Estudiar a los chimpancés para entender la evolución humana
Estos simios son un modelo parecido a nuestros ancestros
Estamos en la sabana de Fongoli, en el Senegal. Alguien arranca una rama larga, recta y delgada de un árbol y mordisquea un extremo de esta con los dientes hasta convertirlo en una punta afilada. Con esta lanza en la mano se desplaza hasta un árbol en el interior del cual duermen un grupo de gálagos, unos primates nocturnos que pueden hacer medio metro sin contar la cola y pesar entre uno y dos kilos. Se sube a él y, una vez localizado el agujero donde se refugian los monos, precipita la lanza, mata a uno de ellos y se lo lleva. La cacería ha tenido éxito.
Esta escena no pertenece a la vida cotidiana de ninguna tribu de cazadores recolectores, sino a la de un grupo de chimpancés de sabana, unos simios que, a diferencia de la mayoría de sus congéneres, que viven en hábitats húmedos y selváticos, han aprendido a vivir en este entorno más seco, donde hay entre seis y siete meses sin lluvia y los árboles frutales están más alejados los unos de los otros.
La sabana de Fongoli es muy parecida al territorio donde vivieron los primeros homininos como los australopitecos. A su vez, los chimpancés tienen una medida y una capacidad craneal similar a las de estos homininos. Estudiarlos, pues, puede dar pistas sobre cómo vivieron y evolucionaron nuestros ancestros para convertirse, a lo largo de pocos millones de años, en los humanos modernos.
Este es precisamente uno de los objetivos de un estudio publicado en la revista Evolutionary Anthropology coliderado por la investigadora Adriana Hernández-Aguilar, profesora Serra Húnter de la Facultad de Psicología de la Universitat de Barcelona. “Hacía treinta años que no se hacía un estudio como este -explica-. Hemos intentado hacernos una imagen completa de todo lo que sabemos de estos simios, todo lo que no sabemos y cómo podemos llegar a saber lo que no sabemos”. “Hace mucho tiempo que hay interés en los chimpancés de sabana, pero son difíciles de estudiar porque cuesta mucho encontrarlos y habituarlos en la presencia humana”. Como los árboles frutales están más separados, en la sabana un grupo de cincuenta chimpancés necesita un espacio de más de cien kilómetros cuadrados para vivir, cuando en la selva necesitaría solo doce, lo que dificulta el seguimiento. “Ha costado diez años conseguir que uno de los grupos se acostumbre a la presencia de los científicos -apunta la investigadora-. En otros lugares solo podemos trabajar con cámaras trampa”.
Un comportamiento peculiar
Además de la caza de gálagos, que ejecutan mayoritariamente las hembras, el estudio actualiza todo el conocimiento acumulado sobre estos chimpancés y revela más comportamientos curiosos. Una de las principales dificultades de vivir en la sabana es la aridez, que se materializa en calor y falta de agua. En la estación seca de Fongoli la temperatura puede llegar perfectamente a los 40 ºC. Para protegerse de la canícula, los chimpancés se bañan habitualmente y pasan bastante tiempo en cuevas, donde el ambiente es más fresco. Una cámara trampa ha captado imágenes de la entrada de una cueva de la que salen casi a la hora un leopardo y un chimpancé. Esta coincidencia indica cómo es de importante la termoregulación para los chimpancés: para evitar el calor asumen el riesgo de compartir refugio con uno de sus depredadores.
La escasez de agua y comida la tienen que resolver con estrategias que también se diferencian del comportamiento de sus congéneres selváticos: extraen raíces comestibles de bajo tierra y excavan con las manos los cauces de los ríos secos para obtener agua. Como con esto no hay bastante, también fabrican esponjas. Mastican hojas hasta hacer una masa compacta y porosa que introducen en estos mismos agujeros, o en aperturas a los troncos de los árboles, para que absorban el agua que se acumula. Una vez empapadas, se las ponen a la boca y sorben el líquido.
Otros estudios también han observado que en la sabana los chimpancés tienen que convivir a menudo con incendios. Los investigadores han visto que cuando hay fuego actúan con tranquilidad y con movimientos calculados. De alguna manera, interpretan el incendio y hacen algún tipo de predicción calmada de cómo evolucionan las llamas para esquivarlas. Además, también son capaces de encontrar alimentos en las zonas quemadas. Todo ello puede dar pistas de cómo los primeros homininos empezaron a relacionarse con el fuego.
Estudiar los grandes simios para entender la evolución humana no es una cosa nueva. El paleoantropólogo Louis Leakey lo promovió en los años sesenta y el investigador catalán Jordi Sabater Pi, descubridor de las llamadas áreas culturales de los chimpancés en la misma época, lo había defendido siempre. En este ámbito, los chimpancés de sabana son el mejor modelo, un modelo que apenas se está empezando a conocer.