Borran un mal recuerdo del cerebro de unos ratones
Investigadores norteamericanos consiguen atenuar experiencias traumáticas con la estimulación artificial de recuerdos positivos
Existimos gracias a la memoria y sobrevivimos gracias al olvido. Esta frase lapidaria, que proviene de la literatura y no de la ciencia, sintetiza una gran verdad neurológica. La pérdida de memoria nos destruye como individuos. Lo saben muy bien los familiares de personas con Alzheimer. En cambio, la capacidad de olvidar en cierta medida los malos recuerdos nos permite vivir una vida más plácida. Hay casos, sin embargo, en los que experiencias negativas generan unos recuerdos tan intensos que no solo no se pueden olvidar sino que pueden producir trastornos como el estrés postraumático. Pero, ¿y si estos recuerdos se pudieran atenuar artificialmente? Esto es lo que han conseguido hacer en ratones de una manera especialmente precisa investigadores del Centro de Neurociencia de Sistemas de la Universidad de Boston encabezados por el neurocientífico Steve Ramirez. Los resultados de su investigación se han publicado en dos artículos en las revistas Nature Communications Biology y Nature Communications.
"Esto ya se hace, pero de otro modo, con el tratamiento de fobias que se conoce como extinción", explica Lluís Fuentemilla, experto en plasticidad neuronal y memoria del Instituto de Neurociencias de la Universitat de Barcelona. "En estos tratamientos, cuando hay una reacción negativa a unos estímulos externos, se expone a la persona a esos estímulos y se favorece que no haya experiencias negativas para consolidar esta respuesta", añade. Los nuevos trabajos no solo aportan una base neurobiológica a este tipo de tratamiento, sino que permiten identificar, distinguir y manipular recuerdos asociados a experiencias positivas o negativas. "Lo que es interesante es que localizan el santo grial de la memoria, que es la representación de la información de los recuerdos", apunta Fuentemilla.
Así, la técnica permite estimular artificialmente un recuerdo positivo cuando se está rememorando uno negativo, de forma que el negativo quede atenuado y no genere efectos de tipo postraumático. La atenuación es posible gracias a la plasticidad del cerebro, que, entre otras cosas, hace que cada vez que revivimos un recuerdo lo modifiquemos ligeramente en función de las circunstancias del momento y de otras experiencias vividas hasta entonces. Ese bar donde nos declaramos y que nos parecía tan emblemático nos puede parecer un cubil de mala muerte después de la ruptura.
Etiquetar neuronas
Para desarrollar sus estudios, el equipo de la Universidad de Boston ha utilizado una técnica conocida como optogenética, que permite etiquetar grupos de neuronas y hacerlos sensibles a una luz determinada. Una vez marcadas, cuando se iluminan con la luz adecuada, las neuronas se activan. Para crear recuerdos positivos y negativos en los ratones, los científicos los sometieron a dos tipos de estímulos. El positivo consistía en comer y socializar. El negativo lo conseguían con unos electrochoque en la pata, de intensidad moderada pero inesperados. Mientras los ratones vivían estas experiencias, los investigadores etiquetaron las neuronas que se activaban en cada una, de forma que, más adelante, respondieran a estimulaciones lumínicas diferentes. Además, analizaron las células involucradas en el almacenamiento de las dos vivencias y encontraron diferencias bioquímicas y genéticas. "Esto es fantástico –ha expresado Ramirez en un comunicado– porque sugiere que los recuerdos positivos y negativos tienen sus propios estados separados en el cerebro". Efectivamente, los autores han descubierto que las neuronas vinculadas a recuerdos positivos y negativos se ubican mayoritariamente en zonas diferentes del hipocampo, utilizan mecanismos diferentes para comunicarse con las células vecinas y tienen un contenido químico diferente. Por lo tanto, "hay una base molecular para distinguir recuerdos positivos y negativos en el cerebro", ha dicho Ramirez en el mismo comunicado.
Transformar recuerdos
Una vez identificadas y etiquetadas las neuronas asociadas a los diferentes tipos de recuerdo, los investigadores hicieron que los ratones recordaran la mala experiencia haciéndoles revivir la situación pero sin administrarles los choques, al mismo tiempo que estimulaban con luz las neuronas asociadas al recuerdo positivo. De este modo, el recuerdo negativo quedó modificado por la influencia de la experiencia positiva, que los roedores solo estaban viviendo dentro de su cerebro. Después del proceso, cuando los ratones se sometían a las mismas condiciones que habían reactivado el recuerdo negativo, el recuerdo no emergía con la misma intensidad y los animales no mostraban síntomas de miedo o inquietud. Por lo tanto, se puede decir que, en la práctica, el recuerdo negativo se había borrado.
A pesar de que estos trabajos han conseguido manipular los recuerdos de ratones con una precisión sin precedentes, el salto hasta tratar casos de estrés postraumático, fobias o depresión en humanos todavía costará mucho de hacer. Más allá de las implicaciones éticas de una manipulación como esta, "el hipocampo de los ratones es muy grande y accesible quirúrgicamente, y el humano se sitúa en estructuras más profundas del cerebro", indica Fuentemilla. Además, añade, "el contexto de aprendizaje de un ratón es muy simple y en humanos es más complejo, de forma que poner y quitar recuerdos puede no ser tan fácil".